Lo que los occidentales llaman Occidente – o civilización occidental – es un espacio geopolítico que surgió en el siglo XVI y se expandió continuamente hasta el siglo XX. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, cerca del 90% del planeta era occidental o estaba dominado por Occidente: Europa, Rusia, América, África, Oceanía y gran parte de Asia (con las excepciones parciales de Japón y China). A partir de entonces, Occidente comenzó a contraerse: primero con la Revolución Rusa de 1917 y el surgimiento del bloque soviético, y luego, a partir de mediados de siglo, con los movimientos de descolonización. El espacio terrestre (y poco después el espacial) se convirtieron en campos de intensas disputas.
Mientras tanto, lo que los occidentales entendían por Occidente estaba cambiando. Comenzó como cristianismo y colonialismo, luego cambió a capitalismo e imperialismo, y después se metamorfoseó en democracia, derechos humanos, descolonización, autodeterminación y “relaciones internacionales basadas en reglas” – siempre dejando claro que las reglas serían establecidas por Occidente y sólo se cumplirían cuando sirvieran a sus propios intereses – y finalmente, en globalización.
A mediados del siglo pasado, Occidente se había reducido tanto que un grupo de países recién independizados tomó la decisión de no alinearse ni con Occidente ni con el bloque que había surgido como su rival, el bloque soviético. Esto llevó a la aparición, entre 1955 y 1961, del Movimiento de los No Alineados (MNOAL). Con el colapso del bloque soviético en 1991, Occidente pareció atravesar una época de entusiasta expansión. Fue en esa misma época cuando el ex presidente ruso Mijail Gorbachov expresó su deseo de que Rusia se uniera a la “casa común” de Europa, con el apoyo del entonces presidente estadounidense George H. W. Bush, un deseo reafirmado por Vladimir Putin cuando asumió el poder en 2000. Fue un periodo histórico breve, y los acontecimientos recientes demuestran que el “tamaño” de Occidente se ha reducido drásticamente desde entonces. Tras la guerra de Ucrania, Occidente decidió, por iniciativa propia, que sólo los países que aplicaran sanciones contra Rusia serían considerados parte del campo prooccidental. Estos países comprenden alrededor del 21% de los países miembros de la ONU, que constituyen sólo el 16% de la población mundial.
Preguntas
¿Es la contracción decadencia? Se podría pensar que la contracción de Occidente juega a su favor, porque le permite centrarse en objetivos más realistas con mayor intensidad. Una lectura cuidadosa de los estrategas del país hegemónico de Occidente, EE. UU., demuestra que, por el contrario, con aparente desconocimiento de la flagrante contracción, muestran una ambición ilimitada. Con la misma facilidad con la que esperan poder reducir a Rusia (una de las mayores potencias nucleares del mundo) a un Estado vasallo o llevarla a la ruina, esperan neutralizar a China (que va camino de convertirse en la primera economía mundial) y provocar pronto una guerra en Taiwán, (similar a la de Ucrania) para lograr ese propósito. Por otra parte, la historia de los imperios demuestra que la contracción va acompañada de la decadencia, y que ésta es irreversible y conlleva mucho sufrimiento humano.
En la etapa actual, las manifestaciones de debilidad corren paralelas a las de fuerza, lo que dificulta mucho el análisis. Dos ejemplos contrastados ayudan a comprender mejor este punto: los Estados Unidos representan la mayor potencia militar del mundo (aunque no hayan ganado ninguna guerra desde 1945) con bases militares en por lo menos 80 países. Un caso extremo de dominación es su presencia en Ghana, donde, según los acuerdos alcanzados en 2018, los Estados Unidos utilizan el aeropuerto de Accra sin ningún tipo de control o inspección, los soldados estadounidenses ni siquiera necesitan pasaporte para entrar en el país y gozan de inmunidad extraterritorial, lo que significa que si cometen algún delito, por grave que sea, no pueden ser juzgados por los tribunales de Ghana. Por otra parte, las miles de sanciones impuestas a Rusia están haciendo, por ahora, más daño en el mundo occidental que en el espacio geopolítico que Occidente define como mundo no-occidental. Las monedas de los países que parecen estar ganando la guerra son las que más se deprecian. La inflación y la recesión que se avecinan llevaron al director general de JP Morgan Chase & Co. Jamie Dimon, director general de JP Morgan Chase & Co., a decir que se avecina un “huracán”.
