Los impactos del cambio climático se sienten en todo el mundo, especialmente, en cuanto a la crisis hídrica se trata. La situación es cada vez más evidente y severa en Latinoamérica, así lo confirma un nuevo informe de las Naciones Unidas, “Sequía en números 2022, restauración para la preparación y la resiliencia”, publicado hoy, el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía.
Las cifras reveladas por este estudio son contundentes: alrededor de 17 millones de personas fueron afectadas por la sequía entre el 2000 y el 2019 en la región, siendo los países que encabezan la lista Guatemala, Haití, Paraguay, Honduras y El Salvador.
Hasta el 2021, por lo menos 6.4 millones de personas perdieron sus cultivos en Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua. Ese número es preocupante pues se ha triplicado en poco tiempo con respecto al 2019, cuando la suma bordeaba los 2.2 millones de personas.
Pero el panorama es igual de adverso si miramos la problemática a nivel mundial. El informe de las Naciones Unidas revela que el número y la duración de las sequías ha aumentado en un 29 % desde el año 2000 y que hoy existen más de 2 mil 300 millones de personas que sufren las consecuencias de la escasez de agua en el mundo. Además, según los datos publicados, se estima que las sequías aumentarán en frecuencia, intensidad y propagación. Por ello, a menos que se tomen medidas urgentes, las sequías podrían afectar a más de tres cuartas partes de la población mundial para 2050.
¿Qué es lo más urgente para combatir la desertificación?
La publicación señala que, dada la gravedad de los impactos existentes y los que se avecinan, el conocimiento científico riguroso, de la mano con una decidida voluntad política, son el camino para poner en marcha una acción global y urgente.
“Debemos hacer frente a la sequía con urgencia, utilizando todas las herramientas que podamos”, señala brahim Thiaw, secretario ejecutivo para la Convención contra la Desertificación de las Naciones Unidas. Thiaw. Para ello, precisa que una de las mejores y más completas formas de hacerlo es a través de la restauración de la tierra, que incluye atender la degradación de los ciclos del agua y la pérdida de fertilidad del suelo. Y la mejor manera de alcanzar esta meta, según el experto, es imitando a la naturaleza y a sus procesos de reconstrucción de los paisajes.
Sin embargo, la restauración no es suficiente. Por eso las Naciones Unidas menciona también la necesidad de proteger y administrar las tierras con mejores prácticas de consumo y producción, donde actividades como la agricultura busquen técnicas de gestión sostenibles, en este caso, que produzcan más alimentos con menos tierra y menos agua.
El caso de Chile
Chile es el único país latinoamericano entre los 23 que han sido identificados por las Naciones Unidas con emergencias por sequía entre 2020 y 2022. Además, señala que, durante 2020 y 2021, se registró un déficit de lluvias en todo el sur del continente americano.
René Garreaud, director del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2 y académico del Departamento de Geofísica de la Universidad de Chile, señala que aunque Santiago de Chile, en la parte central del país, tiene un clima naturalmente seco y es una zona donde históricamente ocurren sequías, a partir del año 2010 la secuencia de estos eventos ha sido ininterrumpida.
“Es a lo que le llamamos ‘megasequía’. Independientemente del consumo –que nosotros todavía no tenemos una claridad al respecto, aunque colegas han empezado a trabajar el tema– el hecho de que haya disminuido la disponibilidad es lo que ha causado este déficit hídrico en gran parte de Chile central; durante más de 10 años hemos vivido en promedio con un déficit del 30%”, explica Garreaud según lo consignado por el medio La Lista.
La prorrogación de la infame Ley de Riego ha beneficiado a grandes productores agrícolas, en vez de a los más pequeños, con lo que se ha promovido la expansión de la superficie agrícola y agravado los problemas de sequía. Además, para dimensionar la situación, apuntan que en las comunidades más afectadas por la llamada megasequía, las personas viven apenas con 20 litros de agua diarios.
“Lo que está ocurriendo en Chile, en estos últimos 10 años, es que hemos tenido una sinopsis del cambio climático. De hecho, esta disminución promedio del 30% es lo esperable, más bien, hacia el periodo de los años 2050 o 2060, incluso más adelante”, agrega el experto.
“Entonces, como que se ha adelantado el futuro, justamente porque hay una superposición de las señales del cambio climático con la variabilidad natural, dentro de todo lo malo que puede significar esta situación, podemos ir aprendiendo sobre qué prácticas y qué estrategias funcionan y cuáles son sostenibles”, finalizó Garreaud.
Desertificación en Chile: Un territorio de por sí desfavorecido
La geografía que posee Chile está caracterizada por bordes costeros a bajas alturas, áreas áridas y espacios propensos a la desertificación, además de zonas urbanas con problemas de contaminación atmosférica, que potencian negativamente los efectos de cualquier sequía natural.
La vulnerabilidad hídrica está fuertemente relacionada con la aridización de los suelos. La degradación ecológica en la que el suelo fértil pierde total o parcialmente su potencial de producción es conocido hoy como desertificación debido, entre otras cosas, a que le otorga al paisaje un aspecto más desértico. Es cierto que los expertos señalan que las principales causas de este fenómeno son el cambio climático, la degradación de los suelos y la pérdida o empobrecimiento de la cubierta vegetal. Sin embargo, es importante entender además que la desertificación puede ser agravada por la influencia humana a través de prácticas como la deforestación y la agricultura insostenible.
Las cifras son preocupantes, por cuanto se estima que el 76% de la superficie chilena está afectada por sequía, desertificación y suelo degradado, lo que representa una pérdida de patrimonio vegetal irreversible.
En este día en que se recuerda año a año la crisis a la que se enfrenta el planeta con el avance de las sequías, el Ministerio de Agricultura se pronunció al respecto señalando que reafirma su compromiso con una mejor gestión del agua y el trabajo corresponsable entre todas y todos para que Chile tenga seguridad hídrica. Pero como de intenciones no se vive, el rol de la ciudadanía es presionar para que las distintas instituciones públicas traduzcan ese «compromiso» en políticas públicas reales y efectivas.