Clarín nació hacia la mitad de la década de los 50 para convertirse en los años siguientes en un símbolo del periodismo chileno. Hacia la década de los 70 vendía más periódicos que cualquier otro diario canalizando la voz de los pobres. Tras el golpe y la larga transición, desde la tortura de sus periodistas al robo de sus activos y a la negación a una indemnización, Clarín finalmente ha comenzado a elevar otra vez su canto.
No son muchos los lectores, con suerte aquellos mayores de 50 años, que hoy recordarán al diario Clarín, cuya última edición dejó de circular hace 40 años atrás. Los ejemplares del 10 de septiembre de 1973 llegaron a distribuirse por todo el país, y el 11 de septiembre unos pocos, aquellos destinados a regiones, aparecieron como por accidente en medio del levantamiento militar. Las tropas ocuparon el diario Clarín, tomaron prisioneros a dos periodistas e incautaron -además- las instalaciones y sus activos, los que hasta la fecha de hoy no han sido restituidos. Durante la dictadura, el edificio del diario Clarín fue utilizado como lugar de detención y tortura. El director, Alberto (Gato) Gamboa, cuenta que tras varios intentos fallidos llegó al diario no antes del mediodía y sólo halló al portero y al personal del aseo, quienes alertaron que los militares habían secuestrado a los periodistas. Gamboa logró regresar a su casa esa tarde, pero días después fue detenido. Estuvo en el Estadio Nacional y posteriormente pasó casi un par de años en el campo de concentración de Chacabuco. El relato de aquellos días está en su libro de crónicas Un viaje por el infierno.
Esta fecha marca el cambio en la historia de Clarín, el diario popular que vendía durante la década de los sesenta y comienzos de los setenta más de 200 mil ejemplares diarios, los que aumentaban a 350 mil los fines de semana. A partir del 11 de septiembre, secuestrado y negado, su historia expresa la violencia que siguió al golpe, la intolerancia y la persecución de la dictadura y más tarde la omisión y corrupción de la larga transición. El diario Clarín, que desde los gobiernos de la Concertación pasó a ser el “caso Clarín” en su largo caminar por tribunales en el litigio por su indemnización, escribe desde entonces en su historia sus páginas más tristes, que expresan también el lado más infame de los gobiernos de la Concertación. Hoy, tras 40 años, la mentira y el oportunismo están llegando a su fin. Ya veremos por qué.
Qué fue y es Clarín. El diario fue fundado como un vespertino en 1954 por Darío Sainte-Marie, un periodista inigualable. Pero no es hasta finales de esta década y ya entrados los años sesenta cuando, tras convertirse en matutino, comienza a escribir su verdadera historia como un periódico especializado en la crónica policial. La cobertura de ciertos asesinatos y su seguimiento periodístico cotidiano le llevaron a aumentar su venta hasta convertirlo en un ícono de la prensa de aquellos años. Gran parte de la redacción de Clarín estaba dedicada a la cobertura de estos eventos, algo así como la farándula de hoy en día.
Clarín no era solo casos policiales. En crónica, una buena dosis de deportes y por cierto el fútbol, más un no menor volumen de la farándula de entonces, cuyas fuentes estaban en las revistas nocturnas y en las vidas de las vedettes, que aparecían con frecuencia en las páginas exhibiendo sus talentos y atributos. Tan importantes eran, que Clarín mantenía un corresponsal de planta en un café frente al Bim Bam Bum de la calle Huérfanos.
El otro ingrediente era la política, que por aquellos años comenzó a remecer el país. Con estas materias primas se cocinó un periódico que revolucionó las comunicaciones en Chile. En pocos años pasó a ser el diario de mayor circulación, superando a la prensa tradicional, creó un estilo propio y, tal vez en primer lugar, influyó como ningún otro en la opinión pública y en las decisiones políticas.
No era prensa militante, aunque tomó partido ante las cruciales elecciones de aquellas dos décadas. Un diario de izquierda, pero más exactamente un medio que compartía y canalizaba las demandas y aspiraciones de los trabajadores, del pueblo. Un diario antioligárquico. De allí su eslogan “Firme junto al pueblo”, idea amplia en la que caben numerosas interpretaciones. Clarín, muchos protagonistas y observadores de la época coinciden, “expresó el alma de Chile”, el sentir del pueblo que comenzó entonces a hacer oír su voz.
Clarín es de esos fenómenos únicos en décadas, aquellos que surgen en las encrucijadas de diversas corrientes históricas. Un evento que no hubiera sido posible sin la perspicacia de sus periodistas, capaces de oír y amplificar el sentir del pueblo.
