Por Guadi Calvo
El estallido de la violencia que vive Sudán desde el sábado 15 de abril, en que el ejército se enfrenta, en las calles de Jartum, con elementos catalogados como paramilitares y que hasta hace pocas horas eran parte integral del gobierno del general Abdel Fattah al-Burhan.
La tensión entre el ejército regular y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), una organización de origen paramilitar, también llamado Janjaweed (jinetes armados), estalló por el intento del ejército de recortar el poder de su líder Mohamed Hamdan Dagalo, conocido popularmente como Hemetti, quien ha ganado significativas posiciones en el gobierno y acaparado importantes espacios físicos como tierras cultivables o explotaciones mineras.
Los antiguos Janjaweed conforman una fuerza de cerca de cincuenta mil hombres, responsable de innumerables matanzas desde 2012 en la región de Darfur. Hemetti a pesar de ser el número dos de la actual junta militar, es un enconado rival del general al-Burhan.
Esta crisis, si bien se precipitó en estas últimas semanas, tiene su origen en el golpe del 11 de abril de 2019, que terminó con la dictadura del general Omar al-Bashir, de la que el pueblo sudanés no ha encontrado manera de romper la estructura gubernamental que el depuesto dictador construyó en sus 30 años de poder omnímodo.
Es la inacción política lo que permitió a los militares sudaneses repetir en octubre de 2021 el golpe que se conoció como la Revolución de la Trompa de Elefante. Esta vez, contra un anquilosado Consejo Soberano de Transición. Lanzándose a la cacería de los civiles que componían, junto a ellos, dicho consejo, dando por cerrado el tímido proceso de transición hacia la democracia.
Desde entonces, el líder emergente de la cúpula militar, el general Abdel Fattah al-Burhan, como jefe del ejército y presidente del Consejo Soberano, ha mantenido a buen resguardo la continuidad del proceso, alejando las posibilidades de desembocar en elecciones amplias y democráticas.
Para ello, el gobierno ha sometido a las constantes y multitudinarias manifestaciones, que reclaman la apertura democrática, a los abusos de la temible la Reserva Central de Policía, popularmente conocida como Abu Tayra, infiltrando a agentes de civil en las protestas, utilizando, además, munición real, detenciones arbitrarias, golpes y torturas. Dicha sistematización de la represión ha generado, desde octubre de 2021, cerca de 200 muertos y un número de heridos que supera los 10 mil, sin conocerse ni la cantidad ni el destino de miles de detenidos.
Además de los métodos represivos del viejo régimen, han vuelto al poder los sectores confesionales más cerrados. Ocupando lugares estratégicos, de los que habían sido desplazados después del golpe de 2019, particularmente en la estructura de gobierno, ministerios, bancos, medios de comunicación, finanzas, salud, y en la justicia.
Incluso, el ya maltrecho panorama económico se agravó seriamente desde 2021, poniendo en situación de inseguridad alimentaria a pocos más de 15 millones, de los cerca de 47 millones de sudaneses.
El general al-Burhan, obviamente, no está, o no estaba solo en esta decisión, siendo acompañado por dos hombres fundamentales en la política del país tras la caída de al-Bashir, el general Shams Eddin Kabashi y el temible Hemetti.
En este cuadro de situación se produjo que, en la madrugada del sábado 15, los 650 mil jartumies, fueran despertados por el enfrentamiento armado de las fuerzas del general al-Burhan y los fieles seguidores de Hemetti, los que según algunas fuentes se habrían hecho con el control el palacio presidencial, el aeropuerto de la capital y otras posiciones claves, además de una base aérea en la ciudad de Marawi, a unos 350 kilómetros al noroeste de Jartum.
Aviones comerciales que intentaban aterrizar realizaron rápidas maniobras de fuga, para alejarse del conflicto, mientras que una nave de pasajeros de Saudi Airlines resultó dañada sin causar víctimas humanas.
