El domingo se celebrará la primera vuelta presidencial en Colombia y, al parecer, se cumplirá el sueño de que la progresía, la izquierda y los movimientos populares puedan tener un candidato de peso, con verdadero chance, y que no termine asesinado en plena campaña, como ha ocurrido con al menos cinco de sus candidatos históricos. Ya eso es un cambio considerable y plausible para todo el país.
América Latina se felicita de que este país, extraviado por la guerra fratricida de 70 años, vuelva a la normalidad política; es decir, a la competencia democrática-electoral cercenada desde entonces por una violencia territorial que convirtió al Estado colombiano en un agente de guerra que no toleraba ninguna propuesta de transformación, explica el sociólogo Ociel Alí López en un artículo de opinión para RT.
Pero más allá del chance real que tenga dicho candidato izquierdista, quien realmente se lo está jugando «todo», no en la segunda vuelta sino incluso en la primera, es el uribismo y la institucionalidad conservadora en pleno, puesto que su candidato, Federico Gutiérrez, apoyado por todas las «vacas sagradas» de la política, podría ceder ante el inesperado repunte de un candidato ‘antiestablishment’, un populista radical de centro, que es el ingeniero Rodolfo Hernández.
Es entre estos candidatos que se disputarán los dos puestos del balotaje, aunque hay otras opciones en la mesa que buscarán un buen resultado para negociar «al alza» con los candidatos favorecidos.
Si ningún candidato obtiene la mitad más uno de los votos, la nueva cita será el 19 de junio, tras algunas semanas de tenaz campaña.
El uribismo va a juicio
El uribismo, con todo su poder territorial e institucional y el soporte de líderes tradicionales –casi todos los expresidentes conservadores y liberales– y todo el ‘status quo’, ha apostado por un candidato que, en la medida que recibe su apoyo, ha ido frenando su ascenso y perdiendo vuelo.
Más que del uribismo –hegemónico durante las últimas dos décadas–, hablamos de los 200 años de poder oligárquico inquebrantable, con todos sus partidos, sus instituciones liberales, incluidos los medios y los entramados narcotraficantes y paramilitares que han azotado y siguen azotando el campo colombiano. Todos de manera articulada han creado un bloque hegemónico que parece estar disolviéndose.
De esta manera, es el ‘establishment’ colombiano quien está en serio riesgo de ser sacudido por primera vez en la historia republicana del país. Si eso ocurriera en una segunda vuelta, sería un duro golpe a este conglomerado; pero si es en primera, implicaría un nivel de disolución profunda del bloque de poder.
Con Uribe judicializado por nexos paramilitares, después de tres años de protestas y oleadas de estallidos urbanos, con derrotas electorales en las regionales de 2019 y con un malestar a cuestas, el uribismo por primera vez en 20 años no sale en puesto ganador. Por el contrario, debe practicar el «entrismo» en otras candidaturas y movimientos para poder sobrevivir al reproche público al que está siendo sometido, especialmente desde que el actual Gobierno de Iván Duque fue quedando «off side» en una Colombia que no es la misma que aquella de 2018 en la que ganó.
No obstante, el otro escenario aún es probable y no debe ser descartado a priori. Es decir, después de arrasar en las presidenciales de 2018 y en el plebiscito contra los acuerdos de paz de 2016, no hay que menospreciar la fuerza del conservadurismo. Su impronta puede permanecer y sorprender los resultados. Esto sucedería especialmente si la primera vuelta les deje con vida y busca en el repechaje «respirar en la nuca» de Petro.
Colombia este domingo dirá si se parece más a la que votó en contra de los acuerdos de paz o más bien está cerca de la que lleva tres años en las calles protestando.
Un solo protagonista para Colombia
Obviamente, Gustavo Petro es la figura central de todo esto. Tanto por su procedencia guerrillera y radical de izquierda y su propuesta profunda de cambio como por todos los obstáculos que ha tenido que saltar en el intento de llegar a la silla presidencial, incluyendo su judicialización cuando fue alcalde de Bogotá y todas las acusaciones y criminalizaciones que hasta ahora ha eludido con estilo y brillantez.
El riesgo más acuciante y del que más se tendrá que cuidar en una hipotética segunda vuelta es el que amenaza su propia vida, ya que en la medida en que se acerca a su meta, la va acechando aún más.
Petro ha sido amenazado por grupos paramilitares y a la vez ha sido atacado por el comandante del Ejército Eduardo Zapateiro, mientras, en paralelo, los medios le criminalizan sin piedad.
Son muchos los actores de guerra que miran con recelo su triunfo en una sociedad acostumbrada a resolver con bala los conflictos políticos y en la que las castas oligárquicas nunca han cedido el control político. Es esto último lo que podría haber cambiado.
Llegado el momento, a pocas horas de la primera vuelta, una variedad de candidatos compiten y es eso lo más valedero del momento actual.
Este domingo Colombia vivirá su primera gran fiesta electoral postbélica y esperemos que el resultado sea respetado por todos.
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