Autor: Erik Edman
El mes pasado, DiEM25, miembro de PI, participó en una misión internacional de investigación para conocer la situación actual de los presos políticos en Turquía. Este es un breve informe de dicha delegación.
Un par de semanas antes de los trágicos terremotos que sacudieron la frontera turco-siria, participé en una misión de investigación de cinco días en Estambul. Allí, como parte de una delegación internacional, me reuní con abogados, actores de la sociedad civil y portavoces de partidos de la oposición para conocer el estado de los derechos humanos en las cárceles turcas. El panorama pintado por nuestros interlocutores era realmente desolador, y no se limitaba al estado de los presos.
Abdullah Öcalan, fundador del PKK y líder del pueblo kurdo, lleva encarcelado desde 1999 y hace casi dos años que no se le ve ni se sabe nada de él. El régimen turco lo tiene encarcelado en la infame prisión de la isla de Imrali, junto con otros tres reclusos. Disfruta de una hora semanal de «tiempo social» (fuera de su celda de aislamiento).
Esto es una forma muy larga de decir que el presidente turco Recep Tayyip Erdogan está matando a Öcalan, lenta y dolorosamente, con el apoyo implícito de Europa y Estados Unidos, que hacen la vista gorda ante las evidentes violaciones de derechos humanos. El Consejo de Europa lleva años dando largas a un juicio sobre si Turquía está vulnerando los derechos de los presos.
Todos nos dimos cuenta de que Imrali no es más que una plataforma de lanzamiento, el laboratorio donde se introducen prácticas inhumanas, con el pretexto de «medidas de emergencia», para luego exportarlas como norma a otras prisiones del país. Hubo múltiples ejemplos de abogados perseguidos por defender a sus clientes, de presos sin acceso a abogados, médicos o al tiempo que les garantiza la ley para estar con su familia y seres queridos.
Aumentan los «suicidios» sospechosos, así como los casos de violencia sexual, física y psicológica contra los presos. También va en aumento el encarcelamiento de académicos, activistas, agentes de la sociedad civil y periodistas que denuncian violaciones de derechos humanos. Las condiciones de las personas LGBTQI+ y de las mujeres presas también son especialmente preocupantes.
Incluso los terremotos, que afectaron masivamente a la región kurda, se han utilizado como excusa para reprimir aún más la disidencia. Se ha declarado el «estado de emergencia» en 10 ciudades, con el pretexto de agilizar la ayuda, pero, en cambio, se ha utilizado para reprimir la disidencia y la crítica. Se ha detenido a periodistas y los reporteros turcos deben obtener una «tarjeta turquesa» de la Dirección de Comunicaciones de la Presidencia para poder informar sobre la catástrofe.
Los equipos de rescate se han visto bloqueados en aeropuertos de todo el país antes de que se les permitiera el acceso a la ciudad, y los alcaldes del partido AKP de Erdogan tenían prioridad sobre los de los grupos de la oposición a la hora de compartir información desde la oficina del presidente. Incluso se ha detenido a ciudadanos que han criticado en las redes sociales la respuesta del gobierno a la crisis. En el momento de escribir estas líneas, el acceso a Twitter estaba interrumpido en Turquía, al igual que el acceso a Internet en algunas partes del país.
Este es el régimen turco que Europa está financiando tan cínicamente a través del internacionalmente condenado acuerdo Europa-Turquía, que apoya la maltrecha economía de Erdogan con millones de euros a cambio de encarcelar a refugiados económicos y de guerra en Turquía -los únicos detenidos que se enfrentan a peores condiciones que los presos políticos en el país- y de ayudar a FRONTEX y a los guardacostas griegos a disuadir y matar a personas que intentan cruzar el Egeo.
Este es el mismo régimen al que Suecia y Finlandia se están doblegando para complacer en un intento desesperado de obtener la aprobación de Erdogan para sus candidaturas de adhesión a la OTAN. Entre las exigencias de Turquía está la extradición de los solicitantes de asilo kurdos de vuelta al país, para que se enfrenten a los horrores descritos anteriormente. Aunque supuestamente se opone al auge de la extrema derecha en todo el continente, la clase dirigente europea ha adoptado como propias amplias franjas de las políticas de la extrema derecha. La advertencia de Nietzsche de «cuando luches contra monstruos, ten cuidado de no convertirte tú mismo en uno» nunca ha sido más acertada: la sangre de los que sufren y mueren bajo el gobierno de Erdogan también está en las manos de Europa.
El pueblo kurdo, puesto a prueba una vez más tras los recientes terremotos, ha sido traicionado repetidamente por la comunidad internacional, a pesar de su ayuda decisiva para derrotar al ISIS y de su larga lucha por el reconocimiento. Son la etnia sin nación más numerosa del mundo, y desde los años 90 sus reivindicaciones han pasado de la independencia a la autonomía, y sus métodos, de la lucha armada a los medios políticos. Tanto la UE como Estados Unidos siguen incluyendo al PKK en la lista de organizaciones terroristas. La semana pasada informé de los resultados de nuestra misión en una manifestación ante la Comisión Europea en Bruselas, con motivo de la entrega de 3,5 millones de firmas, exigiendo que la UE elimine al PKK de su lista de organizaciones terroristas.
El pueblo kurdo, al igual que los palestinos, ha sido objeto durante décadas de una despiadada propaganda que ha aislado su lucha a nivel internacional. Es importante reconocer sus derechos y las formas en que están siendo pisoteados, no sólo en Turquía, sino también en Siria e Irak. Junto con las cuestiones palestina y chipriota, la kurda es el tercer pilar del que depende la paz en Oriente Próximo.
Turquía, incluso antes de la época de Erdogan, ha utilizado a los kurdos para militarizar la sociedad turca en torno a una imaginaria amenaza kurda permanente, y desarrollar el apoyo social a una política interior y exterior agresiva. Toda la región sufre las consecuencias, desde Grecia hasta Armenia, desde Siria hasta Bulgaria. La exclusión del PKK de la lista de organizaciones terroristas de Europa y un compromiso más estrecho entre los demócratas europeos, kurdos y turcos es un requisito previo para que la política turca se oriente hacia la desmilitarización y para que Turquía se convierta en una potencia de paz y no de guerra en el sudeste del Mediterráneo.
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Foto: Wire
Traducción: Lizzette Vela
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