Por Marcos Roitman Rosenmann
No nos equivoquemos, el debate no es el mantenimiento de la Constitución de Pinochet. El plebiscito de entrada lo señala, y lo hace el pacto entre los partidos políticos, del 15 de noviembre de 2019, cual era el compromiso adquirido: redactar una nueva Constitución. Así lo vuelve a remarcar la declaración institucional de las organizaciones políticas que apoyaron el apruebo, emitida tras conocer el resultado:
“El proceso constitucional no ha terminado y el llamado al plebiscito de octubre de 2020 debe continuar… El presidente Gabriel Boric encabezará dicho proceso… cuyo pilar debe ser un Estado social y democrático de derechos, tal y como se ha reconocido transversalmente (…) mediante un diálogo democrático con todas las fuerzas políticas y sociales que estén disponibles para avanzar hacia una nueva Constitución…”
A lo cual hay que sumar las palabras de Boric, donde otorga al Congreso un papel relevante en este segundo acto. ¿Por qué entonces tanto revuelo?
Hagamos historia. Los resultados de la Convención Constitucional de 2020 no fueron los esperados por los partidos políticos, ni siquiera por los movimientos sociales más representativos, sindicatos, por ejemplo. Los convencionales eran en su mayoría independientes, sin tradición en la brega política. De sus 155 integrantes, 103 no militaban en ningún partido. De tal modo que la convención se caracterizó por: a) la derecha no alcanzó el tercio para poder vetar las propuestas incómodas; b) los militantes de los partidos eran una minoría; c) los progresistas sumaban un bloque con diferencias menores.
En este contexto, la alianza conocida como las dos derechas, o el partido del orden, tomó las riendas. Hubo de intervenir. Socialistas, demócratacristianos, afines y la derecha de Vamos Chile, llegaron a las mismas conclusiones: el rechazo no era una opción descartable, sólo había que gestionar su presentación. Lo mejor, un boicot y configurar un bloque de centroizquierda nacido de las entrañas de los partidos del apruebo, capaz de generar dudas entre sus potenciales votantes. No todos los huevos en la misma canasta. Así podía reinar la confusión.
Mensajes cruzados, anticomunismo y un discurso sobresaturado de emociones, capaz de ocultar las contradicciones. Llevar el debate a una presentación maniquea bajo un supuesto país dividido, sin rumbo y polarizado, ese fue el plan, y dio resultado. Con los medios de comunicación en manos de la derecha era una labor sin aristas. Ahora, tras el rechazo, se impone recuperar la cordura, y reiniciar el proceso, eso sí, con otros jugadores.
Mientras eso eran las corrientes profundas, en la superficie todo parecía ir viento en popa. Composición paritaria, representación para los pueblos originarios, elección directa, comisiones que funcionaban, transparencia, y los convencionales de Vamos Chile aportando su granito de arena. Todo, parabienes. Pero no hacia a la verdad.
La convención pronto se vio sacudida. El primer llamado de atención: la descomposición de la Lista del Pueblo. Errores propios, acusaciones de corrupción, protagonismos, luchas intestinas, acabaron en fiasco y su disolución. Una segunda luz ámbar: las elecciones legislativas y la primera vuelta presidencial celebradas el 21 de noviembre de 2021. En ellas, la derecha obtuvo una mayoría en el Senado y mayor relevancia en la Cámara de Diputados. Así, las instituciones más desacreditas en Chile, los partidos políticos, recuperaban el protagonismo extraviado en la Convención Constitucional. Poder constituido fuerte, Convención Constitucional debilitada.
Tercer dato: el triunfo de Gabriel Boric en la segunda vuelta de las presidenciales, un mes más tarde, fue prestado. El miedo al candidato de la ultraderecha, José Antonio Kast, le proclamó presidente. El escenario cambió el decorado. Una convención adjetivada de caótica, con miembros descontrolados y sin rumbo fue ganando adeptos. El pacto por la paz y una nueva Constitución podía reconducirse. Las élites que tienen el poder en Chile y mueven las aguas, unieron fuerzas.
Ex presidentes, ex parlamentarios, ex ministros, académicos, periodistas, gente del espectáculo y la farándula, políticos en activo, vinculados a los gobiernos de la Concertación y Nueva Mayoría, iniciaron su labor. El objetivo, sembrar dudas sobre la Convención Constitucional. Como alternativa, trasladar su redacción a quienes se consideran sus legítimos dueños, los diputados y senadores asentados en el Congreso. Rechazar la propuesta se convirtió en un acto de responsabilidad, y así fue presentado. Todos por una nueva Constitución, pero sin rencores. En resumen, nini: ni Allende ni Pinochet.
¿Dónde está la sorpresa? Como siempre, en el campo de las emociones. El apruebo condensó la esperanza del cambio, donde el pasado neoliberal quedaría sepultado bajo una Nueva Constitución de derechos. Ese fue el discurso y así se hizo saber a la opinión pública internacional, los gobiernos progresistas y la izquierda mundial.
¿Y el rechazo? El comando del Apruebo lo tildó del retorno a las cavernas. Sus efectos, lo sobrellevamos hoy. Tristeza, incredulidad y desazón. Adjetivos que no son capaces de explicar y comprender el proceso que vive Chile arrastrado desde el plebiscito del NO, en 1988. En tres décadas se suman acuerdos espurios, frustraciones, traiciones, y una razón neoliberal que, sin visos de ser tirada, se mantiene bajo diferentes máscaras.
Recordemos que este plebiscito no refrendaba una Constitución sin más. Los convencionales debían ofrecer un texto a consideración de la ciudadanía para un posterior aclarado en el Congreso. Su rechazo no es una catástrofe, aunque representa un revés para el Gobierno y en especial para Boric, quien deberá tomar buena nota. Pero todo parece controlado. Cuando la revista Time, a pocos días del plebiscito, dedicó su portada a Gabriel Boric, y lo tilda de nuevo guardián del orden, manda un mensaje. Pase lo que pase, Boric es hombre de confianza. Habrá nueva Constitución. La lucha sigue.
Por Marcos Roitman Rosenmann
Columna publicada originalmente el 7 de septiembre de 2022 en El Sudamericano.