Los candidatos presidenciales dieron examen ante el consejo consultivo de la Fundación Paz Ciudadana que preside Agustín Edwards Eastman. Nada les obligaba a entregar en ese lugar sus propuestas en materia de seguridad pública. Pero lo hicieron -y a juzgar por sus sonrisas- con muchísimo agrado. Tal como hacen los empleados de Edwards en los aniversarios de El Mercurio, a los que suele asistir el presidente de la República de turno y/o sus ministros.
Este 1º de julio, en el exquisito local de CasaPiedra, ante 200 invitados que degustaron croissants, frutas y café, un lamentable espectáculo tuvo protagonistas de alto calado político. Eran los candidatos presidenciales Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Adolfo Zaldívar, Jorge Arrate, Marco Enríquez-Ominami y Alejandro Navarro. Sebastián Piñera envió desde Europa sus proyectos, coincidentes -¡era que no!- con los de Paz Ciudadana. Todo fue manejado patriarcalmente por Agustín Edwards, gestor del golpe de Estado de 1973, y cuyos oscuros antecedentes en materia de ética, moralidad comercial y conocimientos sobre delincuencia, son vergonzantes.
Los candidatos se comportaron como dóciles carneros en el ara de sacrificios de El Mercurio. La mesa del rastrerismo político la presidía el orejero de Nixon y Kissinger, el malnacido que vendió a su patria en Washington, el progenitor del golpe militar de 1973, o sea Edwards, que se abanicó con unos candidatos presidenciales de pacotilla.
¿Por qué los candidatos acudieron sumisos al llamado de Edwards y su Fundación Paz Ciudadana? ¿Por qué ninguno de los candidatos de Izquierda -Jorge Arrate y Alejandro Navarro- ni tampoco Marco Enríquez-Ominami, tan díscolo cuando no desafía al verdadero poder, se atrevieron a denunciar la farsa, ni pusieron en evidencia el papel que juega Paz Ciudadana en proporcionar fundamento ideológico a la derecha y los poderes fácticos en materia de seguridad y delincuencia?
Esta Fundación fue creada por Agustín Edwards en 1992, poco después del comienzo de la “transición a la democracia”. En Paz Ciudadana convergen malandrines de toda calaña, corsarios de los negocios, parlamentarios amamantados desde su más tierna infancia por millonarias cajas electorales, lobbystas sin fronteras, rábulas de las transnacionales, publicistas y magos del marketing, arrenquines prostibularios de los servicios de seguridad y otros especímenes parecidos. En su directorio cohabitan Agustín Edwards con Sergio Bitar, ministro de Obras Públicas y alto dirigente -y mecenas- del PPD; Bernardo Matte, cabeza de uno de los grupos económicos más poderosos de Chile, con la senadora Soledad Alvear, ex presidenta de la DC, y cuyo marido -Gutenberg Martínez- se especializa en “vacunar” donantes para las campañas del PDC; Paola Luksic, del grupo económico que manejan Andrónico, Guillermo (miembro del consejo consultivo de Paz Ciudadana) y Jean Paul Luksic, padrinos de todos los partidos de la Concertación y de la Alianza, sostenedores de parlamentarios que reciben dádivas en efectivo y en maletines a prueba de investigaciones bancarias; el senador UDI, Jaime Orpis; Edmundo Pérez Yoma, empresario y ministro del Interior; Eugenio Tironi, lobbysta de las peores causas, hasta hace poco escudero de una de las cadenas de farmacias que se coludieron para apuñalar la salud de cientos de miles de chilenos. En Paz Ciudadana se hermanan la ministra de Educación, Mónica Jiménez, consejera de confianza de la Iglesia Católica, el ex pobretón Enrique Correa, hoy millonario lobbysta y remero de piraguas de derecha, centro e izquierda; y el no menos afortunado empresario Oscar Guillermo Garretón, socialista hoy, mapucista ayer, caradura siempre. Paz Ciudadana es hoy otro negocio de Edwards, como los caballos, los botes a vela o la cadena de periódicos que le permiten modelar corrientes de opinión… y acumular influencia que abre las puertas a nuevos negocios. Su Fundación recibe financiamiento de Farmacias Ahumada, Enersis, Lan, de las principales cadenas de retail, D&S y Cencosud, etc.
Paz Ciudadana, desde sus comienzos, ha agitado la bandera del miedo, del temor a la delincuencia, de la inseguridad de las personas. Son fenómenos reales pero que amplifica y manipula. Convirtió la seguridad en un factor ligado a la mano dura, añoranza soterrada del pinochetismo. Y, luego, en una pesadilla que esconde los reales problemas que originan la delincuencia: la miseria, la explotación y la discriminación. Si el enemigo interno para la dictadura militar y El Mercurio eran el comunismo y la Izquierda, desde hace diecisiete años es el muchacho(a) que no encuentra trabajo ni puede estudiar, el poblador, la gente pobre.
El remedio es el mismo: la represión, nuevas cárceles concesionadas, la seguridad privada (que mueve cientos de millones de dólares), el aumento interminable de las dotaciones policiales, en fin, todo aquello que contribuye a fortalecer la plataforma instrumental del fascismo. Los gobiernos de la Concertación no se han atrevido -quizás ni siquiera lo han pensado- a quitarle legitimidad a Paz Ciudadana, porque esa Fundación es El Mercurio y sus 24 periódicos. El temor reverencial que inspira ha hecho de Edwards un monstruo de la impunidad. En esto le ha sido útil Paz Ciudadana, que ampara con su silencio los delitos de cuello y corbata, las estafas bursátiles por miles de millones de pesos, las maniobras empresariales que destruyen el medioambiente o que causan la muerte al modificar las fórmulas de medicamentos para rebajar costos, y otros delitos millonarios que son el pan de cada día de los muchísimos Edwards que ha prohijado el neoliberalismo en nuestro país.
Nada de esto era novedad para los candidatos presidenciales de Izquierda, Jorge Arrate y Alejandro Navarro, cuando aceptaron manosearse con Edwards, el asesino intelectual de Allende y de miles de chilenos. Prefirieron callar para ganar indulgencias con El Mercurio. Con mayor razón procedió así Enríquez-Ominami, que encuentra amplia y cotidiana cobertura en la cadena mercurial. No obstante que él se declara transversal y pragmático, no tiene impedimentos ideológicos ni políticos para compartir desayuno y sobajeos con Edwards, el golpista.
Los otros candidatos -Frei, Zaldívar y Piñera- siempre han seguido las aguas de Paz Ciudadana y pertenecen a la tropilla corralera de El Mercurio en la política nacional. Arrate y Navarro, en cambio, pudieron negarse a asistir a CasaPiedra. O mejor, pudieron desenmascarar allí la turbia naturaleza de Paz Ciudadana y la catadura de Agustín Edwards. Sin embargo, aceptaron el besamanos… a cambio de una pizca de publicidad mercurial. En este caso, el oportunismo indigna.
La sumisión es cobardía; el acomodo es una vergüenza. Y hay que decirlo.
por Manuel Cabieses Donoso
Director Punto Final