El domingo 4 de septiembre los ciudadanos que hemos estado por la opción de aprobar el texto constitucional sometido a la validación del pueblo de Chile, hemos sido derrotados, lo que ha dejado atrás la opción de tener un nuevo marco constitucional que reemplace la constitución impuesta por la dictadura cívico militar en 1980. Cabe preguntarse si con esto se está generando o no, un nuevo ciclo político que arranca en forma manifiesta con la rebelión popular del 18 de octubre del 2019; o bien, aquello fue una pulsión anárquica sin mayores propósitos de transformación, por lo que seguiremos arrastrando frustraciones variopintas y un creciente y peligroso desacoplamiento del tejido de representantes con la sociedad, que es la situación a la que nos ha llevado la inspiración de sociedad que está detrás del texto constitucional que nos rige.
Este dilema irá decantando en los próximos meses y quizás, años. Son muchas las aristas que se desprenden de un hecho político inédito: un pueblo por primera vez en su historia ha conquistado la opción de fijar un texto constitucional, no sólo nacido en democracia, sino que redactado por representantes elegidos para esos efectos; y, quizás más significativo aún, ese mismo pueblo ha rechazado la propuesta constitucional. El hecho en sí mismo tendrá consecuencias importantes en la deliberación sociopolítica en Chile: en el tipo de adecuación institucional que surja de los acuerdos de las fuerzas con representación parlamentaria, en la disputa por las expresiones de una supuesta identidad nacional más o menos homogénea y en la integración de los aprendizajes globales a las realidades nacionales, todo lo cual es necesario entender, asumir e incorporar para las próximas definiciones a las que seguro asistiremos.
Todas las definiciones democráticas tienen un contexto y abren horizontes impensados. Sabemos que las definiciones democráticas no son necesariamente justas, ni inteligentes, ni apropiadas. Genocidas, dictadores y tiranos, han sido electos en distintos lugares y tiempos, por distintos pueblos en contextos democráticos. La democracia en sí misma no es virtuosa, sino que eficiente. La democracia entendida como el gobierno del pueblo, que se configura y se refleja en distintos sistemas políticos y electorales, es una aspiración reciente en el mundo y en Chile. Provenimos de la oscuridad autoritaria fundada en la divinidad, la fuerza, la propiedad y/o la riqueza que para estos efectos viene a ser lo mismo. En Chile, considerando el reconocimiento de la mujer como sujeto político y el término del cohecho, la democracia como sistema de gestión de lo público, tiene menos de 50 años, situación que no es muy distinta a otras trayectorias latinoamericanas y del mundo. Cada elección democrática y libre, junto a las definiciones que genera, es un avance en la salida y superación del autoritarismo milenario y ancestral desde el que hemos sido construidos como pueblos y como personas. Un pueblo no se define por una definición democrática en sí misma, sino que siempre en el marco socio histórico en que dicha definición ocurre. Se trata de un camino que se inicia en una era de manifiestas transformaciones en las mediaciones entre ese pueblo que aspira a autogobernarse y las élites que en todos los lugares y tiempos van conteniendo y enfrentando este proceso de aprendizaje y transformación.
La mayoría de las definiciones democráticas sustentan el ciclo de renovación de las autoridades del Estado en las elecciones para seleccionar representantes, y en los plebiscitos para resolver o validar diversos problemas o temas de interés público evidente, muchos de ellos ligados al cierre o inicio de nuevos ciclos políticos. No debemos perder de vista que una supuesta coherencia en las definiciones democráticas de todo pueblo, es un problema teórico que no se explica por la suma de voluntades de los votantes. Las definiciones democráticas no pueden ser leídas en su supuesta coherencia endógena, sino que en el impacto que cada una de ellas va teniendo en la deliberación y regulación del conflicto que todo pueblo experimenta y pretende resolver a través de las mayorías.
