Por Roberto Fernández Droguett
La revuelta que comienza el 18 de octubre no es solamente el inicio de un proceso socio-político sin precedentes en la historia de Chile, sino también la culminación de un proceso de politización iniciado con las movilizaciones del año 2011, en el que la sociedad fue retomando el protagonismo político que le había sido expropiado por los partidos durante los últimos 30 años. El 4 de septiembre, este proceso termina con el triunfo del rechazo a la nueva constitución, elaborada por una convención constitucional resultante de los acuerdos entre partidos políticos para controlar la revuelta.
La magnitud de la derrota fue gigantesca, tanto por lo inesperada como por su contundencia. No cabe duda que el 4 de septiembre viene a cerrar el ciclo de politización abierto en 2011, y lo cierra con el rechazo a una alternativa que ponía el foco en derechos sociales y en una mayor democratización de la sociedad. Cabe destacar que resultaría prematuro e insuficiente asumir que esta derrota implica un rechazo social a estos principios, ya que probablemente el rechazo tenga mucho más que ver con las características del proceso constituyente y la propuesta específica de nueva constitución, lo cual supone asumir las críticas y aprendizajes sin caer en diagnósticos y conclusiones mal enfocados.
Sin embargo, es necesario asumir el duelo de la derrota, y reconocer que en los sectores movilizados hemos pasado del levantamiento a un justificado y entendible abatimiento. Y aún sin querer psicologizar los procesos sociales, el duelo supone ponerle palabra a afectos como el cansancio, la decepción, la desilusión, la desorientación, la apatía. También supone hacer operar el autocuidado, descansar, reflexionar, apoyarse y contenerse de manera colectiva y reponer fuerzas y energías desgastadas por años de lucha que culminaron en el fracaso, al menos el fracaso de la vía preponderante que tomó, sin que eso implique necesariamente el fin de la revuelta.
Entendiendo que los procesos socio-políticos no se detienen, hay que procurar no dejarse llevar de manera automática e irreflexiva por las dinámicas que quedaron instaladas con la derrota, por ejemplo sumándose sin más a los mecanismos institucionales que se están gestando para un nuevo proceso, donde la exclusión de la ciudadanía que no opera en el ámbito de los partidos políticos pareciera ser la norma. No olvidemos que el proceso de politización de la última década y que estalla en octubre de 2018 ha implicado una crítica y un distanciamiento de los mecanismos institucionales de representación política, que nos obligan a seguir pensando la auto-representación de la sociedad en vez de insistir en un camino que en el mejor de los casos nos deja donde mismo.
Mal que mal todos los procesos de movilización relevantes de los últimos años han sido protagonizados por los movimientos sociales, movimientos que expresan las inquietudes y deseos colectivos de manera mucho más poderosa que los partidos políticos. Luego, cabe asumir que si bien los movimientos sociales inician y/o adquieren un protagonismo relevante, luego suelen perder el control político de estos procesos a favor de los partidos, lo cual implica pensar más y mejor cómo mantener el protagonismo sin caer en las trampas y estancamientos institucionales que terminan frenando el dinamismo y la radicalidad de estos procesos.
Dadas las circunstancias nacionales e internacionales (crisis económica y energética, crisis climática, crisis políticas, etc.), así como las problemáticas que quedan pendientes del periodo anterior, es probable que se vayan desarrollando fenómenos que vuelvan a movilizar a la sociedad, aunque no sabemos cómo se darán esas movilizaciones, cuál será su carácter y sus orientaciones.
Además de las convicciones, del trabajo acumulado y de los desafíos pendientes, es razonable pensar que serán las circunstancias las que nos saquen del abatimiento y nos lleven a las calles de nuevo, y que estas circunstancias digan relación con la precariedad, la desigualdad y el deterioro de las condiciones de vida de amplias capas de la población. En este sentido, algunas líneas de trabajo y organización popular debieran considerar demandas y propuestas orientadas a políticas de apoyo y bienestar colectivo congruentes con la protección del medioambiente y que vayan más allá de las tradicionales lógicas asistencialistas del neoliberalismo atenuado de los gobiernos progresistas.
Respecto del nuevo proceso constituyente, habrá que ver cómo se definen sus características y alcances y cómo pueden retomarse horizontes que apunten a una genuina Asamblea Constituyente, que lleve adelante las transformaciones por las que hemos luchado tanto, pero asumiendo los aprendizajes propios de la derrota.
Finalmente, la derrota electoral del plebiscito no debe asumirse como la derrota cultural de los principios y valores de la revuelta, sino más bien como la evidencia de las limitaciones de un camino institucional, que nos obliga a pensar los procesos de contestación y de transformación de formas novedosas y pertinentes a los complejos tiempos que vivimos.
Por Roberto Fernández Droguett
Académico Universidad de Chile. Integrante del Programa Psicología Social de la Memoria y del Grupo de Trabajo Clacso ‘Memorias Colectivas y Prácticas de Resistencia’.