Por Roberto Fernández Droguett
Desde las teorías del deseo, el deseo puede entenderse desde la falta de algo que queremos o desde una potencia que nos moviliza hacia algo que pensamos como positivo. Creo que en este momento político, puede existir el deseo de nueva constitución como algo que nos falta, pero claramente no parece haber la potencia suficiente para transitar hacia un nuevo proceso constitucional. Y básicamente podríamos pensar que, luego de la derrota del proceso anterior y de las lamentables condiciones en que se está gestionando el nuevo proceso, no existe la sensación de que se pueda desarrollar un proceso plenamente democrático y soberano. De hecho, lo que pueda resultar de las negociaciones en curso está muy lejos de garantizar un participación ciudadana efectiva que además incorpore los avances logrados en el proceso anterior, como los escaños de pueblos indígenas y paridad de género. Claramente las élites se reapropiaron de la conducción del proceso político que habían perdido con la revuelta social y ahora trabajan sistemáticamente en que la ciudadanía ocupe un lugar marginal en la elaboración de una nueva constitución.
Luego, la gran pregunta aún por resolver es cómo recuperar el camino de impugnación y transformación social que abrió la revuelta. Pero el abordaje de esta pregunta comienza por asumir que, siguiendo a George Didi-Huberman, si la revuelta supuso el levantamiento de cuerpos ciudadanos indignados que se encontraron en las calles para decir basta y buscar cambiarlo todo, hoy día la derrota de la propuesta de nueva constitución implica el abatimiento de estos cuerpos, cuerpos decepcionados, desorientados y cansados no solamente por la derrota electoral sino también por tener que vivir condiciones existenciales precarias, propias de la gestión estatal de la pandemia primero y luego de la crisis económica y social que vivimos actualmente. Luego, el fracaso de las distintas alternativas políticas que intentaron mantener el espíritu de la revuelta y llevarlo al proceso constitucional también resulta una experiencia difícil de procesar. Aun cuando estas alternativas intentaron, de mejor o peor forma, representar la fuerza transformadora de la revuelta en dicho proceso, estas no lograron conectar con un amplio sector de la población que, pese a sus precarias condiciones de vida, prefirieron la certeza de lo conocido a la incertidumbre de los cambios, incertidumbre evidentemente manipulada por el miedo infundido por las élites a través de una campaña que empezó antes de la Convención y que se extiende hasta el día de hoy y frente a la cual no hemos sabido posicionarnos adecuadamente.
En relación a lo anterior es que probablemente una primera labor de los sectores que se siguen identificando con la necesidad de cambios reales y profundos -y no meramente cosméticos como los que lleva adelante, de mala manera más encima, el gobierno actual-, es la reconstrucción de un discurso crítico que permita, por una parte, proveer de manera simple y clara claves de comprensión de todo lo que ha pasado, y, por otra parte, abrir espacios de elaboración colectiva y de imaginación política radical que pueda pensar nuevos caminos hacia las transformaciones socio-políticas significativas que necesita y reclama nuestra sociedad. Luego, habrá que estar atento a la conflictividad que se viene gestando para el año 2023, la cual sin duda volverá a surgir con fuerza dadas las problemáticas no resultas en términos de la inflación, la precarización de la vida y del trabajo, la pésima gestión de lo político por parte de los partidos en el gobierno y en el parlamento, y las demandas pendientes en distintos ámbitos como la educación, la violencia, la salud mental, por mencionar solo algunas. En este sentido, también resulta una tarea fundamental de los movimientos sociales no quedarse en meras reivindicaciones sectoriales y demandas puntuales y especificas e inscribir sus luchas en una perspectiva más global de crítica al modelo neoliberal, sin dejarse atrapar por la captura que implica tener un gobierno de discurso progresista en La Moneda pero que ha optado por no asumir políticas congruentes ni con la revuelta ni con sus propias posiciones previas a llegar al poder. En definitiva, recuperar el deseo como potencia transformadora implica poder reapropiarnos de nuestro destino colectivo y reencontrarnos para volver a avanzar juntos.
Por Roberto Fernández Droguett
Académico Departamento de Psicología, Universidad de Chile, integrante del Programa Psicología Social de la Memoria y del Grupo de Trabajo CLACSO Memorias Colectivas y Prácticas de Resistencia.