La experiencia y participación democrática siendo tan noble y profunda, nos puede retrotraer a la oscuridad autoritaria, de la cual, los que fuimos derrotados el domingo 4 de septiembre en Chile, deseamos salir. La salida del autoritarismo y la construcción de una sociedad justa, es un proceso de largo tiempo histórico, que supone remover enclaves políticos autoritarios y también desafíos al reconocimiento de la diversidad en sentido amplio, diseño de estrategias nacionales y locales para enfrentar el cambio climático y nuevas reglas para las pulsiones del capitalismo global en todos los territorios del mundo y por cierto en Chile. Este proceso no lo detiene la definición democrática de la opción del rechazo. Un nuevo rechazo a cualquier propuesta que pretenda ser una alternativa a la relación Estado –Sociedad – Mercado, como lo representan las constituciones, tampoco lo detendrá. Lo hará más lento, quizás más abrupto, esperemos que menos violento que tránsitos recientes en Latinoamérica y el mundo.
¿Qué significa entonces, el triunfo del rechazo? ¿Es la opción triunfadora del rechazo el cierre de un ciclo político? ¿Es el fin de un ciclo político? ¿Representa una salida al desborde que la sociedad ha realizado respecto del Estado y del Mercado en diversos sentidos? ¿Es el triunfo del rechazo, una victoria paradojal del pueblo ignorante y voluble? Lo que ha ocurrido confirma en parte a cada una de estas interrogantes, pero no puede explicarse en una sola dimensión, vale decir, no se ha cerrado el ciclo político, no representa una solución a la crisis sociopolítica en que nos encontramos como pueblo y menos es la victoria de un pueblo que ama los símbolos del Chile profundo y le teme a lo nuevo: lo plurinacional, lo intercultural, lo paritario. Ante una pregunta dicotómica, en los plebiscitos se aprecia en forma nítida el alcance de este tipo de definiciones: sí o no, aprueba o rechaza, sin medias tintas. Lo importante es entender que la construcción de una sociedad justa debe lidiar con esos riesgos de la democracia, en tanto ésta refleja la voluntad de los pueblos frente a una elección o definición, mediante el sustento de las mayorías. Las definiciones democráticas sustentadas en las mayorías entonces no representan ni una verdad develada, ni una razón social, ni una moral social, ni una respuesta, ni siquiera un consenso, sino que ni más ni menos, una definición ante una propuesta determinada que, en su condición de mayoritaria, se impone y que, en regímenes de estabilidad democrática, se respeta. Menos representan un eventual ethos, identidad o bases de un pueblo, rasgos profundos que sólo se pueden deducir analizando el largo tiempo histórico, marco en el cual los pueblos latinoamericanos estamos recién iniciando el camino.
Alcances del rechazo a un nuevo texto constitucional. ¿Qué alcances sociopolíticos tiene la definición que el pueblo de Chile realizó el pasado 4 de septiembre, esto es, rechazar el texto constitucional propuesto? En primer lugar, mantener vigente la constitución de la dictadura. En segundo lugar, dejar en suspenso y con incertidumbre creciente, cambios institucionales que configurarán un nuevo trato Estado – Sociedad – Mercado, ergo, todo puede seguir igual, incluyendo por cierto las crisis, inseguridades y asimetrías en que vivimos y de las cuales, querámoslo o no, el 18 de octubre del 2019, constituye el punto de arranque del proceso sociopolítico en que nos encontramos y que no se ha cerrado. Quien controla el Estado y sus bordes no controla la sociedad, principio que se manifiesta con el momento político que representó el plebiscito, pues ni la constitución del 80, ni el espíritu portaliano, ni la aparente unidad nacional, explican lo que hemos vivido desde que comenzó la crisis.
Un pueblo es un contenedor simbólico demasiado complejo, recorre espacios identitarios orientados a la integración social, donde aparecen muchas emociones y símbolos: permite identificarnos con un nosotros y ellos, reconoce un momento de inicio y disputa todos sus horizontes con distintos ritmos, avances y retrocesos. Un pueblo revisa y modifica las intricadas relaciones entre capital, sociedad y poder. Un pueblo no es ni conservador ni liberal, contiene ambas vertientes, aprende, cambia y transforma. Por cierto, hay variaciones en concordancia a las trayectorias históricas de todo pueblo. La victoria del rechazo es la derrota transitoria, nunca definitiva, del impulso que aspira a transformar la sociedad mercantilizada que heredamos de la dictadura y sus seguidores en lo cercano y de los valores civilizatorios eurocentrados en lo lejano. En ambos frentes, la disputa continuará en el mundo, en Chile y en nuestras ciudades.
Gabriel Rodríguez Medina (*)
Santiago de Chile, 12 de septiembre de 2022