El siglo XXI es, sin duda alguna, la época en donde no sólo se están produciendo los más acelerados cambios en varios campos del conocimiento humano sino, y muy particularmente, en el comportamiento social. Justamente, y a modo de ejemplo, las redes sociales han impactado de una manera colosal en nuestras vidas. Se están produciendo considerables paradojas. Mientras en nuestros dispositivos móviles contamos con la mayor información asequible en toda la historia humana, la desinformación impregna la vida cotidiana.
Hoy en día, tomando noción que la información es el bien más preciado con el que contamos, hay un elemento que escasea y juega un rol fundamental en toda esta historia: el contar con la capacidad para filtrarla, analizarla y darle valor a la misma. Estamos ante la presencia de un sustancial, y muy peligroso, oxímoron.
En las décadas del 50 y del 60 del siglo pasado existió una corriente de opinión en la cual se manifestaba, sin fundamento alguno, el vacío existente en nuestro planeta Tierra. Sus fieles seguidores afirmaban que vivíamos en una Tierra “hueca”.
Otro claro y famoso ejemplo de corrientes de opinión infundadas fue el tema OVNI. En un mundo en donde no existían aún los celulares, decenas de miles de fotografías aparecían a diario en revistas y medios de prensa con las presuntas naves de seres de otros mundos. Vaya paradoja por la cual hoy en día esas “pruebas” han desaparecido contando literalmente con miles de millones de cámaras en todo momento y lugar del planeta.
Últimamente, desde hace unos años a esta parte, una nueva línea de pensamiento pseudocientífico ha emergido al compás del crecimiento de las redes sociales: el terraplanismo. Vale decir que se trata de uno de los más claros y concretos ejemplos de esta nefasta “era de la posverdad” en la que nos encontramos inmersos.
Se trata de un movimiento en el cual sus adeptos y fieles creyentes, sin fundamento alguno, dan por tierra (nunca mejor usada la expresión) con el conocimiento que como humanidad fuimos construyendo y cotejando a lo largo de 2 milenios. Es más; no solamente hacen caso omiso a esto último (lo de chequear información entre pares, instituciones, naciones, grupos de trabajo) sino que, paradojalmente, ejercitan su derecho de opinión desde el más absoluto desconocimiento de la física, la matemática, la astronomía, por mencionar algunas áreas del saber humano.
Quiero ser muy claro en un concepto. Desde ningún punto de vista estoy intentando coartar la libertad de expresión. ¿Quién soy para ello? Grosero error de mi parte sería tomar tal posición. Pero no menos cierto es poner en relieve la importancia que conlleva el darle el peso necesario a las opiniones en función, no de las personas que las expresan sino, y particularmente, los fundamentos en los cuales las sustentan.
La Tierra es redonda
La construcción del conocimiento humano se basa en premisas las cuales deben respetarse a fin de llegar a buen puerto. En lo que se trata de las ciencias físicas y naturales, está claro que la observación es una de ellas con el correspondiente cotejo de pares. Basta una sola prueba que contradiga una teoría, para que esta última deje de ser válida. Y es así que nuestra comprensión, por ejemplo del planeta en que vivimos y su lugar en el cosmos, fue acrecentándose en el tiempo.
No fue con Cristóbal Colón que supimos de la esfericidad de la Tierra, sino mucho antes. Sin ir más lejos, fue el mismo navegante quien sabiendo de la verdadera forma de la Tierra, imaginó llegar a oriente partiendo del reino de España navegando hacia el oeste. Hace más de 2 milenios, Eratóstenes, un extraordinario astrónomo y matemático, tomó conocimiento de algo muy curioso. Siendo director de la biblioteca de Alejandría, encontró en un papiro que cada 21 de junio, al mediodía, los rayos de Sol caían de manera perpendicular en la ciudad de Siena, lo cual provocaba que cualquier estaca vertical no producía sombra.
Eratóstenes se percató que en ese mismo instante, en Alejandría, esta situación no se presentaba, sino que cualquier obelisco produciría una sombra respectiva. No sólo llegó a la conclusión que la manera en que este fenómeno podría llegar a producirse era a través de una superficie curva sino que, además, con tan sólo saber la distancia entre ambas ciudades, papel, pluma y un extraordinario ingenio, determinó con un simple cálculo matemático el tamaño de la Tierra.
