Salarios y poder

El salario se muestra al mundo moderno como el precio del trabajo


Autor: Mauricio Becerra



El salario se muestra al mundo moderno como el precio del trabajo. Sin embargo, en realidad expresa aproximadamente el valor de la fuerza de trabajo. De este modo, el salario borra la separación entre el tiempo que el obrero trabaja para reponer su propia capacidad de trabajar y el tiempo adicional en que trabaja gratis para su empleador.

De esta forma, en el capitalismo pareciera que el asalariado trabaja siempre para sí mismo, puesto que el salario aparentemente retribuye todo su aporte al valor del producto. En el esclavismo, por el contrario, parecía como si el esclavo trabajaba siempre para su amo, lo cual tampoco era cierto, puesto que de hecho la mayor parte de su poco productiva jornada estaba dedicada a producir los magros alimentos y otras pocas cosas que necesitaba para sobrevivir junto a su familia.

Solo en el feudalismo el asunto quedaba clarito. La separación entre ambas partes de la jornada estaba establecida por costumbre y muchas veces por ley. El campesino dedicaba algunos meses a mantenerse a si mismo y su familia, labrando la tierra que le entregaba su señor a cambio de su servicio durante los restantes meses del año.

En el latifundio, su versión latinoamericana, el inquilino trabajaba asimismo varios meses del año en su «cerco,» como se llamaba la parcela de tierra que circundaba su casa o «puebla,» tenía derecho a una pequeña «chacra» para sus verduras en las mejores tierras de riego y sus animales pastaban en potreros destinados a sus talajes. Tierras todas facilitadas por el hacendado a cambio de sus servicios el resto del año, además de aportar una lechadora, un peón obligado y la mitad de la cosecha en las tierras labradas en medias.

La forma cambia, pero el contenido sigue siendo el mismo. El trabajador dependiente – explotado se decía antes – dedica siempre una parte de su jornada a reponer su propia fuerza de trabajo, lo cual incluye desde luego a su familia y el resto del tiempo trabaja para su señor, llame a éste amo, señor o patrón, o empleador.

El hecho que en el capitalismo la división de la jornada se exprese bajo la forma de valor es lo que distingue a este régimen de modo revolucionario: la parte excedente ahora no tiene límites y se puede multiplicar de modo asombroso mediante el sucesivo aumento de la productividad de los propios trabajadores respecto de los competidores.

Éstos son algunos de los principales aportes de Marx a la ciencia económica.

El valor de la fuerza de trabajo se determina igual que el de todas las demás mercancías. Mediante la fórmula descubierta por los clásicos Smith y Ricardo «que cambió la historia del pensamiento humano,» según Marx. Es decir, de acuerdo al trabajo humano contenido en las mercancías necesarias para su producción, en este caso la reproducción del trabajador y su familia.

Sin embargo, como señala el gran pensador alemán, «las necesidades naturales, el alimento, el vestido, la calefacción, la vivienda, etc., varían con arreglo a las condiciones del clima y a las demás condiciones naturales de cada país. Además, el volumen de las llamadas necesidades naturales, así como el modo de satisfacerlas, son de suyo un producto histórico que depende, por tanto, en gran parte, del nivel de cultura de un país y, sobre todo, entre otras cosas, de las condiciones, los hábitos y las exigencias con que se haya formado la clase de los obreros libres. A diferencia de las otras mercancías, la valoración de la fuerza de trabajo encierra, pues, un elemento histórico moral».

El salario medio permite estimar de modo más o menos aproximado dicha «suma media de los medios de vida necesarios» que, según Marx, «constituye un factor fijo en un país y en una época determinada».

Ello no excluye, por cierto, que muchos capitalistas paguen por debajo de la misma. O que en patota les escamoteen a todos el 13 por ciento de sus salarios con la «chiva» que después le van a dar pensiones millonarias, cuando en realidad se lo están embolsicando y perdiendo en la ruleta de los mercados financieros. O que a algunos le hagan un descuento específico para financiar la educación superior. O que de un día para otro privaticen la educación y la salud y obliguen a todos a desembolsar buena parte adicional de sus salarios para educar a sus hijos o mantener a la familia más o menos sana.

Muy por el contrario, como se sabe, ello ocurre a cada rato hasta en los mejores países.

Sin embargo, el salario medio real refleja aproximadamente el valor medio de la fuerza de trabajo y su variación a lo largo del tiempo refleja la manera en que ha ido evolucionando históricamente «el volumen de las llamadas necesidades naturales, así como el modo de satisfacerlas».

Felizmente para los investigadores en la materia, en Chile se dispone de una serie histórica de salarios bastante ajustada a la realidad, compilada hasta 1995 por un equipo de la Universidad Católica encabezado por el distinguido economista y ex bi-ministro de Pinochet, Rolf Lüders. Se basaron a su vez en las cifras de inflación cuidadosamente reconstruidas por los ministros concertacionistas Jorge Marshall y René Cortázar, en sus años mozos de férreos opositores a la dictadura. Ellos corrigieron la distorsión provocada por la grosera falsificación del IPC tras el golpe militar. CENDA completó la serie hasta hoy día y realizó comparaciones basadas en mediciones que toman en cuenta los ciclos económicos, de modo de evitar el error de comparar un año de «boom» de un ciclo con el de depresión de otro.

