No seremos majaderos en referirnos acerca de los motivos de nuestra derrota.
No vamos aquí a centrarnos en analizar que tuvo más peso o cuales fueron los factores clave que explican el triunfo de status quo. Hemos reaccionado y otorgado espacio a diversos análisis e interpretaciones que seguirán siendo publicadas en este medio que desde hace 17 años trabaja incansablemente por la transformación profunda de nuestra sociedad hacia una más justa, digna, igualitaria e inclusiva.
Tampoco deseamos en estas líneas sacar cuentas ni intentar proyectar lo que se viene, sabemos es incierto. Porque si bien mientras escribimos estas palabras la maquinaria partidista prende la llama de la cocina con que anhelan, ahora sí que sí, escribir una constitución que nos represente a todos, los estudiantes secundarios vuelven a encender el fuego de la protesta exigiendo el fin a la constitución de la dictadura cívico militar. Como vemos, esta historia se seguirá escribiendo día a día.
No obstante creemos necesario plasmar algunas ideas que nacen en el tercer día de nuestra derrota y para ello, incluso, utilizaremos algunos conceptos que se pueden clasificar como lugares comunes, pero que son alimento que nos nutre para levantar la cabeza y seguir adelante en un proceso que vive un tremendo revés, pero que ya vemos, nadie ni nada hará detener.
Perdimos por paliza una contienda que venía a coronar un hermoso, largo y sacrificado proceso de transformación social y movilización. Una movilización creativa, valiente e incansable donde, principalmente niños, niñas, jóvenes y no tan jóvenes, hemos dejado los pies en la calle y luchado desde todos los espacios de participación donde se manifiesta el pueblo consciente de sus condiciones objetivas de explotación, con rebeldía y sin permiso. Ese proceso, creímos, se coronaba al cerrar un ciclo con el triunfo del texto fundamental más avanzado e innovador en derechos y cuidados de nuestra y todas las especies que el mundo ha conocido. Sin embargo este texto, aún sin transformar el modo de producción capitalista que nos rige, fue avasalladoramente rechazado. Ello nos obliga a levantarnos y pensar en qué fallamos y cómo nos recomponernos para seguir avanzando en el proceso de cambio social, cueste lo que cueste y hasta que la dignidad se haga costumbre.
Podemos decir que la ignorancia, las mentiras y el miedo fueron mucho más poderosos que la esperanza. Pero también hay que señalar que el conservadurismo fue muchísimo más masivo que el anhelo de transformación social, al menos en la línea planteada por la Convención Constitucional.
Pero, si miramos las cifras generales y las comparamos con elecciones recientes, entenderemos que nosotros y nosotras, los 4.860.093 personas que aprobamos esta propuesta constitucional tal cual, somos más que quienes le dimos la victoria a Boric frente al fascista Kast. Desde aquí, abrazamos, honramos y aplaudimos a ese pueblo con perspectiva de futuro que sí cree en la plurinacionalidad, la inclusión, los derechos sociales, el respeto de las diversidades, la paridad, la ecología, la autonomía y la solidaridad entre otros, como principios básicos de la sociedad.
Pero no fue suficiente, fuimos casi un millón de personas menos, respecto de los 5.899.683 que aprobamos la redacción de una nueva constitución mediante un organismo nuevo y ajeno al deslegitimado congreso. Al final del día, por hermoso que nos parezca el escrito, no concitó la adhesión del mismo número de personas que se expresó por una nueva constitución en el plebiscito de entrada. Y aunque nos duela, debemos aceptar que, aun cuando representa a un gran sector de la ciudadanía, no somos la mayoría.
Sin embargo, a pesar de la aplastante derrota, pero con toda la mística y la épica que caracterizó la movilización, convocamos más que quienes comulgan con los modos que se impusieron a sangre, muerte, desaparición y torturas. ¿Por qué? Porque las cifras dicen mucho. Quienes dieron la victoria a la constitución de Pinochet no fue solo la derecha disciplinada que vota con conciencia y no bajas dosis de ignorancia por temor al fantasma rojo del comunismo, y tampoco el centro o “centro izquierda” que quiere una nueva constitución pero no la que se redactó. Quienes finalmente dieron el triunfo al rechazo fueron en su mayoría personas despolitizadas que nunca habían participado mediante el voto y que, debemos entender, son la mayoría del pueblo de Chile. Así quedó expresado en el proceso deliberativo de democracia directa con mayor participación que hemos conocido en nuestra historia.