Dos milenios después de aquel singular acontecimiento, otra de las contundentes pruebas de la esfericidad de la Tierra se obtuvo a partir de la primera imagen de nuestro planeta capturada desde el espacio como resultado del lanzamiento del cohete V2 el 24 de octubre de 1946.
Los adeptos al terraplanismo muestran un claro desconocimiento de conceptos físicos y astronómicos. Esto no es un problema en sí mismo sino la desfachatez con la cual, existiendo esta situación, debaten sin tapujo alguno sobre cuestiones como los motivos por los cuales se producen los eclipses solares y lunares, la manera en que medimos las distancias a otros objetos del Universo o por qué el agua de los océanos se encuentra adosada a la corteza terrestre y no “cae” (en ese caso, me pregunto hacia dónde). Basta con indagar sobre el concepto que poseen sobre la Antártida para tomar noción de lo que estamos tratando.
Centenares de argumentos podríamos ofrecer para mostrar lo literalmente increíble que resultaría vivir en una “Tierra Plana”. En ella, la Luna no podría ser observada al mismo tiempo tal cual la observan personas en ambos hemisferios terrestres. La circunnavegación de los mares y rutas en el espacio aéreo no serían posibles tal cual se realizan, en el primero de los ejemplos, desde hace milenios. La mera observación a diario del Sol y la Luna no se correspondería con lo que apreciamos cotidianamente.
Desde ya que los terraplanistas tienen el suficiente coraje para dar respuesta a cada uno de estos fenómenos y, en caso de no poder ofrecerlo, dan lugar a la posibilidad de continuar con sus investigaciones a fin de obtener las respuestas necesarias. Y he aquí uno de los grandes inconvenientes con el que se encuentran: obviamente, sin un modelo físico-matemático apropiado, al momento de intentar dar respuesta a un fenómeno, invalidan con ello otro existente. En otras palabras, si un modelo me permite dar respuesta al por qué de tal observación, dicho modelo contradice un segundo fenómeno.
Si se cree que estas groseras contradicciones esmerilan la postura terraplanista, permítanme expresarles que resulta en todo lo contrario. En la paupérrima era de la posverdad, “todo vale”. Incluso algunos de sus más fervientes adeptos han hallado una importante fuente de ingresos.
El verdadero peligro del terraplanismo
Creo que es momento de explicitar claramente cuál es el verdadero y grave problema en todo esto. No es el terraplanismo, sino la filosofía que se encuentra detrás del mismo. Aquí el enemigo es la posverdad. No es casualidad que sus adeptos, en un alto porcentaje, creen fervientemente en que la llegada del hombre a la Luna es un fraude, en la no importancia de las vacunas e incluso en la ingesta de dióxido de cloro con fines saludables. Referentes de opinión pública dieron prueba de ello, con un total desprecio por la medicina y la salud pública.
Hacia fines de 2019, una opinión de un conocido actor argentino me llamó poderosamente la atención. Sin fundamento alguno, me preocupó su expresión infundada acerca de su creencia en la planitud de la Tierra. Me llevó a pensar que tal manera de construir un razonamiento, una idea, podría tranquilamente extrapolarse a la no importancia de las vacunas, uno de los principales instrumentos de la sociedad -junto con los sistemas cloacales- para erradicar las grandes pandemias mundiales.
Fue así que en diciembre de aquel año (2019) me embarqué en la idea de armar una serie de videos para YouTube a partir de los cuales desenmascarar a estos fervientes creyentes, sabiendo perfectamente que nunca podría lograrlo ante la filosofía imperante, del otro lado del mostrador, de la posverdad.
Lo paradojal de esta historia es que en el primer capítulo de la serie se daba cuenta del verdadero peligro que todo esto conlleva, mencionando a modo de ejemplo los movimientos antivacunas. Quien hubiese sabido que 3 meses después de aquella publicación estaríamos frente a la más grande de las pandemias de la historia moderna, mostrando, una vez más, como el conocimiento humano pudo dar respuesta a millones de muertes en el mundo.
La fortaleza del conocimiento humano radica en la construcción del mismo paso a paso, a partir de peldaños sólidos en los cuales apoyarnos para seguir avanzando. Tengamos la capacidad del discernimiento. Es lo que nos salvará como especie. Porque en definitiva, es la mente humana la que nos diferencia del resto de las existentes en este maravilloso e insondable cosmos.
Por Diego Bagú, astrónomo de la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas de la Universidad Nacional de La Plata, docente y divulgador.
Vía Chequeado