Olas de calor e incendios forestales de gran magnitud, fue el panorama que pronosticó hace unas semanas el académico del Centro de Investigación y Transferencia en Riego y Agroclimatología (CITRA) de la Universidad de Talca, Patricio González Colville.
El diagnóstico se ha visto plenamente reafirmado en los últimos con la alerta roja emitida por la Onemi en la Región Metropolitana, sumado el fuego que arrasó miles de hectáreas en Curacaví y en las regiones de Valparaíso y el Biobío.
«A este panorama de olas de calor se suma la megasequía iniciada el 2007 y que pareciera no tener término en el futuro inmediato. Actualmente, Santiago indica un 44% de déficit hídrico y la región del Maule un 41%», apuntó el especialista, quien recordó que solo en diciembre, la ola de calor ya suma 11 días continuos con temperaturas entre los 33° y los 34° C de máximas.
«Si la primavera registró temperaturas extremas y olas de calor de 35° C y 37°C, en la zona central debemos pensar, por lógica, que el largo verano que se aproxima, sobre todo enero o febrero, debieran superar esos rangos térmicos asociados a olas de calor extensas. Es difícil pensar que una primavera vaya a resultar más cálida que el verano que se aproxima», afirmó el investigador.
Por ello, González Colville advirtió que el principal efecto se podría observar sobre la producción agrícola.
«El ecosistema vegetal, ante este panorama semiárido cálido, responde con la elevación en las tasas de evapotranspiración, es decir, la transpiración de los vegetales, que mediante este proceso intentan mantener la temperatura de las hojas y tallos más baja que el medio ambiente», explicó.
El experto sostuvo que el 74% del agua que pierden por transpiración los vegetales, durante una ola de calor extrema, se registra entre las 14:00 y las 20:00 horas.
«En ese lapso, puede perder ente 8 a 10 milímetros de agua. Sin embargo, si las altas temperaturas persisten en el tiempo, con valores sobre los 35° o 37° C, el vegetal cierra sus estomas y la fotosíntesis se ve restringida», señaló.
Esto disminuye o limita la calidad en la producción de frutos o granos, planteó el académico: «El golpe de sol es otro elemento dañino; durante una ola de calor los frutos, como las manzanas, pueden sufrir quemaduras extensas en su superficie, dejándolas fuera de los mercados. Se estima que cada temporada, la agricultura pierde entre un 20 a un 25% de su producción a raíz de este fenómeno», indicó.
Megasequía e incendios
Otro punto que destaca el académico de la U. de Talca es que la escasez de agua genera en los vegetales estrés hídrico.
Es decir, con las altas temperaturas, estos necesitan disponer cada vez de más agua. Si no está disponible este recurso, el cultivo eleva su temperatura a límites letales, generándose sequedad extrema.
Según proyectó el profesor, si las condiciones de olas de calor persisten más de 8 días, los frutales quedarán expuestos a morir por estrés térmico y, en caso de los árboles, serán presa fácil como material de combustión ante un incendio.
«Cuando un bosque o matorral que posee estrés hídrico extremo se incendia, se generan efectos colaterales: por ejemplo, una dinámica interna de microclima térmicamente extremo que lo hace aleatorio en su expansión; vientos locales cambiantes y baja humedad relativa en interacción a una geografía de pendientes y cuencas», detalló González.
«Lo expuesto es lo que se conoce como incendios eruptivos de rápida y cambiante expansión y dirección; extremadamente peligrosos para los poblados cercanos a estos potenciales siniestros y que no cuentan con medidas de protección anticipatorias», concluyó.
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