¿Es la contracción una pérdida de cohesión interna? La contracción puede significar más cohesión, y esto es bastante evidente. La dirección de la Unión Europea, es decir, la Comisión Europea, ha estado mucho más alineada – los últimos 20 años – con los Estados Unidos que con los países que la componen. Lo vimos con el giro neoliberal y con el apoyo entusiasta que mostró el anterior presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, a la invasión de Irak, y lo estamos viendo ahora con la actual presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, que parece operar como la subsecretaria de Defensa de los Estados Unidos. La verdad es que esta cohesión, si es eficaz para producir políticas, puede ser desastrosa para gestionar sus consecuencias. Europa es un espacio geopolítico que desde el siglo XVI vive de los recursos de otros países a los que domina directa o indirectamente y a los que impone un intercambio desigual. Sin embargo, nada de esto es posible cuando se asocian con los Estados Unidos o sus aliados. Además, la cohesión está hecha de incoherencias, como se ve en las narrativas conflictivas sobre Rusia. Después de todo, ¿Rusia es un país con un PIB inferior al de muchos países de Europa o es una fuerza que quiere invadir Europa, y que sirve de amenaza global que sólo puede detenerse con la ayuda de las inversiones proporcionadas por los Estados Unidos para armas y seguridad a Ucrania (que ya rondan los 10.000 millones de dólares), un país lejano del que quedará poco si la guerra continúa durante mucho tiempo?
¿La contracción se produce por razones internas o externas? La literatura sobre la decadencia y fin de los imperios muestra que, aparte de unos pocos casos excepcionales en los que los imperios fueron destruidos por fuerzas externas – como los imperios azteca e inca con la llegada de los conquistadores españoles –, los factores internos suelen dominar a la hora de provocar la contracción, aunque el declive puede ser precipitado por factores externos. Es difícil separar lo interno de lo externo, y la identificación específica es siempre más ideológica que otra cosa. Por ejemplo, en 1964 el conocido filósofo conservador estadounidense James Burnham publicó un libro titulado El suicidio de Occidente. Según él, el liberalismo, entonces dominante en los Estados Unidos, era la ideología que estaba detrás de esta decadencia. Para los liberales de la época, el liberalismo era, por el contrario, una ideología que permitiría una nueva hegemonía mundial más pacífica y justa para Occidente. Hoy, el liberalismo está muerto en EE. UU. (domina el neoliberalismo, que es su opuesto) e incluso los conservadores de la vieja escuela han sido totalmente superados por los neoconservadores. Por eso, el ex secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger (para muchos, un criminal de guerra) incomodó a los prosélitos anti rusos cuando este dos de mayo pidió negociaciones de paz, mientras hablaba del conflicto de Ucrania durante una conferencia en el Foro Económico Mundial de Davos. Sea como fuere, la guerra de Ucrania es el gran acelerador de la contracción de Occidente. Mientras Occidente quiere utilizar su poder e influencia para aislar a China, está surgiendo una nueva generación de países no alineados. Organizaciones como el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), la Organización de Cooperación de Shanghái y el Foro Económico Euroasiático son, entre otras, las nuevas caras de los Estados no occidentales.
¿Qué vendrá después? Todavía no lo sabemos. Es tan difícil imaginar a Occidente ocupando un espacio subordinado en el contexto mundial como imaginarlo en una relación igualitaria y pacífica con otros espacios geopolíticos. Sólo sabemos que para los dirigentes de los Estados occidentales cualquiera de estas hipótesis es imposible o, si es posible, apocalíptica. Por ello, el número de reuniones internacionales se ha multiplicado en los últimos meses: desde la reunión del Foro Económico Mundial que tuvo lugar en mayo en Davos hasta la más reciente reunión de Bilderberg en junio. No es de extrañar que en esta última reunión, de los 14 temas tratados, siete estuvieran directamente relacionados con los rivales de Occidente.
Biografía del autor: Este artículo fue producido por Globetrotter. Boaventura de Sousa Santos es profesor emérito de sociología en la Universidad de Coimbra (Portugal). Su libro más reciente es Decolonizing the University: The Challenge of Deep Cognitive Justice.
Fuente: Globetrotter