El mandato del presidente Jair Bolsonaro en Brasil se define por la deforestación del Amazonas, el regreso de 33 millones de brasileños y brasileñas al hambre y la pésima gobernanza del país durante la pandemia.
Pero también marcó un giro radical en un tema que recibe, en general, poca atención pública: la política exterior. No es sólo que el Gobierno de Bolsonaro haya transformado a Brasil, un gigante en superficie y población, en una especie de enano diplomático. Tampoco es solo el hecho de que Bolsonaro haya dado la espalda del país a América Latina y África. Lo más grave es que en su afán de alinear a Brasil con los Estados Unidos, Bolsonaro rompió con una larga tradición de la política exterior brasileña: el respeto a los principios constitucionales de independencia nacional, autodeterminación de los pueblos, no intervención, igualdad entre Estados, defensa de la paz y solución pacífica de los conflictos.
A pesar de las diferentes políticas exteriores adoptadas por los Gobiernos brasileños a lo largo de los años, ningún presidente había roto tan abiertamente con estos principios. Nunca un presidente brasileño había expresado tan abiertamente su apoyo a un candidato en unas elecciones estadounidenses, como lo hizo Bolsonaro con Trump y contra Biden en 2020. Nunca un presidente había despreciado tan abiertamente al principal socio comercial de Brasil, como lo hizo Bolsonaro con China en diferentes ocasiones. Nunca un presidente brasileño había ofendido a la esposa de otro presidente como lo hicieron Jair Bolsonaro, su ministro de Economía, Paulo Guedes, y su hijo, el diputado Eduardo Bolsonaro en relación a la esposa de Emmanuel Macron, Brigitte. Y nunca, al menos desde la redemocratización en los años 80, un presidente había hablado tan abiertamente de invadir un país vecino como lo hizo Bolsonaro sobre Venezuela.
Esta actitud ha lanzado a Brasil a una posición de aislamiento diplomático sin precedentes para un país reconocido por su ausencia de conflictos con otros países y su capacidad de mediación diplomática. Por ello, durante la campaña para las elecciones presidenciales de 2022 – en las que Lula da Silva resultó victorioso el domingo 30 de octubre, por un estrecho margen de 2,1 millones de votos, (50,9% de los votos para Lula frente al 49,1% para Bolsonaro) – el tema de la política exterior apareció con frecuencia, con la promesa de Lula de retomar el protagonismo de Brasil en la política internacional.
“Tenemos la suerte de que los chinos ven a Brasil como una entidad histórica, que existirá con o sin Bolsonaro. De lo contrario, la posibilidad de haber tenido problemas de diversos tipos sería grande. … [Por ejemplo, China] podría simplemente no darnos vacunas”, me dice el profesor de economía de la Universidad Estatal de Río de Janeiro (UERJ) Elias Jabbour. “Brasil debería volver a desempeñar un papel decisivo en las grandes cuestiones internacionales”, añade
¿El regreso de una política exterior “activa y asertiva”?
Las relaciones internacionales durante los primeros Gobiernos de Lula, de 2003 a 2011, estuvieron definidas por Celso Amorim, ministro de Asuntos Exteriores. Él abogaba por una política exterior “activa y asertiva”. Por “asertiva”, Amorim se refería a una actitud más firme para rechazar la presión exterior y colocar los intereses de Brasil en la agenda internacional. Por “activa”, se refería a una búsqueda decidida de los intereses de Brasil. Este punto de vista estaba “destinado no sólo a defender ciertas posiciones, sino también a atraer a otros países a las posiciones de Brasil”, dijo Amorim.
Esta política supuso una apuesta por la integración latinoamericana, con el fortalecimiento del Mercosur (también conocido como Mercado Común del Sur) y la creación de instituciones como Unasur, el Instituto Sudamericano de Gobierno en Salud, el Consejo de Defensa Sudamericano y la CELAC. También se crearon el foro IBSA (India, Brasil y Sudáfrica) y el bloque BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Durante este período, Brasil también avanzó en sus relaciones con la Unión Europea, África y Oriente Medio. Debido al tamaño de Brasil y al peso diplomático que adquirió al aumentar su representación diplomática en todo el mundo, pasó a ser un actor importante en los foros internacionales, tratando de hacer avanzar las discusiones hacia el multilateralismo y una mayor democratización de estos espacios, mediando eficazmente en cuestiones delicadas como el acuerdo nuclear de Irán con la ONU y las tensiones entre Venezuela y los Estados Unidos durante la administración Bush.
Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos
Hay una frase popular en toda América Latina, dicha originalmente por el general mexicano Porfirio Díaz, derrocado por la Revolución Mexicana en 1911: “¡Pobre México! Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Aplica fuera de los límites de su tiempo y lugar originales. Las y los latinoamericanos de hoy podrían cambiar fácilmente “pobre México” por su propio país, ya sea este Colombia, Guatemala, Argentina o incluso Brasil, país en el que la estatua del Cristo Redentor es una atracción turística internacional.
En un escenario en el que las naciones se dirigen hacia la guerra y la confrontación, el regreso de un Brasil diplomáticamente activo puede ser exactamente lo que el mundo – y América Latina en particular – necesita. “Desde hace 40 días, la guerra en Ucrania se dirige hacia un punto de no retorno. Las salidas diplomáticas ya no están en la agenda y el uso de la fuerza militar bruta se ha incrementado”, dice Rose Martins, candidata a doctora en relaciones económicas internacionales en la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). “En este escenario, los BRICS y su Nuevo Banco de Desarrollo ofrecen alternativas para el desarrollo económico distintas de los términos neoliberales”.
La pregunta, quizás, es qué “mundo” espera realmente un Brasil activo. Esta reanudación puede interesar al Tercer Mundo, por ejemplo, pero hay dudas sobre si interesaría al llamado mundo occidental. “En esta situación global, en la que hay una disputa por la ‘cosmotécnica’ y entre la que está el ejercicio de la fuerza, Brasil tendrá que jugar de forma muy equilibrada, con mucha cautela”, dice el profesor Héctor Luís Saint-Pierre, coordinador del Grupo de Estudios de Defensa y Seguridad Internacional (GEDES). “Puedo imaginar dos actitudes posibles: desde el punto de vista de la disputa por las hegemonías cosmotécnicas, sería el no-alineamiento pragmático. Es decir, entrar en relaciones comerciales, económicas y tecnológicas de forma pragmática, no alineada: ni con uno ni con otro”, dice. “Y con respecto a los Estados Unidos, una cierta precaución, porque ellos están en guerra, nosotros no. No necesitamos ir a la guerra para defender los intereses de los Estados Unidos: lo correcto, para defender los intereses brasileños, es no ir a la guerra. A veces los intereses nacionales se defienden no yendo a la guerra”.
Además del desafío externo, Lula llega a la presidencia en una situación muy diferente a la de su primer mandato. No sólo tendrá que lidiar con toda la destrucción institucional dejada por Jair Bolsonaro, sino que también tendrá que lidiar con los miembros de su propia coalición de “frente amplio”, muchos de los cuales habían sido opositores radicales durante sus Gobiernos anteriores. Uno de los temas más delicados, sin embargo, es cómo actuarán las fuerzas armadas. Desde el golpe de Estado contra Dilma Rousseff, en 2016, los generales han vuelto a la escena política brasileña, ampliando sus dominios hasta el punto de conquistar miles de puestos bajo el mando de Bolsonaro, un escenario que pone en alerta a un país que sólo salió de su última dictadura militar hace 37 años. “Más que paradójico, es aporético. Es una situación sin salida”, dice Saint-Pierre, cuando le pregunto si la forma de desarmar el poder militar internamente sería llevar a cabo una política exterior consistente, o si, para llevar a cabo una política exterior consistente, sería necesario primero desarmar el poder militar. Cree que Lula tendrá que establecer algún tipo de pacto con los militares, en el que se respeten sus demandas, para que pueda gobernar efectivamente. Pero a pesar de todos los desafíos, Saint-Pierre, Martins y Jabbour parecen estar de acuerdo en un punto: la política exterior del Gobierno de Lula será definitivamente mejor para Brasil, América Latina y el mundo que la de Bolsonaro. Y el pueblo brasileño también.
Este artículo fue producido por Globetrotter en colaboración con la Revista Opera. Pedro Marín es redactor en jefe y fundador de la Revista Opera. Anteriormente, fue corresponsal en Venezuela para la Revista Opera y columnista y corresponsal internacional en Brasil para una publicación alemana. Es autor de Golpe é Guerra-teses para enterrar 2016, sobre el impeachment de la presidenta de Brasil Dilma Rousseff, y coautor de Carta no Coturno-A volta do Partido Fardado no Brasil, sobre el papel de los militares en la política brasileña.
Fuente: Globetrotter