Ser de izquierda y estar a favor del mercado parece ser la última moda ideológica. Sería la marca comercial de un “progresismo” moderno y “juvenil” que busca venderse en el mercado político-electoral (por supuesto que sus consejeros y tutores intelectuales son viejos zorros de la política y de los negocios).
El problema es que la afirmación es tan vaga, propagandística y sin matices que no permite avanzar en la definición de una política económica para un país que aspira a proyectarse en el futuro y dar bienestar y felicidad a todos y a todas (1).
Porque de lo que se trata es saber cuáles son las candidaturas que están dispuestas a avanzar en pos de una sociedad más justa y solidaria y las otras que, haciendo uso de una fraseología hueca, buscan mantener, con pequeñas reformas o “políticas públicas”, un sistema de privilegios y de desigualdades cuya finalidad es el acaparamiento privado de la riqueza colectiva.
Y en meses de campañas, los tiempos políticos-electorales no son los mismos que los tiempos sociales e históricos. Los primeros se caracterizan por el día a día de la frase mediática corta para agradar a la cámara y al periodismo banal, y los segundos, por una temporalidad (2) de al menos 10 años para cambiar la estructura de poder de un país.
Estas dos temporalidades están a menudo en contradicción. Ya que los programas electorales de los candidatos buscan fórmulas para ser elegidos o reelegidos y para lograrlo quieren consensuar a Dios con el diablo. Tras el prosaico objetivo de sumar votos.
Por lo mismo, la calidad de los debates en torno al modelo económico y social son de una importancia vital. Más aún en tiempos de crisis profunda del capitalismo: de despidos, pandemias (de colapso de estructuras sanitarias), de crisis de la educación y de crisis ecológicas donde las normativas para el manejo de recursos naturales son determinantes en la definición de un desarrollo futuro armónico y sustentable.
¿Es posible diseñar una política pública para apoyar e incentivar la puesta en marcha de PYMEs innovadoras si no hay una red de bancos bajo control público estatal que permita el acceso al crédito a jóvenes emprendedores por fuera del mercado financiero? Todos los estudios de casos revelan que no hay innovación sin una fuerte presencia estatal que financie la investigación académica-científica (3).
En el debate económico-político es primordial identificar claramente cuáles son las actividades productivas de bienes y servicios que deben estar bajo control de intereses privados guiados por el lucro y, por lo tanto, reguladas por las leyes del mercado y, cuáles, deben —puesto que son esenciales para el desarrollo de una comunidad democrática de iguales— estar gobernadas por la lógica del enriquecimiento social y colectivo; de la redistribución y de la satisfacción de las necesidades sociales.
¿Podemos aceptar dejar los fondos de pensiones de los ciudadanos en manos de la especulación irresponsable de las AFP privadas y de los mercados financieros globales; los recursos naturales a las 8 multinacionales que depredan el planeta; la producción de energía a los consorcios nucleares que no saben qué hacer con los desechos radiactivos (en un país volcánico que danza sobre placas tectónicas inestables); la innovación científica y tecnológica a nadie porque no es rentable para los mercados; la educación, la salud, la vivienda, el transporte en manos privadas; la información democrática a 3 grupos mediáticos que la valorizan como una mercancía, bajo su aspecto sensacionalista y su capital de curiosidad?
Dicho de otro modo, un debate democrático productivo debe identificar qué debe ser considerado como mercancía y sujeto a la búsqueda privada de la ganancia máxima y qué es un bien público y democrático cuya producción debe ser sustraída a las prosaicas leyes del capitalismo.
Bien sabemos que el mercado distorsiona el orden de las prioridades humanas y el acceso de todos y todas a bienes fundamentales, cada vez más considerados como universales. Tal concepción considera que el Estado es garante del bien común, y para que esto sea posible las clases subalternas deben organizarse, construir un poder ciudadano y luchar para exigir el respeto de sus derechos (e inscribirlos en una Constitución democrática).
Así vistas las cosas, no se está por o contra el mercado a secas. Sino contra la concepción dogmática que quiso y quiere convertir las leyes mercantiles del capitalismo en un principio de base que transforma todo en mercancía (la naturaleza, el trabajo creador y las personas) y sobre el cual se plantea incluso erigir el funcionamiento de las relaciones sociales (la utopía neoliberal de F. Von Hayek, M. Friedman y Cia.).
Esta ideología—el neoliberalismo— acaba de fracasar, en el plano teórico, pero aún es el credo de la alianza piñerista. Sin olvidar que el ultra-liberalismo penetró profundamente el espíritu de los “renovados” y de los socio-liberales de todas las edades.
Concluyendo, el mercado debe ser escrupulosamente considerado en su justa dimensión económica. Sólo como un medio o un mecanismo más para optimizar, en algunos sectores, la producción de bienes y servicios. Para lograr la satisfacción de algunas necesidades individuales y sociales. Las otras deben ser satisfechas en el contexto de una economía solidaria y por construir.
Si se escamotea este debate y se deja todo el margen para seguir afirmando vaguedades en política económica, es decir, se continúa con las ambigüedades en torno a los mercados, para justificar las ganancias y el poder de los 6 grandes grupos económicos que controlan la economía chilena, no se habrá avanzado en un debate fundamental.
Para que el debate no se dé en la forma vaga, confusa, mediática y oportunista, se necesita el concurso de los movimientos sociales, populares, de trabajadores, profesores, estudiantes y de mujeres; de las fuerzas políticas y de los intelectuales críticos organizados. Estos últimos siguen ausentes del debate acerca de los desafíos y retos para construir un Chile justo y solidario.
Por Leopoldo Lavín Mujica
1. Sobre el tema ver mi columna” Schumpeterianos o burguesías lumpen”: http://www.generacion80.cl/noticias/columna_completa.php?varid=516
2. Según el diccionario de la RAE: “Tiempo vivido por la conciencia como un presente, que permite enlazar con el pasado y el futuro”.
3. Las llamadas incubadoras de empresas cuentan con recursos del Estado para ayudar a innovar y a emprender. Son las responsables de innovaciones tecnológicas que utilizan los avances del conocimiento científico y aprovechan la fértil relación entre empresarios, científicos y académicos. A cambio, deben desarrollar tecnologías armónicas con un medio ambiente sano y aportar con empleos de calidad y condiciones de trabajo óptimas para los trabajadores, técnicos y profesionales contratados. Además, se olvida, por ignorancia, que la llamada revolución tecnológica de la información no fue el fruto de individuos emprendedores como Bill Gates trabajando solos en un “basement”, sino el resultado de un vasto programa de financiación de laboratorios, becas, cátedras, pasantías y posgrados, que desde 1960 significó billones de dólares invertidos por el Gobierno Federal de EE.UU. en investigación militar que fue más tarde desviada a fines civiles por quienes defendían la idea de la circulación libre de la información (Norbert Wiener el padre de la Cibernética). Muchos de ellos impregnados de los valores del movimiento hippie. Y la Web (cuyo objetivo es compartir la información sin cederle terreno a los que la consideran como un instrumento del mercado), es producto de una ideología libertaria.