En la primera página de El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852), una joya de la literatura marxista, Karl Marx sostenía que la historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa. Creo que por estos días, es prudente ensayar una analogía que analice nuestro paisaje político, a saber, la Concertación comprende la materialización de la sociedad de consumo (tragedia neoliberal), y sus destellos constituyentes (“nueva mayoría”) se podrían asemejar a una farsa*. De paso y a raíz de la brutal cosificación que tenía lugar durante la fase de acumulación primitiva del capital, apesadumbrado por la imposición del “valor de cambio”, Marx sentenciaba, “…a los hombres nos ha tocado vivir tiempos difíciles”. Es verdad, hemos padecido días aciagos. En la medida que las fases de acumulación del capitalismo mundial se agudizan, esta sentencia adquiere cada vez mayor significación. Desde el capitalismo de la libre concurrencia que capoto en 1929, hasta la fase monopólica-industrial, para luego –inflexiones mediantes- llegar a un drástico periodo de des-regulación bajo el capitalismo financiero y oligopólico. La llamada aldea global.
En el Chile actual la precarización del trabajo se expresa en una creciente flexibilización laboral y en inéditas formas de optimización de la ganancia, la fetichización de bienes suntuarios y la distribución de riquezas en pocas manos, forman parte de una evidencia insoslayable. Pero como es vox populi la peculiaridad del llamado “milagro chileno” consiste en que el proyecto neoliberal se ejecutó en sus dimensiones últimas bajo los gobiernos de la ex/Concertación. Resulta majadero y necesario repetirlo. Fue así como transitamos desde una modernización autoritaria hacia una modernización liberalizante. Modernización sin modernidad nos decía Lechner. Esa es nuestra fatal casuística. El peso de la noche. El activo humano de la izquierda chilena, hijos y nietos del desarrollismo, o bien, autoproclamados herederos del Allendismo, implementaron en todas sus dimensiones el actual modelo económico-social. Algunos a regañadientes, auto-flagelantes, otros de manera desenfadada, auto-complacientes en la jerga elitaria.
Un breve estado de la cuestión nos lleva a establecer un diagnostico sombrío, pero debidamente sustentado en una agobiadora evidencia empírica. Cabe aclarar que no buscamos subrayar aspectos negativos presididos por la sola incontinencia crítica hacia la coalición del arcoíris. Una opción que se precia de crítica no se reduce a expulsar cualquier desgarbo. No se trata de sostener una impugnación inmadura que desconozca per se la necesidad del realismo en los procesos políticos, ni mucho menos fomentar soterradamente un estado de dispersión en las izquierdas y sus complejas ramificaciones –que mucho daño han causado a los programas reformistas. Lejos de una moda anti/concertación, nos interesa poner de relieve cuestiones de notoriedad pública.
La estructura social chilena arroja datos que rayan en la obscenidad. Por de pronto mencionemos lo más consabido; el 30% del PIB es absorbido por el capital transnacional; el 2% de la población -traducido en menos de 4000 familias- absorbe el 30 % del ingreso nacional. Mientras el campo de la pyme aporta con el 80% de la colocación en mano de obra, el gran empresariado solo lo hace en el orden del 10%. El 60% de la población chilena tiene un ingreso mensual igual o inferior a $ 400.000. Restaría hacer un desglose más elaborado de la repartición de un punto de crecimiento de empleabilidad –ello arrojaría conclusiones demoledoras en materias de redistribución del producto social. Por el momento basta con consignar aspectos generales y reflexionar en su cruda materialidad sobre sus implicancias en la vida cotidiana.
En torno a cuestiones de estratificación social habría muchas cosas que agregar. La llamada movilidad social, la brecha que un sujeto recorre entre su grupo de origen y su destino laboral, traduce a su manera la factualidad antes mencionada. Vicente Espinoza, en algún informe CEPAL, –dada la falta de cobertura en el campo del trabajo- habla de movilidad oscilante, horizontal en los grupos medios. La creciente des-regulación estaría asociada a una “inconsistencia posicional” vinculada a “focos de empleabilidad”; especialmente para quienes pululan en una especie de desplazamiento intra-estamental al medio de la pirámide social. Definir normativamente las formas de acción de estos grupos es un desafío mayor por la impredecible zona gris.
