Sapiens del israelí Yuval Noah Harari fue publicado, por primera vez, en el año 2011 en hebreo. En el año 2014 fue traducido al inglés (y ampliado) para convertirse en el actual best-seller. Posteriormente el autor publicó dos libros más que pueden leerse en una misma serie: Homo Deus (2016) y 21 lecciones para el siglo XXI (2018). Lo sustancial de su pensamiento, sin embargo, ya está en esta primera obra, que sintetiza los diversos proyectos ideológicos de las burguesías para las próximas décadas (en todo caso, el origen de la Humanidad no es otra cosa que una revisión teleológica de este proyecto global capitalista).
Sapiens -que en español fuera traducido como De animales a Dioses– ha vendido millones y millones de copias en decenas de idiomas. Este éxito no es casual: logra, sin duda, captar las ideas liberales dominantes y darles otro volumen teórico y conceptual. De hecho, Harari no es concesivo con su propio liberalismo -y podemos suponer con el de la mayoría de sus lectores-: da vuelta una y otra vez sobre sus límites. No por nada es un libro central para los grandes empresarios de uno de los lugares donde se “cocina” el futuro de la humanidad: Silicon Valley. También Barack Obama y Ángela Merkel -entre otros líderes mundiales- lo han nombrado como un modelo teórico para pensar los problemas actuales que atraviesa la Humanidad.
Acaso las causas sean evidentes y para nada contemporáneas: el imperialismo tiene una lógica ciega en su modo de acumulación. Pero mucho más aún en este nivel contemporáneo de fragmentación y alienación (donde la misma clase burguesa está fragmentada y alienada en la destrucción de las condiciones básicas de existencia: su único proyecto, parece, es ir “más allá” del planeta Tierra). Es por esto que Harari otorga a un sector de la burguesía imperialista un sentido de mundo y una misión histórica. Desde ya, para lograr tal objetivo Sapiens excede los límites del panfleto. Es, por cierto, un complejo libro que articula de modo original diversas disciplinas (arqueología, biología, historia, sociología, etc.) atento al vacío existencial contemporáneo en que viven muchos de sus millones de lectores: sea hablando de Gilgamesh o de la colonización de Marte, Harari está atento -pero no necesariamente de modo condescendiente- a ese lector.
Hubo historiadores profesionales que le criticaron algunas contradicciones teóricas. No obstante, es evidente que la búsqueda del autor excede todo tipo de preciosismo metodológico (aunque aclaremos que es un libro, en líneas generales, riguroso y fundamentado); es una obra que, sobre todo, da explicación de mundo y explicación de subjetividad a su clase social. Podríamos señalar algunas vacilaciones explicativas -por ejemplo, se descubren hipótesis “biologicistas” superpuestas a otras “culturalistas” dependiendo de su lógica argumental- pero nunca cierra del todo sus hipótesis y, además, nunca recurre a una retórica concluyente -es, digamos, un liberal consecuente-. Pero, en particular, es un libro audaz en los cruces de épocas y temas; en sus observaciones singulares e irónicas; en las apelaciones constantes al lector (inclusive, para despistarlo); en las inflexiones narrativas que logran pasar siglos y conceptos densos a ritmo literario; en el uso de una bibliografía amplia y especializada aunque, claro, ancladas en el mundo europeo y norteamericano.
Podríamos afirmar que Harari es superior no sólo a otros intelectuales orgánicos de su clase sino a gran parte de la intelectualidad que busca una crítica superadora al sistema de producción actualmente dominante. En principio, porque Harari presenta un cuadro integral y completo de la historia de la humanidad para un vasto sector social. Claro: una historia liberal de un sujeto liberal. Pero, como ya dijimos, Harari no tiene concesiones con su propia ideología y la pone en discusión todo el tiempo: le muestra sus vacíos, sus límites, sus arbitrariedades y violencias. Pero, en todo caso, y acá radica su logro: presenta de modo ordenado una visión completa de mundo, un claro proyecto político y una épica secular: ¿quién o qué está planteando de modo tan integral otro proyecto distinto?
