El cambio en el uso del suelo es una de las actividades humanas que ha generado mayores impactos en nuestros ecosistemas, especialmente desde mediados del siglo XX. La transformación de bosques nativos y hábitats prístinos en terrenos para otros usos ha provocado una pérdida creciente de biodiversidad, la disminución en las reservas de carbono y nutrientes de los suelos, y un aumento en las emisiones de gases de efecto invernadero.
Así lo advierte un reciente estudio chileno publicado en la revista científica Agriculture, Ecosystems & Environment, el cual analizó diferentes ecosistemas y coberturas de suelo de la zona norte de Chiloé. El trabajo, liderado por Jorge Pérez Quezada, académico de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile e investigador del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB), no solo busca aportar al conocimiento científico, sino también contribuir al desarrollo de mejores prácticas en la agricultura, actividad indispensable para la vida humana.
Los análisis consideraron mediciones en cuatro tipos de coberturas de suelo: tierras de cultivo, pastizales, vegetación nativa y matorrales de especies invasoras. El trabajo también recogió datos del bosque de la Estación Biológica Senda Darwin, lugar donde se encuentran instaladas torres de monitoreo (llamadas Eddy Covariance), gracias a las cuales desde el año 2013 se ha podido realizar un monitoreo permanente de flujos de CO2 y agua, registro que se ha complementado con la medición de otros gases de efecto invernadero, como metano y óxido nitroso.
Al respecto, Jorge Pérez destaca que gracias a estos instrumentos de medición han comprobado que tanto bosques como turberas absorben dióxido de carbono año tras año, acumulando así una gran cantidad de carbono, principalmente en el suelo. Asimismo, menciona que los bosques son verdaderas esponjas también para el almacenamiento de metano, todo lo cual es de gran importancia para la mitigación del cambio climático.
Explorando ecosistemas en Chiloé
“El trabajo recién publicado nos permitió estudiar las emisiones de gases de efecto invernadero en lugares con distintas coberturas de suelo, dentro de los cuales están los campos agrícolas, que son los espacios que más emiten estos gases. En este artículo, no solo comparamos entre ecosistemas nativos, sino que además discutimos acerca del cambio de uso de suelo, desde ecosistemas nativos a suelos usados para actividades humanas, teniendo como referencia los estudios hechos en la Estación Biológica Senda Darwin”, explica Jorge Pérez Quezada.
El académico U. de Chile e investigador del IEB explica que en los lugares donde ha existido intervención humana los niveles de carbono bajan muchísimo. “Cuando un bosque se transforma en matorral se pierde una parte importante de esta reserva. Lo mismo ocurre cuando los terrenos son sometidos a técnicas de arado empleadas en la agricultura. En el caso del nitrógeno, vimos que no había un cambio tan notable y se mantenían valores más bien estables. Pensamos que eso pasaba porque muchos de estos ecosistemas se fertilizan y se les aplica nitrógeno, y en muchos casos fósforo”. En este sentido, el científico destaca la importancia de considerar el nitrógeno en las mediciones, ya que este elemento tiene relación con el cambio climático, porque es parte del óxido nitroso (N2O), el cual tiene 280 veces el efecto de calentamiento que el CO2.
En el caso del fósforo, Jorge Pérez señala que si bien este no es un gas de efecto invernadero, sí es importante para el crecimiento de las plantas y, por ende, para la captura de carbono que estas puedan hacer. Al respecto, el estudio detalla que los ecosistemas intervenidos por la mano humana, en comparación con los nativos, contienen 60% menos de carbono, lo que se explica principalmente por la pérdida de casi la totalidad de vegetación sobre el suelo y por una menor cantidad de carbono en el suelo.
¿Cómo contribuir a mejorar la sustentabilidad de la agricultura?
Jorge Pérez asegura que un gran desafío que advierte este trabajo es generar evidencia que permita apoyar estrategias de conservación de la biodiversidad y, al mismo tiempo, mejorar medidas que permitan sacar carbono de la atmósfera, y así mitigar el cambio climático.
“Los bosques nativos tienen un gran valor, entre otros factores, por la cantidad de carbono que guardan y la biodiversidad que contienen, y por ello debemos protegerlos. Sin embargo, la agricultura es una actividad indispensable, y lo que hoy que se requiere son herramientas para que esta pueda desarrollarse generando el menor impacto posible. En este desafío es importante entender también que la lucha contra el cambio climático y la conservación de la biodiversidad son dos dimensiones que pueden abordarse de manera conjunta”, comenta el investigador de la Universidad de Chile.
El agrónomo recalca el rol clave que tiene el suelo como espacio donde más se almacena carbono. “No obstante, en las zonas de cultivo, los movimientos de suelo y arado ocasionan una liberación de gases de efecto invernadero. Sin embargo, existen medidas efectivas que pueden ser consideradas al momento de efectuar estas actividades”, asegura. Dentro de las alternativas que se proponen para los agroecosistemas, está -por ejemplo- generar bordes arbolados y con vegetación idealmente nativa alrededor de las zonas de cultivos, pues esto permite una mayor captura de carbono y sirve de hábitat para especies que operan como controladores biológicos. Así se ha visto con la presencia de aves que ayudan a controlar plagas o roedores en los cultivos.
“Otra medida es que haya más rotación de cultivos. También se propone una mayor integración a nivel de paisaje entre diferentes agricultores, y que hagan intercambios y mayor asociatividad, por ejemplo, utilizando los desechos de los animales como abono para cultivos y los desechos de cultivos como alimento para los animales. Necesitamos apoyar a la agricultura, entregándole las mejores herramientas para que su impacto disminuya considerablemente”, concluye el científico.