Por Manuel Baquedano
Se denomina Antropoceno al período geológico en el que la fuerza principal de modificación de los ecosistemas es el ser humano. El término fue popularizado por el holandés -Premio Nobel de Química-, Paul Crutzen, en el año 2000. Se estima que el Antropoceno comenzó con la Revolución Industrial, hace unos 200 años, con el uso masivo e intensivo de combustibles fósiles como el carbón, el gas y el petróleo; todos ellos producidos y almacenados bajo tierra por la naturaleza durante millones de años. Actualmente, este uso intensivo de los combustibles fósiles es la principal causa del calentamiento global que sufre el planeta Tierra.
Resulta evidente que, desde que se tomó conciencia sobre el problema del calentamiento global, éste no ha dejado de crecer y se ha transformado en un proceso incontrolable, que ha provocado una gran transformación en la naturaleza y que llega incluso a poner en riesgo la permanencia de los seres humanos en el planeta.
Es por este motivo que la ONU entabló largas negociaciones entre sus países asociados, para estabilizar el clima dentro de los parámetros normales. En 2015, en París, los países miembros fijaron como meta la detención del aumento de la temperatura en 1,5 grados para el año 2030. De esta forma pretendían asegurar que el aumento de temperatura se mantuviera en dos grados para el año 2100.
Sin embargo, hace dos semanas, la Organización Meteorológica Mundial (OMM), una de las agencias especializadas de las Naciones Unidas, declaró que existe un 50 por ciento de probabilidades de que la meta de aumento de 1,5 grados por encima de lo normal se alcance entre 2025 y 2026, es decir, cinco años antes de lo previsto lo que demostraría el fracaso del acuerdo. Si no cambia la tendencia, los temidos dos grados podrían alcanzarse en 2040 y no en 2100 como se había previsto en París.
Es muy probable que la ONU esté preparando a la opinión pública y a los gobiernos para admitir el fracaso de las negociaciones climáticas, que se transformará también en el fracaso de la civilización industrial para controlar uno de sus mayores problemas.
En este contexto nos podemos preguntar, al igual que Roy Scranton en el libro que inspiró esta columna “Aprender a vivir y a morir en el Antropoceno”, si como humanidad, como país, como familia y como persona, estamos transitando este proceso de aprender a vivir y a morir en una época caracterizada por la crisis climática.
Scranton fue un soldado raso que estuvo en Irak durante tres años. Una de las principales lecciones que recibió en Irak fue la siguiente: que un soldado que no aprende a aceptar su propia muerte antes de una batalla no puede llevar bien su desempeño en circunstancias límites. El autor relata que sólo cuando aceptó que podía morir en un enfrentamiento pudo controlar sus miedos y desempeñarse con toda su capacidad para sobrevivir. Y entonces fue que permaneció con vida y regresó a su país.
Todo lo que estamos viviendo (la pandemia, la crisis energética, las hambrunas y las guerras) nos revelan que la civilización industrial impulsada por el petróleo fracasó en su intento de superar las anomalías producidas por ella misma. Son las externalidades (como dirían los economistas) las que se han ido transformando y han hecho que las políticas e innovaciones producidas para hacerles frente no hayan sido exitosas. Esto es así porque la causa principal tiene su origen en el agotamiento del petróleo, del gas y del carbón. Y es importante destacar que las energías renovables no alcanzarán nunca a reemplazar a los combustibles fósiles.
La actividad humana sobrepasó los límites de la vida y de la naturaleza para mantenernos como especie. Ya no tenemos tiempo para tratar de solucionar los problemas climáticos y ecológicos con reformas que pronto quedarán obsoletas. El tiempo de las mitigaciones se terminó. Para enfrentar la era de la escasez y sobrevivir no nos queda otra opción más que adaptarnos profundamente, simplificar nuestros modos de vivir, eliminar lo superfluo y aumentar nuestra capacidad para enfrentar estos problemas desde la sociedad civil y junto a nuestra comunidad.
Por otra parte, en materia de crisis climática, es fundamental conocer la verdad sobre lo que está pasando y esto hoy lamentablemente no está ocurriendo. Cuando la ONU dice que las metas del Acuerdo de París tienen un 50 por ciento de probabilidades de cumplirse, lo que en realidad está haciendo es advirtiéndonos sobre la posibilidad de que estos objetivos no se alcancen (Existen incluso estudios que indican que estas probabilidades son menores al cinco por ciento). En el mismo sentido, cuando el Gobierno actual dice que va aumentar el fondo para estabilizar la suba en el precio de los combustibles, en realidad no está diciendo la verdad. Los combustibles no van a bajar, porque es su escasez lo que está provocando los desmanes en el mundo y también en nuestro país. La pretendida estabilización de precios es probable que se transforme en un subsidio disfrazado con la complicidad de nuestra élite económica, política y cultural.
Es necesario educar a la ciudadanía sobre la crisis climática y sus consecuencias para Chile. Es necesario también decretar la emergencia climática en el país y ordenar las prioridades de las naciones que conforman nuestro territorio. Si no sabemos enfrentar la crisis climática, todas las demandas que legítimamente tiene la ciudadanía (y que la Nueva Constitución podrá expresar) no serán satisfechas y tendremos que volver a ponernos de acuerdo, pero esta vez para sobrevivir.
La vida y la muerte, cuyos misterios nos han acompañado siempre, han dejado de ser un problema existencial individual y se han transformado en un problema colectivo. Como advierte Roy Scranton, para sobrevivir como especie primero tendremos que aceptar y aprender a enfrentar la muerte de nuestra civilización industrial.
Por Manuel Baquedano
Presidente del Instituto de Ecología Política
Publicado en Poder y Liderazgo 19.05.22