Por Revista Disenso
Habría que prestar atención a los planteamientos de quienes están a favor del Rechazo en el plebiscito de salida a la Nueva Constitución, pero no para realizar un fact-checking y desmentir a la derecha y sus aliados en los medios de comunicación, sino para analizar qué estrategia de poder se está tramando a partir del dispositivo argumental que despliegan.
Es lógico que gran parte de los argumentos son deliberadamente falsos, como la acusación de Ignacio Walker, quien asegura, por medio de una columna, que la nueva constitución eliminará el Poder Judicial. Walker alude a las “tradiciones constitucionales” para justificar sus impugnaciones, aunque no menciona que, en nombre de esas “tradiciones constitucionales”, el año 1973 civiles y militares (con el protagonismo del sector más reaccionario de la Democracia Cristiana) decidieron realizar un golpe de Estado y derrocar al gobierno de Salvador Allende.
No vale la pena insistir en ello. El problema de fondo es que, en la medida que la política crea discursos y narrativas afines, si gana la opción Apruebo habrá ganado entonces la “política partisana”, el “maximalismo refundacional” y el “hegemonismo indigenista” que dividiría a la sociedad chilena. División que se considera hegemónica, cuando en cambio es resueltamente democrática, porque es la democracia –a diferencia de la hegemonía– la que legitima la existencia de conflictos sociales al reconocer en la ciudad dividida la condición de la política. En consecuencia, nada es más hegemónico que el Rechazo.
Queda en evidencia que estos motivos resultan poco razonables, pero lo que importa aquí no es su significado, ya que términos como “unidad” o “tradición” solo pueden funcionar como dogmas al interior de una doctrina que no requiere interpretaciones, cuando lo que en realidad se busca es la conservación de un statu quo (con sus privilegios, jerarquías y exclusiones) considerado natural e inmutable. En ese caso, la defensa de la estabilidad social y el progreso económico sirve para dotar a las actitudes sediciosas de un sentido trascendente y para convertir a figuras provenientes de un mundo abyecto –en ocasiones delictual– en lideres cívicos.
Para el “Partido Neoliberal” no hay nada que entender ni debatir, porque asume la política como una actividad elitaria y de “expertos” disociados de la sociedad y su constante agitación. Hace mucho tiempo que al Chile de los “derechos privados” no le interesa convivir con el Chile de los “derechos públicos”. Las encuestas y algunos medios de comunicación se han esforzado para que las razones del Rechazo convenzan a alguien, lo cual demuestra la debilidad simbólica de quienes son partidarios de esa opción. Pese a esto, cada vez más la política se devela como enfrentamiento, porque las ideas son inseparables de las afecciones constitutivas que las atraviesan. Lo que distingue éticamente a las fuerzas es si son afirmativas o reaccionarias.
El trasfondo de la disputa está en eso que Karl Marx llamaba economía política, con la precaución, eso sí, de no hacer derivar la política de una determinación estructural. Si, por ejemplo, las grandes fortunas de Chile se han enriquecido gracias a la actividad extractivista y a los abusivos derechos de agua de los que gozan, difícilmente les acomode una constitución que consagra derechos para la naturaleza, por eso la técnica hegemónica les sirve para edulcorar la defensa de unos privilegios que reivindican en nombre de Chile, cuando lo que entienden por nación es una entidad homogénea representada por una de sus partes –en la que la subalternidad es eliminada de facto–, como si las desigualdades sociales no nos dividieran desde hace 200 años.
El mayor peligro por estos días es la sedición. No hace falta que el gobierno de Gabriel Boric impulse transformaciones ni que la nueva constitución sea revolucionaria o maximalista para que la clase dirigente de este país esté dispuesta a lo que sea con tal de que todo permanezca en su lugar y para negar cualquier tipo de concesión a ese pueblo que es al que verdaderamente rechaza. Más que nunca las fuerzas reaccionarias actúan como una policía: ¿qué ha sido Amarillos “por Chile”, sino una policía de los enunciados constitucionales?
Al mismo tiempo, apelaciones a la integridad territorial y a la homogeneidad cultural solo evocan los resabios de una política imperial, cuya genealogía se encuentra en la historia colonial de América. Pero también, la defensa de supuestas tradiciones y valores comunes que no son sino piezas al interior de una máquina mitológica que ha compuesto la ontología de la nación y su orden de clases. No en vano Max Weber fue enfático en señalar que toda política orientada conforme a principios y categorías morales, no puede sino conducir a una tiranía, por su carácter místico y dogmático.
Lo que queremos señalar es que, de ganar el Apruebo, quienes defendieron el Rechazo se verán obligados a asumir, en base a sus propios planteamientos, una posición maximalista y sediciosa. La manera en que eso se traducirá en una práctica política concreta es impredecible, pero al menos podemos avizorar un boicot legislativo radicalizado, una intensificación del acoso mediático y un aumento de la percepción de inseguridad –migración, delincuencia, inflación–, si reconocemos que las percepciones de una sociedad altamente mediatizada como la nuestra, obedecen a su interacción cotidiana con los dispositivos tecno-comunicacionales.