Sin perjuicio de este nefasto “scanner”, nuestro mayor problema se relaciona con la dominante neoliberal que se sirve del programa cultural diseñado por la ex/Concertación. Una cosa se relaciona con el ajuste estructural implementado en Dictadura, otra es aportar un mecanismo sensitivo a la sociedad de consumo –un reparto de lo sensible como diría Ranciére. De momento lo básico; desde el punto de vista estructural la Concertación agudizo deliberadamente un régimen de desigualdades materiales y parentales. No se trata de buenas o malas intenciones. Ya Marx nos enseño que su pesar con la burguesía era “…en tanto personificación de categorías económicas”. Que nadie dude de su activo rol en profundizar -por la vía crediticia- una repudiable “cultura aspiracional” que agravo la producción de grupos medios, sin nombrar los distorsionadores efectos en el mundo popular. Aquí hablamos de grupos con filiaciones diposas, térmicas y líquidas. Grupos medios, medidos en calidad de vida y no en salarios reales; ciudadanos líquidos en su sistemas de significación; a veces la empatía medial por Parisi, o bien, Velasco y el neoliberalismo de izquierda, el hastío hacia los partidos, a ratos el liberalismo populista de MEO, cada tanto el progresismo PPD…del escepticismo al Piñerismo gestional. Conviene subrayar que la “coalición del arco-iris” contribuyo decisivamente para hacer del consumo una experiencia cultural que ha operado como mecanismo de integración simbólica. Cuando hablamos de “grupos” -y no de clases- no solo apelamos al temible endeudamiento estructural, sino a la cooptación existencial de la subjetividad por el consumo socio-simbólico y la ostentación de los estilos de vida. Para muestra un botón; el PNUD del año 2001 hablaba de un segmento de “consumidores ontológicos”.
A la sazón, la coalición experimento un proceso de elitización (en cargos directivos, asesorías a empresas privadas, participación en juntas de accionistas y paneles de expertos) que terminó por instaurar un “hedonismo estetizante” que vino a corromper las formas del progreso colectivo –ahora privatizado en la metáfora del emprendedor. Si a comienzos de los años 80’ el pinochetismo había implementado de facto un conjunto de des-regulaciones y reformas administrativas (des-sindicalización, cese de gremios, fin de la actividad partidaria), la coalición vino a eficientar –cual mejor alumno- la privatización de la vida social en todas sus dimensiones; salud, educación, sistema previsional, mundo del trabajo, privatización de la esfera pública en un marketing urbano et al. La extensión social de la plusvalía es la vida puesta a trabajar. De victima a victimario, en un movimiento pendular de insospechada vocación privatizadora.
A comienzos de los años 90’ debíamos hacer frente a la pontificada “cultura del miedo”, como una tesis sacrosanta naturalizada en una máxima de los consensos –a riesgo de reversión autoritaria. En aquellos años el argumento de la “estabilidad institucional” se imponía por lejos ante cualquier antagonismo al camino adoptado. Toda alternativa al realismo imperante (la década del largo bostezo…) suponía una aproximación inmadura a la incidencia fáctica de los militares, el ejercicio de enlace, los pino-cheques, eran la prueba más fehaciente. De última, se invocaba toda la relojería constitucional legada por el Pinochetismo para justificar los límites fácticos de la transición chilena. Así la coalición del arco-iris nos hizo parte de su concertar, de su obsecuencia, que se extendió a una cultura facho-progresista, y de paso puso en práctica el momento maquiavélico de la política; el retorno de Augusto Pinochet y la invocación de las razones de Estado nos legó para siempre esa “sobredosis de realismo”. Razones de Estado; pragmatología. Habría que nombrar sumariamente otros mecanismos que también formaban parte de la tecnología de la ex/Concertación; la focalización en materia de políticas públicas; sectorialización del conflicto; concesión del sistema vial a empresas privadas; privatización de recursos naturales; cultura de sociedades anónimas ficticias en el campo de las licitaciones, et al. La liberalización en el ámbito del “reatil; la flexibilidad laboral, el trabajo par time, una cultura de mall, etc. Por fin, como olvidar la sibilina oposición de los técnicos de hacienda para soslayar reformas salariales, posponer cambios tributarios –más allá de la invariable doctrina del crecimiento por puntos. Para el cierre de estas notas como obviar que el primer gobierno de Bachelet se orientaba hacia un “gobierno ciudadano” y termino parcialmente afiliado a la tecnocracia de Expansiva –y sus redes interparentales.
