En Chile se le ha perdido el respeto al pueblo, se le ha perdido en cada ciudad donde débiles municipios son cooptados por el cáncer partidista con origen en Santiago, y, en otros casos, provenientes de internacionales que hoy traicionan sus bases morales corrompidas por el gran capital, cayendo en un ejercicio del poder que nada pregunta y todo lo impone desde cúpulas.
Tal borregos nos mantienen; teniendo el Municipio y el Ejecutivo amplias facultades para el uso del plebiscito, éste aún parece estar truncado por falta de conocimiento de la autoridad local o por notable abandono de deberes al no consultar al pueblo que le ha elegido -¿Pueblo, ahora qué quieren?; por último, en señal de cortesía por el apoyo brindado para la población que va a los comicios de elección de representantes.
El avance truncado de la democracia en Chile, por una dictadura de 17 años y 20 años de gobierno aliancista-concertacionista de “10 capitalistas”, ayudados por el clientelismo de la clase partidista, nos tiene hoy en un estado de indefensión ante el capital transnacional inescrupuloso, al que Ominami junior ha propuesto entregarles otro cinco por ciento de Codelco; sin rectificar a la fecha con propuestas como que el cobre es chileno y a la refinación están invitados, pero por ello pagan tributo y en beneficio de los pueblos de Chile, por dar un ejemplo.
La consulta a la ciudadanía sigue restringida pese a que en el programa de gobierno de Michelle Bachelet se hablaba de gobierno ciudadano, iniciativa ciudadana de Ley y materias referentes a avanzar en la concreción de un sistema democrático que, terminando su período, sigue siendo oligárquico y desigual.
En gobiernos “sociolistos” ha seguido gobernando el neoliberalismo traído por los chicago boys, Guzmán y la Constitución dictatorial que consagra el saqueo a los pueblos de Chile. Un modelo diseñado por la extrema derecha y bien administrado por la Concertación, que dicho sea de paso engordó a algunos peces suyos vendiendo Matria, y dejando al cardumen esclavo de un sistema apoyado por una maquinaria de mass media alineados con una ideología de catacumbas.
En penumbras, sin embargo, parte de los pueblos una luz percibió, reaccionado al fotón que no estaba en el laboratorio de un LHC, si no el uso de la memoria política, en el estudio de las épocas del ágora, donde florecía el talento -llenando de luz la vida de la ciudad-, y en la búsqueda de la verdad, y no se ponían mantos sobre el oscurantismo imperialista de quienes se creyeron los elegidos.
La expansión de un timador Occidente está en manos del “Juicio Final”, dictado por quienes tengan el coraje suficiente de enfrentar a la gran patraña, aquellos que iluminan con solidaridad y acciones directas por hacer posible que sean sólo los pueblos y nadie más quienes decidan su futuro.
Si la noosfera existe, hay un sentimiento común en oportunidades, un halo imparable que casi se puede olfatear; pero lo que resulta más extraño es por qué existe desconexión de la voluntad terrestre con las determinaciones de la tecnocracia dominante. ¿Ansias de poder de una clase inteligente? ¿Imposición verticalista?
El recuperar la democracia y las consultas ciudadanas desde los pueblos y para los pueblos, es nuestro desafío, y para ello sólo hizo falta un correlacionador del juego en que nos hemos visto envueltos; mirar la vecina Bolivia, la hermana Venezuela, pensar a la técnica no para controlar, sino para satisfacer necesidades populares de participación, aún no resueltas por una transición incompleta de origen golpista que siempre ha temido a la manifestación soberana de una Asamblea Constituyente y Ciudadana.
Un periodista libertario llamado Francisco Luna, en Asamblea lo propuso racionalmente: «que se incluya en la papeleta de diciembre y se plebiscite a la vez la necesidad de Nueva Constitución mediante Asamblea Constituyente; aprovechemos bien el papel», insistió . La duda era qué diría al respecto el Tribunal Constitucional y el Tribunal Calificador de Elecciones; pero si fuese posible, reflexionamos, sería un proceso vinculante que coronaría el Bicentenario -si así lo determinase la Presidenta-, como sello democrático para quien venga, y mejor aún, quien le suceda estaría por voluntad popular encargado de transitar al estado de Asamblea Constituyente, sin por ello perder el orden, en un país que se cree Tercer Mundista y lo ha sido a medias.
Ni diputados, ni senadores, ni Presidentes, Cuarta Urna y Asamblea Constituyente
El Ciudadano