El elemento clave del ese «elemento histórico moral» que fija el valor de la fuerza de trabajo es la correlación de fuerzas entre los capitalistas y los trabajadores. Ésta fija los límites a «los hábitos y las exigencias con que se haya formado la clase de los obreros libres.» Chile constituye un ejemplo notable al respecto.

Si se observa la evolución del salario medio real a lo largo del siglo 20, se aprecia como el mismo se incrementa fuertemente a medida que los campesinos migran para transformarse en asalariados urbanos. Éste proceso tiene lugar principalmente durante el período desarrollista, que en Chile se extiende entre 1924 y 1973.

Paralelamente, el proceso democrático se profundiza sucesivamente, hasta culminar en un virtual empate en términos del poder político, especialmente en virtud de la influencia determinante de los trabajadores durante la auténtica revolución que encabezó el gobierno del Presidente Allende.

Como resultado de todo ello, entre 1929 y 1971, ambos años de máximo «boom» en los respectivos ciclos económicos, los salarios reales se incrementan nada menos que 3,5 veces.

Sin embargo, caen a la mitad inmediatamente después del golpe militar de 1973, que reprime brutalmente al movimiento obrero y liquida su representación política. Luego se mantienen muy deprimidos hasta el término de la dictadura, cuando alcanzaban menos de un 70% de su nivel anterior al golpe.

Con el advenimiento de la democracia, la correlación de fuerzas entre empresarios y trabajadores mejora algo en favor de los segundos. Ello se refleja en un incremento inicial y luego sostenido aunque muy moderado, de las remuneraciones. Éstas logran recuperar el nivel real anterior al golpe militar recién en diciembre de 1999, el último mes del siglo 20. En diciembre del 2006, los salarios reales en Chile eran apenas un 20 por ciento superiores a los que habían logrado un tercio de siglo atrás.

Por cierto, la evolución de los salarios reales resulta determinante en la distribución del ingreso. Una manera simple y contundente de medirla – siempre es la mejor forma de hacerlo -es comparar la evolución del producto interno bruto, PIB, con los ingresos del conjunto de los trabajadores. Estos últimos a su vez se pueden estimar multiplicando el salario medio real por el número de trabajadores.

La evolución de estas cifras a lo largo del siglo no deja lugar a ninguna duda. Entre 1929 y 1971, es decir durante el período desarrollista, el PIB se multiplicó 3,7 veces al tiempo que los ingresos de los trabajadores en su conjunto se multiplicaron 6,8 veces. Entre 1971 y 2006, en cambio, el PIB volvió a multiplicarse 3,7 veces, sin embargo, el ingreso de los trabajadores en su conjunto sólo creció 3,0 veces.

En otras palabras, mientras durante el período desarrollista el ingreso de los trabajadores casi duplica su participación en el PIB, la misma se contrae casi en una cuarta parte después del golpe militar y hasta nuestros días.

Ello se debe exclusivamente a la evolución señalada de los salarios reales, puesto que el número de trabajadores aumenta sólo 1,9 veces entre 1929 y 1971, mientras lo hace en 2,5 veces entre 1971 y 2006. Ello se debe al aumento explosivo del número de mujeres trabajadoras, cuyo número crece 3,8 veces en el segundo período estudiado.

En otras palabras, a pesar que el número de trabajadores aumenta muchísimo, la participación de sus ingresos en el PIB disminuye sustancialmente, debido al estancamiento de sus salarios reales.

Lo anterior desmiente categóricamente lo que sostiene un reciente libro del Banco Mundial y que está de moda repetir: que la mala distribución del ingreso en América Latina es secular, que no ha variado nunca casi nada y su carácter regresivo se origina en tiempos de la colonia. En Chile, al menos, no ha sido así.

Al contrario, ha variado de modo dramático siguiendo las enormes discontinuidades en el salario generadas por las asimismo dramáticas alternativas del poder relativo de los trabajadores en la sociedad chilena.

De este modo, la mejor manera de mejorar los salarios y la distribución del ingreso en Chile de modo extraordinario es… ¡una nueva constitución!

Todo va a ser mejor. El país va a sentirse más unido y seguro. El empleo también mejorará, a pesar de lo que afirman algunos «expertos». El mercado interno crecerá y la economía dependerá menos de las veleidosas exportaciones. Un buen estado de bienestar servirá de regulador automático del efecto amortiguador del gasto público sobre los ciclos económicos. En resumen, la economía también funcionará mucho mejor.

Todos se verán beneficiados, especialmente los empresarios. Dejémonos entonces de niñerías y cambiemos la constitución de una vez.

Manuel Riesco
Economista CENDA


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