En una palabra, la fuerza del Rechazo solo puede trascender la coyuntura constitucional como desestabilización social y política, porque en ello también se juega su recomposición como conjunto de fuerzas conservadoras. De ganar el Rechazo, no obstante, el escenario de conflictividad y enfrentamiento social y político seguirá desplegándose, sobre todo, si se tiene en cuenta que las derechas carecen de un diagnóstico orientador respecto al presente. No entienden la realidad –a expensas de lecturas doctrinarias y sobreideologizadas–, frente a lo cual solo pueden dar tumbos, pero también golpes. Vale decir, forzar la realidad –pese a no comprenderla– según sus propias prerrogativas.
Para la derecha, en el Rechazo se juega la vigencia de su sector, la cual depende de derrotar a esos “enemigos morales” y, a juzgar por lo que se ha dicho, en las actuales circunstancias no es posible ninguna clase de consenso o de pacto entre las fuerzas en disputa. Esto implica que lo más conveniente es siempre prepararse para el peor de los escenarios (vivir trágicamente la política). Es necesario observar con suma cautela a las fuerzas conservadoras resueltas y desinhibidas frente el agotamiento de los mecanismos de neutralización de adversarios que proporcionaba el orden de la postdictadura administrado por la gerencia social de la centroizquierda.
Pese a esto, es importante subrayar que no da lo mismo si gana una u otra opción: de ganar el Apruebo, la opción popular y democrática de la Nueva Constitución adquirirá una inicial legitimidad que permitirá comenzar a replantear, no solo las instituciones, sino la intensificación de las luchas populares que sobrevendrán con ello. Esto resulta importante entenderlo, porque un triunfo tal ofrece una mínima legitimidad a un proceso apuntalado “desde abajo” contra la tradición portaliana –hacendal y autoritaria– que recorre la vida política y cultural del país.
Digámoslo de esta forma: el Rechazo no es más que el discurso portaliano “reaccionando” a la asonada popular, que no tan solo intenta destruir el enunciado –Nueva Constitución– sino el lugar de enunciación, el significado político del texto, así como a quien lo profiere. Por primera vez en la historia del país han sido los pueblos quienes han escrito una carta constitucional, destituyendo con ello el viejo dispositivo elitario de construcción institucional cuyo nombre es [Diego] Portales. En nuestra historia, sin embargo, este dispositivo no ha sido un nombre propio sino un arte de gobierno. Un dispositivo muy singular en la función de excluir a los pueblos de Chile de la vida política en favor de la noción oligárquica de “orden” (social y moral). En este preciso sentido es que el Rechazo es la forma contemporánea y sediciosa del portalianismo en el instante de su crisis.
Por último, resulta llamativo el comportamiento de la izquierda, tanto en La Moneda como en la Convención Constitucional, convencida de que moderando sus posturas –incluso hasta conseguir desdibujarse– disminuirá la influencia del Rechazo. Este aspecto resulta profundamente sintomático de una concepción liberal de la política que recorre, no tan solo su propia historia, sino aquella de la tradición de pensamiento político occidental en la que se inscribe el núcleo conservador de sus discursos. Si se mira la historia reciente, es posible observar que uno de sus errores más importantes –tal vez desde el gobierno de Salvador Allende hasta hoy– es haber asumido que el Estado puede contener los apetititos autoritarios, aunque la historia no se canse de demostrarnos lo contrario. Por contrapartida, la única alianza posible en este momento, es la que se ejerce junto a los pueblos que se levantaron el 18 de octubre de 2019 en defensa de su dignidad, porque de esa energía depende la posibilidad de detener el avance destructivo del Rechazo, no tan solo como una política de contención, sino de composición de fuerzas propias irreductibles a sus modulaciones estatales. Después de todo, si el Apruebo obtiene la victoria, será necesario construir una base de legitimidad suficiente que permita proyectar el nuevo texto constitucional en el tiempo y en el espacio de la soberanía popular.
La izquierda debe entender esto: el mayor triunfo de la racionalidad neoliberal en Chile, no ha sido la estabilidad económica de los mercados ni la disposición de un orden social que hoy se cae a pedazos ante la primera crisis –demostrando con ello las falacias en las que se sostenía–, sino la intervención cultural que ha supuesto la composición de formas de vida con arreglo al mercado y la competencia individual. Si la izquierda sigue ejecutando en su política el mismo sesgo epistémico y práctico, podrá ganar elecciones, perder otras, pero, a fin de cuentas, jamás podrá imaginar una salida a la crisis ni formular un mundo.
Situados en esta coyuntura, dignidad significa hoy hacer retroceder a la oligarquía militar y financiera que se tomó el país por asalto en 1973 y a quienes secuestraron la potencia política popular durante 30 años de gobiernos neoliberales. En este preciso sentido, para todas y todos quienes se identifiquen en el lugar de las transformaciones y la crítica, el objetivo decisivo e inmediato, no puede ser otro que votar Apruebo.
Por Revista Disenso
28 de junio de 2022
Foto: Billete chileno de 1977 con la cara de Diego Portales.