Hoy, cuando 40 años más tarde hojeamos las páginas del viejo Clarín oímos esa voz pero también vemos el paso del tiempo. Del tiempo histórico y social. La izquierda, los dirigentes sindicales, los activistas y la gente misma ha cambiado sensiblemente. Chile ha cambiado. Aquellos titulares machistas, homofóbicos, moralistas y conservadores en no pocos aspectos, como el profundo rechazo a los hippies y al consumo de marihuana, o la mirada un tanto sospechosa a la música rock, no fueron una invención de Clarín sino la expresión de una época y de toda la cultura de izquierda. Éste no es el espacio para hacer sociología, pero sí podemos mencionar que esos cambios solo comenzaron con la revolución de mayo de 1968.
La derecha le tenía terror a Clarín. Porque hablaba, porque no se callaba, porque expresaba el sentir de un pueblo que estaba de pie dispuesto a hacer valer sus derechos. Por eso también el odio, que se hizo sentir desde el mismo día del golpe de Estado hasta hoy, desde la persecución a los periodistas y la destrucción y robo de sus activos, hasta al bloqueo sistemático y concertado por casi 15 años de todas las elites al pago de la indemnización por la confiscación del diario.
CLARÍN Y LOS GOBIERNOS DE LA CONCERTACIÓN
Esta otra etapa de la historia de Clarín comenzó hacia el final de la década de los 90 cuando el ciudadano español Víctor Pey, que le compró el diario a Sainte-Marie en 1972, comenzó a exigir la devolución de su inversión ante el tribunal internacional del Ciadi, que protege las inversiones extranjeras.
Durante esa década y media se sucedieron todo tipo de descalificaciones al tribunal por parte del Estado chileno, las que llegaron al paroxismo cuando el equipo jurídico de Chile acusó a un juez de una supuesta parcialidad, al tener antiguos textos contra el régimen de Pinochet. Pero nada de ello es comparable con el pago fraudulento que el gobierno de Ricardo Lagos le hizo a unos falsos propietarios de Clarín.
El 28 de abril de 2000, el Ministerio de Bienes Nacionales de Chile, encabezado por Claudio Orrego, (DC) emitió la Decisión Nº 43 en la que autorizaba la restitución o indemnización para cuatro personas (o, según correspondiera, a sus sucesiones) por la expropiación del Clarín. Según el gobierno, esas personas eran Darío Sainte-Marie, Ramón Carrasco, Emilio González y Jorge Venegas.
El embrollo no quedó en eso. En él participaron abogados y políticos de baja estofa y peor ética. Pocos meses antes de la emisión de la Decisión 43 por el ministerio de Orrego, un abogado creaba en una notaría de Recoleta junto a un concejal del PPD la sociedad anónima Asinsa con un capital de cien mil pesos.
La irreemplazable y recordada Patricia Verdugo escribió en la desaparecida revista Rocinante que en 1998 el Comité de Inversiones Extranjeras -dependiente del Ministerio de Economía– encargó un estudio en derecho al abogado Enrique Testa sobre el “caso Clarín”. En 1999, se constituyó la sociedad Asesorías e Inversiones S.A. (Asinsa) con dos socios: Isidoro Godorischen Rapaport (yerno de Testa y militante del PPD) y Ronald Youlton Vasen.
Cinco días después de constituida, el 27 de abril de 1999, la sociedad Asinsa compró el 40 por ciento de los derechos hereditarios de la Sucesión de Emilio González González en un millón 600 mil pesos. ¿Qué tenían los herederos de González, muerto en 1991, que ameritara esta compra?, se preguntaba Patricia Verdugo. Nada. Porque no había ningún documento que lo relacionaba con Clarín.
Pero había, claro está, una trampa. La que se abrió cuando el Ministerio de Bienes declaró luego al fallecido González como uno de los propietarios del diario Clarín. De este modo, sólo en esta operación, Asinsa invirtió 1,6 millones por la cual obtendría una ganancia de mil 260 millones de pesos de la época.
Más que una trampa millonaria, como tantos otros casos de corrupción durante los años de esos gobiernos, ésta tiene el perfil de un obstáculo político e ideológico pergeñado por las elites del binominal-neoliberal para impedir el surgimiento de un diario popular que impulse el pensamiento crítico y la reorganización social.
LOS TRIBUNALES INTERNACIONALES HAN FALLADO A FAVOR DE CLARÍN
Con el paso de los años el tribunal internacional le ha dado la razón a Víctor Pey y a la Fundación Presidente Allende. En marzo del 2008 el tribunal del Ciadi falló a favor de Víctor Pey. Pero el Estado chileno, bajo el gobierno de Michelle Bachelet, puso un recurso de anulación. Tras cuatro años de estudios, en diciembre pasado el tribunal evacuó la decisión, que es el texto definitivo, inapelable, en el cual se ratifica el fallo de 2008.
Entre las múltiples solicitudes de anulación del equipo del Estado chileno estaba el monto que el Ciadi fijó como indemnización, en ese entonces superior a los diez millones de dólares. El argumento levantado era que no hubo un cálculo económico preciso para determinar esa suma. De todas las solicitudes de anulación, ésta fue la única acogida por el tribunal, lo que fue utilizado por el gobierno de Sebastián Piñera para interpretar el fallo de forma muy interesada y falsa como si fuese un “triunfo”.