Creemos que esto se explica, en parte importante, como resultado de 40 años de la ejecución de un experimento que transformó a Chile en piedra angular de un modelo social, político y económico maximalista como no se ha conocido en ningún otro lugar ni tiempo. Este sistema de sociedad y de vida ha penetrado tan profundo en nuestras creencias, que ha llevado a la mayoría de los habitantes de este país a preferir la injusta comodidad de lo establecido antes que la posibilidad de construcción de un presente y un futuro más digno, justo y principalmente solidario para todos y todas.
Sin embargo tampoco podemos caer en el simplismo arrogante de determinar que nuestra derrota se debe a la ignorancia, la escasa y mala educación de un amplio sector del pueblo, por atractiva que pueda parecer esta tesis. Si no que debemos estudiar y comprender por qué la mayoría de las personas con derecho a voto en Chile no se sienten representadas ni convocadas a la participación. Quienes al verse obligados a votar, escogieron rechazar algo que no leyeron ni comprendieron porque entre otras cosas, simplemente no les interesa. Aquella mayoría del pueblo que prefiere permanecer ajena a los cursos que toma la historia porque, quizás, la única historia que conocen es la historia del patrón y el empleado, del abuso, la pobreza y la desprotección. La única realidad que conocen es la del sálvese quien pueda, la del mundo de los vivos, la cultura del choro versus el pérkin, hoy tan bien representada por la industria cultural como expresión de 40 años de subordinación, dónde, como hemos dicho, principios que en sociedades más humanitarias son vistos como negativos o calificados de antivalores, en esta son exaltados como cualidades necesarias y deseadas para sobrevivir en la jungla de la competencia y el egoísmo, eufemísticamente vestido de competitividad.
Creímos que los valores que vemos en las nuevas generaciones eran mayoritarios y que la juventud sería la llave que daría el triunfo al Apruebo, pero nos equivocamos. La cultura del egoísmo se encuentra muchísimo más arraigada de lo que la revuelta y los últimos tiempos nos hicieron creer, en absolutamente todos los grupos que componen el Chile de hoy. En su mayoría, las regiones no escogieron el regionalismo, los pueblos originarios no apoyaron la plurinacionalidad, las comunidades que sufren la sequía no eligieron el derecho al agua y Chile, al parecer, no quiere ser un estado social y democrático de derecho, plurinacional, intercultural, regional y ecológico.
Lo dijimos en la editorial publicada antes del plebiscito. El robo institucionalizado desde lo más alto de la pirámide social hacia abajo se ha transformado en el método legítimo de superación y crecimiento en el contexto de un modelo donde lo que más importa es la acumulación exacerbada, el consumismo y la plusvalía ilimitada. No obstante esta visión pesimista pero aterrizada de la realidad, creímos se circunscribe más que hoy al Chile de los años 90, ya que actualmente, si bien esta realidad persiste y puede ser percibida en todos los estratos socioeconómicos, también coexisten una cultura diferente y hasta contrapuesta, que se ha ido fraguando desde espacios de crítica y de resistencia. En ellos, valores verdaderamente positivos y principios fundamentales como la solidaridad, la cooperación, la inclusión, la humanidad, el respeto entre los seres humanos y hacia todas las especies, el feminismo, la paridad, la ética, la independencia, la autonomía y la plurinacionalidad permean las relaciones sociales y las convicciones íntimas y colectivas de una nueva generación que, sin tener miedo, como lo ha demostrado tantas veces, está dispuesta a todo, incluso a dar la vida para construir una sociedad más justa, igualitaria y digna. Y es bajo estos principios en los que hemos construido en diversas esferas y contextos, distintas generaciones con mirada crítica, los métodos para transformar nuestra sociedad de una vez por todas. Son justamente éstos, los principios fundamentales que quedaron plasmados en la propuesta de nueva constitución pero que no son mayoritarios en el corazón de las y los ciudadanos.