Se conoció que en la madrugada del domingo el ejército ha atacado, con artillería y aviación, las bases de Tiba y Soba, en Jartum, de las fuerzas de Hemetti, y también en la ciudad de Omdurmán, apenas cruzado la margen occidental del río Nilo Blanco, desde Jartum, donde también se han producido ataques. Según algunos vecinos, en las calles se han visto transitar vehículos blindados de transporte de personal y tropas en diferentes direcciones por las calles del centro de la ciudad y el barrio de Bahri.
Si bien no está clara la razón del estallido del conflicto, algunas versiones indican que se produjo tras el ataque de las fuerzas de Hemetti a la residencia del general Abdel Fattah al-Burhan.
Las primeras cifras de muertos y heridos, tras los primeros enfrentamientos, hablan de 56 muertos y 600 heridos, una cifra insignificante frente a la posibilidad de que el conflicto escale a la categoría de guerra civil y se extienda al resto del país.
Si bien el general al-Burhan cuenta con el respaldo del ejército, se sabe que Hemetti, en sus largos años cercanos al poder de al-Bashir, que se prolongaron sin pausa, tras el derrocamiento de su mentor y cómplice en el genocidio de Darfur -en que se calcula murieron al menos 300 mil personas-, ha generado una inmensa fortuna, gracias a la explotación ilegal y contrabando de oro, lo que le permite financiar su poderoso ejército altamente entrenado.
EL RIESGO DE LA BALCANIZACIÓN
Este nuevo conflicto, que apenas comienza, y del que poco se puede conjeturar acerca de su desarrollo, sí abre una alternativa ya anunciada por muchos analistas, que es que Sudán podría entrar en un proceso de balcanización, dada las tensiones.
Darfur, al oeste del país, próximo a la frontera con Chad, con más de nueve millones de habitantes, se encuentra en constante estado de ebullición, a pesar del acuerdo de paz de Juba, firmado en octubre de 2020. Allí se registran contantes episodios de violencia extrema, por la posesión de áreas productoras de oro, resultando purgas étnicas, que las tribus árabes, socias de Hemetti, practican contra los fur (negros africanos) asentados ancestralmente en la región.
El conflicto que se inició en 2003, como sumatoria de las desigualdades sociales y una aguda crisis ambiental, disparó la lucha por la apropiación de los recursos naturales, tierra, agua y minería, generando exacerbada rivalidad entre las etnias, junto a la militarización de los grupos rurales, de los que Hemetti no ha sido ajeno.
En otras regiones, como Kordofán, el Nilo Azul y la del Mar Rojo, los choques entre las diversas comunidades se han incrementado, originando cientos de muertos y decenas de miles de desplazados.
Más allá de las fronteras de Sudán, la situación no es para nada sencilla; hacia el este, el cada vez más disputado Mar Rojo, donde las potencias occidentales, sus aliados árabes, se han puesto en alerta por el desembarco de intereses chinos y rusos, es testigo del incremento de las tensiones, ya no comerciales, sino militares entre las grandes potencias. La región del Sahel, batida de manera constante por los grupos integristas tributarios de al-Qaeda y Daesh, y el Cuerno de África, donde acabamos de ver la guerra civil de Etiopía por la región de Tigré, y, en ciernes, la crítica situación de la región Amhara (Ver: Etiopía ¿Hacia otra guerra interna?); Somalia, en una guerra abierta contra el terrorismo de al-Shabab, en que participa Estados Unidos, mientras que el avance de la crisis climática profundiza el hambre y la marginalidad de millones de somalíes. Y, al sur, sus antiguos territorios que hoy conforman Sudán del Sur, sumido en una guerra civil prácticamente desde su independencia en 2011, que todavía tiene esporádicas espirales de violencia. Lo que convierte a toda la región en un pantano, en el que podrían hundirse millones de vidas, mientras en Sudán, la batalla recién empieza.
Por Guadi Calvo
Escritor y periodista argentino. Publicado en Línea Internacional
Nota publicada el 19 de abril de 2023 en Lo que somos.