Helas aquí el bullado “milagro chileno”. Ahora des-retorizado, puesto en crudo, sin maquillaje. De un lado, como se suele decir, están las cifras que la comunidad de expertos (tecnopols) designan como “datos duros”. Nótese que basta mirar algunos indicadores cepalinos para llegar a conclusiones más o menos similares. Ni siquiera estamos apelando a los concienzudos análisis de Hugo Fazio o Manuel Riesco, ni menos, a las conocidas criticas que Marcel Claude denuncia –urbi et orbi– cotidianamente sobre estas materias. Basta con otear algún informe semestral de CEPAL, un bien público de la región, que ha caracterizado a la experiencia chilena como un caso de “neoliberalismo avanzado”. De otro lado, la desazón por la socio-estética aspiracional, por las configuraciones competitivas, los estilos de vida hacia donde nos hemos visto arrastrados. A decir verdad el balance no es positivo. Sin embargo, y a pesar de todo lo anterior, de sus nefastas complicidades con el empresariado, creo que aún nos debemos un esfuerzo por recordar cuales fueron las coordenadas históricas que impidieron la posibilidad de una vía transicional menos defectuosa.
Allí tenemos el esperado argumento remedial –de mal menor. En los años 90’ [dice el contra-texto] la familia militar tenía facultades omnímodas. Los poderes fácticos eran intocables y la relojería constitucional del pinochetismo era prácticamente imbatible. En el parlamento la Concertación no gozaba de quórum calificado que hubiera apoyado cambios sustanciales. Se nos dirá –también- que este tipo de análisis, como el nuestro, subestima el fin de la policía secreta, de los apremios ilegítimos, que desconocemos la poderosa coacción que el miedo generaba en actores políticos que padecieron traumáticas vejaciones en centros de exterminio….que hoy la pobreza extrema solo bordea el 15%. Se sostendrá que ahora tenemos militares encarcelados, que al menos contamos con la posibilidad de votar en las paredes del sistema binominal. Se esgrimirá que –notas como estas- niegan el progreso social, a saber, la gente ya no muere de hipotermia, sífilis, inanición, que el subsidio de salud ha mejorado considerablemente en cobertura, que el acceso a la vivienda ha mejorado incrementalmente, que la “cobertura educación” se ha expandido, etc. Indudable, tal hechología no es desdeñable a la luz de dos decenios de la historia de Chile. Sin embargo, en una perspectiva estructural habría que replicar cómo en medio de estos beneficios se ha concentrado exponencialmente la riqueza en el 1% más rico de la población y como este grupo ha extendido su incidencia en el mercado interno en base a una “sociedad de negocios”. De última, la coalición se hizo parte de una racionalidad gestional mediante una metodología privatizadora. Existe una praxiología mercantil en actores decisivos de la Nueva Mayoría.