Ahora bien, los factores que apuntan a explicar este resultado son tan diversos como las perspectivas de análisis. Quizás el texto era demasiado largo, repetitivo y complejo para el común de las personas. Quizás no contó con el tiempo necesario para conocerlo y comprenderlo cabalmente. Quizás, como han expuesto diversos intelectuales, la desinformación penetra profundamente y aun cuando sea desmentida, nos quedamos con la duda y frente a la duda, abstente, o en este caso, rechaza.
El riesgo es inminente. Este proceso está siendo secuestrado por los partidos políticos y una derecha que, con el sartén por el mango y los resultados del plebiscito en el bolsillo, ya prendió la radio y está poniendo la música. Un gobierno debilitado tras perder la apuesta no es capaz de cambiar el dial y se ha entregado a la política de los consensos. El gran problema, es que aquellos consensos se cuajarán en un órgano pésimamente calificado por la ciudadanía que no cuenta con legitimidad social. La fórmula está escrita, hay demasiado en juego y el resultado se puede prever. Pero las últimas dos décadas no han sido en vano y mucho menos la revuelta. El pueblo movilizado sabe lo que puede lograr cuando se organiza y lucha con fuerza, unidad y tesón. Como siempre, los estudiantes secundarios, las nuevas generaciones, marcan la pauta y no han tardado en salir a las calles nuevamente. ¿Pero qué hacemos si el pueblo ya desechó las transformaciones? Quizás quienes señalan que quieren una nueva constitución pero no la planteada tengan en eso razón. Aunque a nosotros sí nos representa, habrá que construir una que represente a las amplias mayorías, pero eso en ningún caso fecundará en el congreso.
Podríamos nosotros, el 38%, centrarnos en intentar que la nueva propuesta de constitución tenga lo más posible de la propuesta de la convención, pero estaríamos legitimando la cocina. Quizás aún falta mucho trabajo por hacer para que un texto como el plebiscitado cuente con la venia de la mayoría de nuestro país, pero para ello, creemos imprescindible la educación cívica y formación política de las personas y en ese camino es condición el desarrollo y crecimiento de más medios de comunicación masiva independientes de los poderes económicos, políticos y religiosos y en ello el estado tiene un rol fundamental que jugar. Porque no se trata únicamente de la necesaria distribución del avisaje estatal, tal como en otros países, debe existir una política pública de profundo y efectivo fomento medial para así contribuir al fortalecimiento de la democracia, que como hemos visto, tanta falta nos hace. Una vez que logremos que la mayor parte del pueblo se sienta convocado a participar de los procesos políticos y sociales, la manera en que una nueva constitución nazca del pueblo y cuente con toda legitimidad, será una Asamblea Constituyente efectivamente representativa cuyo trabajo cuente con amplia participación desde cada territorio de este país, que debe ser redactada mediante un proceso de reflexión, diálogo y deliberación popular sin exclusiones.
De ese modo, un nuevo texto contará con el conocimiento, trabajo, interiorización y apoyo necesario de los pueblos de Chile para que ahora sí, votemos profundamente informados y sin espacio para mentiras y así triunfar mayoritariamente, y quien sabe, quizás se termine por parecer mucho al texto que tuvimos en las manos y del que alcanzamos a saborear su dulzor en los días previos a la amarga derrota.
Los procesos de transformación social son fenómenos históricos en esencia dialécticos, no son lineales pero a la larga siempre progresivos. El cambio social es una constante que no se detiene y que nos puede ilusionar y también desilusionar. A veces avanzamos rápidamente y otras a paso de tortuga, luego retrocedemos, nos estacionamos o volvemos a avanzar. La derrota nos ha tirado a la lona, pero antes de contar hasta 10, estamos nuevamente de pie para ponerle un poco más de empeño, aprender de lo vivido y contribuir a la expansión de la conciencia social que más temprano que tarde, nos permitirá terminar con la explotación y sepultar de una vez por todas la constitución del tirano.