Por Elena Panina
El centenario de la Unión Soviética es una buena oportunidad para entender los lados exitosos y fuertes del sistema social que supo generar una enorme esfera de influencia. Por qué no fue posible mantenerlo es importante, pero no menos importante es la forma en que aquel se logró.
El capitalismo de recursos periféricos de la Rusia moderna ha traído de vuelta las tesis olvidadas hace mucho tiempo de la confrontación entre las clases y sus ideologías. El surgimiento del nacionalismo en la antigua URSS es precisamente la reencarnación de la ideología burguesa. La paradoja es que en la Rusia moderna, para mantener la paz interétnica, las autoridades utilizan instintivamente métodos cripto-soviéticos para formar la solidaridad nacional.
Sin un contenido ideológico, como fue el caso en el Imperio Ruso (Ortodoxia-Autocracia-Narodnost [carácter nacional]) y en la URSS (internacionalismo proletario y solidaridad de clase de los trabajadores), se da lugar a intentos de inventar una “tercera vía”, ese híbrido donde se combinan eclécticamente piezas que no encajan al final; un mosaico de diferentes ideologías que no son comprensibles para la población.
Incluso Lenin y Stalin dijeron que la tercera vía es una utopía. No hay tercer camino. Cualquier tercera vía es un retorno del socialismo al capitalismo, y bajo el capitalismo es la conservación de sus contradicciones, y no su resolución dialéctica.
No hay duda de que si la URSS estuviera ahora dentro de los límites geográficos anteriores y sobre la base ideológica y política anterior, pero con la inclusión de elementos controlados del mercado y una economía multiestructural, ahora sería lo que es China, o aún más.
El sistema de partido único centralizado, que es el núcleo del Estado, que consta de 15 repúblicas nacionales, es más efectivo. China, que tiene una estructura no menos compleja de grupos subétnicos, con la vieja enemistad del Norte y el Sur, lo ha demostrado en competencia con los Estados Unidos y la Unión Europea, multipartidistas e igualmente federales.
La combinación de ideología apasionada y planificación estratégica con libertad económica, bajo la protección del paraguas nuclear y el complejo militar-industrial más poderoso, en el territorio de una sexta parte de la tierra, que era la URSS, nos daría un mundo mucho más estable y desarrollado. Habiendo abandonado la experiencia soviética, tiramos al futuro por la borda. Esto es lo que debemos entender en primer lugar en el día del centenario de la URSS.
En el ejemplo de China vemos que el socialismo es capaz de convertirse en líder en la carrera por el progreso científico y tecnológico. Al mismo tiempo, el capitalismo en las ex repúblicas soviéticas ha demostrado que es capaz de reproducir y preservar el atraso y la dependencia.
La idea de izquierda, como idea de progreso social, no ha desaparecido, pero no debe confundirse con el izquierdismo neoliberal globalista. La izquierda no se trata de feminismo, energía verde y derechos LGBT, sino de protección familiar, progreso y justicia social.
El renacimiento de la izquierda está por venir, y la crisis del capitalismo moderno no deja otras opciones para salir de ella, excepto hacia versiones actualizadas del socialismo. Todas nuestras alianzas futuras con países del tercer mundo se construirán precisamente sobre esta base.
Ahora, en la mente de los jóvenes, los tradicionalistas están perdiendo frente a los liberales precisamente porque no dan una imagen del futuro, y para los jóvenes esto es inaceptable. Es solo que aún no ha llegado el momento de entenderlo.
Por Elena Panina
Directora del Instituto de Estrategias Políticas y Económicas Internacionales – RUSSTRAT
Columna publicada originalmente el 30 de diciembre de 2022 en russtrat.ru