¿Qué puede decir la izquierda, por ejemplo, de “la familia”, “los valores”, “la nación”, “el origen de la vida” y que eso, a su vez, tenga sentido y valor para la clase obrera?
Volvamos, ahora, al “suceso Harari”. Aquel que vende millones y un sector importante de los líderes empresariales y políticos mundiales ubican como un “gurú de las élites”. Sobre todo, a aquellas que suelen ser denominadas como “burguesías globalistas”. De este modo, es el prototipo de enemigo perfecto para otro sector de las élites imperialistas, aquellas de corte conservador y nacionalista: Harari es ateo, vegano, homosexual, judío e israelí, sin hijos. Escribe en inglés con formas que podrían asemejarse a lo que en lengua española se suele llamar “lenguaje inclusivo”. Más aún: practica asiduamente meditación vipassana, realiza todos los años un mes de retiro espiritual y no usa celular.
Sin embargo, Harari -en este sentido, no en otros- es más incisivo que estos conservadores, cuando en varios momentos de su obra afirma, casi como al pasar -en criollo diríamos como “avivando giles”- que hoy todo sistema de producción está basado en la acumulación de capital. En consecuencia, ni siquiera debe poner en juego ninguno de sus “consumos identitarios” para fortalecer sus posiciones ideológicas: deja ese juego menor a los izquierdismos pequeño burgueses y a los localismos atávicos. Él habla desde el poder y sobre las opciones del futuro capitalista.
Lo que discute Harari es aterrador, salvaje y genial. Es decir, el futuro de la humanidad que el autor resume en las tres opciones de transhumanismo moderno (lo que llama la segunda revolución cognitiva: la primera fue la que propició el surgimiento del Homo Sapiens hace unos 70.000 años). Asume que en las próximas décadas -o, a lo sumo, en unos pocos siglos- el Homo Sapiens va a desaparecer. No descarta que esto suceda por la extinción a causa de una guerra atómica o de una catástrofe natural. Pero privilegia una segunda posibilidad, instrumentalizada en tres opciones: el reemplazo del ser humano por un “ser divino”. Esto es: la desaparición de la evolución por selección natural, reemplazada por la evolución determinada por el designio humano (o post-humano). Esto puede darse, según él, por tres medios: la transformación biológica del ser humano en un ser a-mortal, por su conversión en cyborg o, simplemente, en el reemplazo del ser humano por las inteligencias artificiales y la vida robótica. En todo caso, serían ya otras formas de inteligencias que prescindirían del ser humano tal como hoy lo conocemos. Esto, aclaremos, no es una imaginería propia de Harari: es lo que están discutiendo como proyecto de mediano plazo los que orientan el poder real en el mundo capitalista.
Harari presenta un futuro despiadado que, a veces, parece mirar con recelo y disgusto pero que no deja de presentar, en última instancia, como el único deseable (y hasta imaginable). Digamos: la vida social de la acumulación capitalista y la secularización ideológica. Este futuro es la distopía que ya comenzamos a vivir pero llevada a sus últimas consecuencias. Así, por ejemplo, la clase gobernante se transformará en una clase con un nivel de asimetría biológica y tecnológica que reestablecerá un sistema de castas; la pobreza y el caos en las periferias globales será inmenso; la desocupación será la condición obligatoria para las mayorías populares. En esos encabalgamientos de conceptos, Harari llega a afirmar que se podría revisar el nivel de fatalidad que supone una sociedad como la de Un mundo feliz de Aldous Huxley ya que no sería tan mala porque ahí, finalmente, “todos” -Harari en español seguramente escribiría “todes”- son “felices”. Olvida extrañamente, que además de presentar un mundo organizado por un sistema de castas, en Un mundo feliz también hay un afuera: las comunidades “fuera del sistema” que son “los indios” a los que en la novela se los llama “los retrógados” o “los salvajes” -interesante olvido de Harari que hace sistema con otros olvidos del autor; nunca refiere, por caso, a Palestina: ese otro real de su propio cotidiano no existe-.