Ahora bien, si como habitantes de Marte hiciéramos un ejercicio comprensivo, de otro modo, si terrenalmente practicamos aquella comprensión que nos lego Max Weber para las ciencias sociales y admitiéramos –pese a nuestra diferencias insalvables- que la ex/Concertación tuvo que lidiar por la fuerza de los hechos con los temibles “enclaves autoritarios” a la manera de una jaula de hierro –que arrastro un realismo fatídico. Pero, nuevamente, admitiendo la estrechez de movimiento de los años 90’, -un supuesto que esta en tensión- ubicados en esa tremenda concesión, aún debemos establecer dos diferencias radicales con la retorica del progresismo. Una primera objeción de corte crítico-testimonial, (orientada al alcance de la auto-crítica real) y la segunda referida al horizonte de la política de izquierdas que se reabrió en el marco de los 40 años de la Unidad Popular. De un lado, más allá de la aplicación del modelo, queda pendiente la necesidad de transparentar los compromisos materiales, simbólicos y parentales de esta coalición con la gestión privada durante dos decenios –de los cuales se beneficiaron directamente como actores relevantes en distintos directorios de empresas privadas. De otro lado, y atendiendo a esto último, nos resulta crucial reclamar explícitamente a su elite que el testamento de Allende suscrito el 11 de septiembre se ubica en otro pedestal político. Cuando el Presidente decía, “…se abrirán las Grandes Alamedas por donde pase el hombre libre….” apuntaba a un proceso político más sustantivo -menos ordinal. Este trascendental texto es un legado para los pueblos de América Latina. No guarda relación alguna con la perfomance de Ricardo Lagos cuando re-abrió Morandé 80, tampoco con enmendar la constitución del 80’ con su firma, y mucho menos con la doctrina de los consensos. A no olvidar, Allende casi al finalizar su discurso en la Naciones Unidades (1972), denunciaba con agudeza la emergencia de bloques transnacionales que asediaban las políticas estatales; se trata de una impugnación frontal a la primera etapa de la globalización –misma que se empezó a implementar desde 1990. Lo mismo que el padre de la izquierda chilena cuestionaba ante los líderes del mundo, sus hijos lo practicaron deliberadamente.
Finalmente y aunque resulte paradojal, ¿querríamos obrar de buena fe? Sí, querríamos. ¿Una vez más? Difícil. Ya perdimos la inocencia. Pensar –de modo algo cándido- supondría que la Nueva Mayoría es un gesto real hacia una democratización efectiva. Aquí solo nos resta invocar consideraciones empíricas y en ningún caso compromisos conceptuales, ni mucho menos ontológicos con el nuevo conglomerado. El bloque progresista representa un paso muy tibio, un movimiento insatisfactorio, y solo podría ser útil si comienza a reorientar ritos democráticos eliminando determinados vicios de la dictadura cívico-militar, parcialmente recreados tras los cuatro gobiernos de Concertación. Ergo, transición no cerrada. Quizás –pragmatismo mediante- nos movemos hacia una primera fase de des-pinochetización de la sociedad chilena; pero recién estamos en la entrada del túnel. Para reelaborar una relación pragmática es esencial implementar los cambios constitucionales, la reforma al sistema binominal, el pozo de dólares que descansa en el Fondo Utilidades Tributarias (FUT), el 5% de impuesto al mega-empresariado, como medidas primordiales para activar una comunicación instrumental con la ex/concertación. Pero debemos estar muy premunidos ante sus filiaciones inter-parentales, modos de vida, socialización de castas y la asociatividad clasista; hijos y nietos estudiando en colegios privados cultivando redes elitarias, una misma cosmovisión del desarrollo.
No vaya a suceder que por inmensa desgracia de los tiempos la Nueva Mayoría –nuevamente- no cumpla el programa empeñado y terminemos en una “farsa dantesca”. El riesgo de un segundo programa abandonado sería de un costo incuantificable como extensión de la protesta social y campo fértil para futuras soluciones autoritarias.
A pesar de las insalvables diferencias con la ex/Concertación, y nuestras fundadas sospechas hacia la Nueva Mayoría, debemos agregar algo que enturbia las aguas; no debemos prestarnos a confusión. ¿Qué hacer? Ya lo sabemos: lo más probable es que el bacheletismo se traduzca en una democracia de baja intensidad con un halito populista. Sin embargo, no le podemos facilitar el juego a la derecha conservadora. Apoyar un mínimo de reformas remediales no nos convierte en epígonos del bacheletismo y sus “tecnopols”. No se trata de una obsecuencia más: se trata de apoyar un vínculo estrictamente instrumental con un campo de reformas. En un país conservador y frondista, de “apellidos vinosos”, hegemonizado implacablemente por menos de 4000 familias, bien vale una consideración empírica. De momento, nos bastaría con contener algunos privilegios elitarios; esa podría ser una función utilitaria de la Nueva Mayoría. Nada más que eso, pero nada menos. Abrir algunas válvulas puede ser un afán de corto plazo. Habitamos días vulgares. Otra cosa son las tareas del mañana, pero ello es parte de una política mayor, aquella referida al mensaje de las “Grandes Alamedas”.
Por Mauro Salzar J
Profesor ASOCIADO
UNIVERSIDAD ARCIS
* Del latín farcire, rellenar.