*Laura Rodig Pizarro (Los Andes, 7 de junio de 1901 – Santiago, 30 de octubre de 1972) fue una pintora, escultora, ilustradora y educadora chilena. Fue alumna de Virginio Arias y fundadora de la Asociación Chilena de Pintores y Escultores, además de ser una de las primeras artistas chilenas en impulsar el arte social y despertar la conciencia sobre los ancestros indígenas. Además, fue una destacada activista política y una de las líderes del Movimiento Pro Emancipación de las Mujeres de Chile (MEMCH). Durante su estadía en Europa también fue parte del Socorro Rojo Internacional y de «Mujeres contra Franco». Paralela a su carrera artística, desarrolló su vocación de educadora, realizando clases de dibujo y de artes plásticas.
Laura Rodig conoció a Gabriela Mistral en Los Andes y desde ahí mantuvieron una estrecha amistad. Al fallecer los padres de la artista, la poetisa se convirtió en su protectora, además de fuente de inspiración para algunas de sus esculturas, por ejemplo en la obra «Impresiones de Gabriela Mistral»: “No conocemos a la genial poetisa, pero la fisionomía moral que sus versos han grabado en nuestra alma no corresponde a la que este busto nos sugiere. Emana de él un conjunto de rasgos espirituales rígidos y fríos que contrastan con la dulce serenidad de la inspirada autora de ‘Sonetos de la muerte'».
“Cuando conocí a Gabriel Mistral”
De Laura Rodig
«Conocí a Gabriela Mistral en el pueblo de Los Andes, mi tierra. Tuve el privilegio de su amistad. Siete años vivió ella en ese repliegue de montaña. Los Andes comparte legítimamente la gloria de su tierra, Elqui. Me refiero a la gloria íntima, a su maduración, a hechos que influyeron en su destino. Allí escribió los poemas escolares que conoce ya más de una generación; hizo y estructuró gran parte de su labor. Es indudable que la reciedumbre de su obra está en la “madre que yace “y en la “madre que anda”. Como ella llama cariñosamente a la montaña.
Su obra está saturada de su luz campesina, del aire a veces fino y transparente y otras grandioso y tremendo que va resonando de tumbo en tumbo por los contrafuertes cordilleranos de la vibración del álamo temblando en la luz, señalando las horas y las estaciones, y recibiendo al atardecer su enjambre de pájaros, del olor y las retorceduras, de los espinos, del silencio en que crece la espiga y el cáñamo.
Desde Los Andes tendió sus hilos hacia toda América y por fin, en su trabajo de formadora de la juventud, selló su amistad con el que fuera nuestro querido e inolvidable presidente y su compañera, de quienes tantos chilenos, entre los que me cuento, podemos decir con Gabriela Mistral lo que ella en su dedicatoria de Desolación: “A Don Pedro Aguirre Cerda y a Doña Juanita de Aguirre a quienes les debo las horas de paz en que vivo“.
Cuando trabaja es profundamente concentrada. Su perfil se hace tan agudo que se parece a “La Madre “, de Metrovic. Posee su lenguaje, material propio que maneja bellamente, en forma recia, precisa. No es reminiscente, sino creadora. Hay palabras que son suyas: “ruralidad”, “chilenidad”.
Profundamente mística … como lo serían San Francisco de Asís y Santa Teresa.
Quiere al indio y lo defiende en cada país de América.
Posee un gran instinto sobre las artes plásticas. Marcada preferencia por El Greco, Donatello, Miguel Ángel, Rodín y los góticos. Adora las artesanías. Sabe captar la gracia de las cosas mínimas.
Su pesimismo es constructivo. Alza su voz y sucede algo. Nada olvida y va como reuniéndose con las cosas.
Sus pasiones son grandes como buena criatura de reciedumbre humana. Sus enojos y reacciones terribles y duraderas. No olvidemos que en “Los Sonetos de la Muerte “dice: “Me alejaré cantando mis venganzas hermosas“.
Sale a contar los astros en las noches.
Tiene pasión por el sentido de la justicia.
Su instinto más fiel es el de servir. Generosa en todo; animadora, pródiga en su estímulo, da su tiempo, sus cosas, su dinero.
Sus libros fueron siempre dejados a las bibliotecas para obreros (que si no las había las fundaba aunque fuera con pocos ejemplares), a los hospitales, a las cárceles de cada pueblo en que vivió.
De muy arraigado sentimiento familiar y del terruño.
No es moralista, en cambio es estricta consigo misma.
En algunos aspectos muy antigua; en otros muy moderna.
Prefiere que la quieran a que la admiren».
Laura Rodig