Lo que el tribunal comunicaba era otra cosa: efectivamente la fórmula de cálculo de esos diez millones de dólares no consideró todos los activos de Clarín, por lo que es necesario, dijo, que cualquiera de las partes convoque a la brevedad a un nuevo tribunal para calcular el monto de la indemnización. En julio de este año Víctor Pey y la FPA elevaron una solicitud al Ciadi para la conformación de un tribunal que calcule el monto exacto de la indemnización.
El tiempo social y cultural ha cambiado durante estos cuarenta años. Pero la semilla política de Clarín que germinó durante las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado sigue intacta. Hoy, al observar nuestro entorno, tan distinto al de aquellos años, encontramos sin duda, muchas similitudes. Pese al crecimiento de la economía chilena, a la incorporación del país en organismos como la OCDE, a su calificación como nación de altos ingresos, mantiene como rasgo característico la segmentación social, el clasismo y una enorme desigualdad. Un nuevo Clarín es necesario para entrar en esta lucha.
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ASÍ NACIÓ Y VIVIÓ CLARÍN
Nada de reuniones ejecutivas, constitución previa de capitales, estudios de mercados, de zonas de influencia. Nada de todo eso. Clarín nació por generación espontánea. Al menos, eso parecía.
Nació sin embarazo ni parto anunciado alguno, no obstante los personajes que, como autores intelectuales y materiales del hecho, aparecieron más tarde. Lo cierto es que el día 21 de septiembre de 1954 salió al público el primer ejemplar en formato tabloide del diario Clarín, huérfano de todas las orfandades habidas y por haber. Sin director reconocido, sin pie de imprenta, sin firma de propietario alguno, mencionándose tan solo la dirección de su oficina, que coincidía con la del diario La Nación (Agustinas 1269).
Desde la primera página del primer número, Clarín proclamó los valores que constituirían su posición ideológica: “Estamos en guerra contra el escándalo, el robo y el continuismo radical que aún no ha arriado sus banderas; en guerra contra el prevaricador, el encumbrado señorón feudalista que aún hace en sus predios siembras de penas y vendimias de pulmones; en guerra, en fin, contra el odio, como lo hizo Cristo porque, en definitiva ésta es la primera concepción del amor”.
Los autores del nombre del diario, así como del breve glosario de “firme junto al pueblo” adherido a su titular, fueron los periodistas José Dolores Vázquez y Raúl Morales Álvarez.
Román Alegría, quien fuera poco después Director del tabloide ya trasformado en matutino, relata en su libro “Entre dos Generales”, los prolegómenos del engendro:
“En 1955 Clarín no era más que eso: unas cuantas y destartaladas máquinas de escribir y dos diminutas piezas. En esas dependencias apareció un buen día un comedido y pulcro caballero. Dijo llamarse Ernesto Merino. Los periodistas fueron informados de su calidad de representante de la nueva empresa propietaria del diario y cuya razón social era “Merino y Cia. Ltda.”
“Nadie sospechó que tras el ‘Merino’ se ocultaba el propio general y Presidente de la República, Carlos Ibáñez del Campo y que en la ‘Cía. Ltda’ estaba el periodista más discutido y vilipendiado del país: Darío Sainte-Marie, conocido por su seudónimo de Volpone, con el cual firmaba sus artículos más vitriólicos y demoledores.”
Poco después del término de su mandato, el General Ibáñez deshizo la misteriosa sociedad mantenida entre el general Ibáñez y Darío Sainte-Marie, adjudicándose éste último la propiedad en exclusiva del tabloide. Más tarde, Sainte-Marie delegó la dirección del diario en Román Alegría y, después, en Alberto Gamboa, contando éste con la colaboración, como sub-director, de Alejandro Arellano.
Con el paso del tiempo, ya en los años 70, Clarín llegaría a ser el medio de mayor circulación nacional, alcanzando un tiraje de 170 a 180 mil ejemplares los días laborables y alcanzando los 300 mil los domingos. Hasta que el 11 de septiembre de 1973, a eso de las cuatro de la madrugada, bandas de militares sublevados asaltaron la sede central del diario, efectuando toda clase de destrozos y desmanes, apresando a varios trabajadores, además de a Gamboa y Arellano. Había llegado el régimen del terror y el exterminio que lideró el innombrable general de lamentable recuerdo.
Hoy, lector, al cumplirse los 40 años del día de la infamia, ponemos en tus manos este testimonio de sobrevivencia fugaz, cuya latencia ha estado expresándose, desde hace ya años, en los textos digitales puestos en la web por www.elclarin.cl
Por Paul Walder
El Ciudadano Nº146 / El Clarín Nº6.923
Setiembre 2013