No son estos los únicos “olvidos” de Sapiens. En efecto, en los momentos donde Harari expresa de modo evidente su ideología y su experiencia social (sin cuestionamiento) el libro pareciera escrito en aeropuertos, en foros internacionales, en hoteles cinco estrellas: el mundo real, desde la ventana que los mira, queda vago e impreciso. En correspondencia, en estos momentos su mejor lector es uno como él: un lector universal y liberal que cada tanto recuerda que su progreso deja muertos que imagina en fotos blanco y negro perdidas en algún libro de historia. También con estos “olvidos” a este lector le organiza un sentido de época y una experiencia ideológica nada despreciable como objetivo de un intelectual orgánico de las burguesías globalistas.
Por último, pondría en sistema esta obra salvaje y genial -un liberal, sin duda, no descubriría en el libro nada brutal porque ese es su grado cero para enunciar el mundo sin reconocer los muertos que deja su violencia y progreso- con otro personaje; uno de los más salvajes y geniales del mundo contemporáneo: Elon Musk (otro lector de Harari, pero no su lector prototípico). Musk es fascinante: mezcla la imaginería técnica al estilo futurismo italiano con conclusiones sociales brutales en base a la supremacía secular como única ética posible (lo otro es “lo loser”). Tanto en Harari, en Musk, como en quienes gobiernan y piensan el mundo, se ha decidido que habrá mayorías absolutas que vivirán en un estado de marginalidad completa.
No es sorprendente, por cierto, que en momentos de crisis y transformaciones del capitalismo nazcan monstruos como Musk o síntesis ideológicas brutales como las de Harari. Es sorprendente, y lo decimos con cierto terror, que nuestro lado, aquellas periferias que dieron guerra y épica contra el imperialismo estén ahora tan agotadas políticamente -inclusive movimientos de masas como el reciente en Chile terminan abrevando una versión actualizada del bacheletismo bien pensante-. Esa misma sensación se desprende de la lectura de los libros de Harari (o en las bravucadas de Musk o Bezos para su tribuna ‘libertaria’): no tienen miedo. En todo caso hay una confrontación entre ellos mismos: la implacable lucha entre imperialismos y proyectos globales. Pero a las clases populares, a las naciones del tercer mundo, a los pobres, a los trabajadores, no les temen nada. Absolutamente nada. Las sienten derrotadas y humilladas. Por eso Harari ni siquiera habla del comunismo o de los movimientos anticoloniales del siglo XX (los nombra, al pasar, con la repugnancia de una farsa plebeya que produjo hambre y caos, pero no tiene siquiera necesidad de discutir con ellos).
Esto, también, se desprende de Sapiens: las únicas discusiones que se dan, entonces, son entre “ellos mismos”. En suma, cuál será el proyecto ideológico dominante para el siglo XXI y cómo destruir, de un modo más o menos ordenado o más o menos salvaje, el mundo. Discuten si se mudarán a Marte, si esclavizarán a los sapiens, si ya se puede experimentar genéticamente con humanos a gran escala.
A un lector de estas periferias pobres el libro de Harari le ofrece también algo más: un sentimiento anacrónico de nostalgia. Nostalgia de un mundo donde los ricos, al menos a veces, tenían miedo. Y un mundo, al menos a veces, donde los trabajadores teníamos un horizonte político.
Finalicemos, con una sucinta reflexión de Harari que realiza Roberto Calasso en La actualidad innombrable: “[Harari] tiene el don de decir con claridad brutal lo que muchos otros no saben pensar, ni osarían formular. A tales seres se les debe gratitud, porque permiten saber con exactitud con qué nos enfrentamos”. Vale, entonces, preguntarnos: ¿sabemos a qué nos enfrentamos? Y más aún: ¿construiremos el proyecto político para realizarlo?
Por Mariano Dubin
Escritor, docente e investigador universitario argentino. Publicó el libro de ensayos: Parte de guerra. Indios, gauchos y villeros: ficciones del origen (2016).
Publicada originalmente el 25 de abril de 2022 en Alai.