Por: Álvaro Bustos Barrera
Caminaba por Providencia un domingo de abril cuando me antojé por comer pastas. Cogí el celular y me resguardé en un banquito del Drugstore, aquella mini galería comercial tan famosa en la década del 80’. Comencé a ojear las alternativas y fueron tan variadas como las oportunidades de productos que puedes encontrar en los mercados, ferias o emporios de cualquier barrio o país.
Cuando el reloj marcaba las 12:40 horas, mis pasos se dirigieron raudos hacia Nueva de Lyon # 79, local 10, puntualmente en un pasaje donde se encuentra el Restaurant Rivoli, un clásico de la comida italiana y que este año cumple 33 años de existencia, con sus pastas frescas, pizzas, antipastos y, la verdad, mucho más.
¿Tiene reserva? Me preguntó un hombre con chaquetilla blanca y de nombre Massimo Funari, el dueño, un italiano nacido en Roma y que llegó a Chile cuando recién se empinaba en los 20 años de edad.
Tras confirmar mi nombre en su cuaderno, me acomodé en una de las mesas dispuestas en la terraza, y en breve, una pequeña panera con pancito elaborado por ellos mismos fue depositada por uno de los 3 garzones que son parte del equipo. Sin pensarlo, desparramé un chorro generoso de aceite de oliva en el platillo, agregué una pisca de sal y unté la esponjosa masa con esmero para luego disfrutarlo como si fuese el último bocado de mi vida.
Es importante destacar que la carta del local está en constante cambio, pero siempre manteniendo los platos clásicos de la “cucina italiana”, según me confesó el propio Funari: pastas frescas de spaghetti caseros, con carne, ricotta o la carbonara, que lleva huevo y tocino; los fettuccine con salsa de tomate picante; pappardelle, que es un tipo de pasta gruesa con hongos y salsa de costilla de vacuno; ravioli de verdura con salsa de nueces, lasaña clásica; cannelloni de ricota; los gnocchi cuatro quesos; risotto gamberetti con colitas de camarón o frutos del mar; pizza parmigiana o jamón crudo, pasando por los antipastos, variedades de pescados, las bruschettas, ensaladas y los infaltables postres.
Antes de ordenar y sin despertar sospecha, me adentré por el salón principal y pude apreciar el entorno. El lugar es más bien pequeño, pero muy cálido. Al costado derecho hay un enorme muro de ladrillos, una pequeña vitrina con alguno de los productos fabricados en el lugar, más un par de diplomas que destacan la trayectoria del chef italiano, además de una pequeña barra y unos sofisticados pisos de cobre. La capacidad en el interior es para unas 40 personas y las mesas de mármol están muy bien montadas.
De frente a la entrada, se aprecia una gran cava con vinos nacionales, pero también mostos italianos, con innovadoras cepas que son del agrado del público joven que está entrando y conociendo las bondades del restaurant, mientras que en otra de las paredes se extiende una enorme pintura del Dios Jano y el año en números romanos en que abrió sus puertas el Rivoli (MCMXC).
La terraza está rodeada por jardineras con flores fucsias y su aforo alcanza para unos 50 comensales, todos bien distribuidos y sin toparse entre sí.
Ya instalado en la mesa y mientras sonaban desde unos pequeños parlantes algunas canciones modernas de la música italiana, se acercó uno de los garzones impecablemente vestido. Me ofreció un saludo de cortesía y con su comanda en mano transcribió mi pedido. Ordené un Negroni, el aperitivo italiano en base a Gin, Campari y Vermú rojo, más una pequeña corteza de piel de naranja ($6.900) y para acompañar, una Scamorza Prosciutto Crudo ($14.900)
Tanto el glamoroso brebaje creado en el Bar Casoni de Florencia en 1919, como las finas lonchas de jamón crudo, hojas verdes y queso fundido, cumplieron con mis expectativas.
Mientras pensaba en mi fondo, observé atento la dinámica del local, el tiempo de espera en los platos, los movimientos de los garzones y su forma de ofrecer las bondades de la carta, pero especialmente en los pasos de Massimo Funari. Cuaderno en mano, iba recibiendo a los clientes con un saludo cordial y los acompañaba hasta la mesa, como cuando eras pequeño y tus papás te llevaban a la sala de clases el primer día.
Mi decisión para el segundo plato recayó en la pasta Penne Alla’ Arrabbiata con salsa de tomate picante ($13.900), los cortes van al dente, de forma cilíndrica y estrías en su exterior, revueltos con los tomates triturados. El maridaje es con una copa de vino tinto de la casa ($4.500) lo cual resultó absolutamente aprobado por mi paladar.
El Rivoli es un restaurant que da la sensación que siempre está en movimiento y que se niega a estar estático. Desde su apertura, el año 90’, ha debido transitar por caminos pedregosos, contando pandemia y estallido social, pero también ha recorrido otras vías un poco más amigables. Gracias a su reputación y a la preferencia del público, que cada vez va mutando, el establecimiento es tradición y siempre su clientela regresa donde es bien atendida y donde los sabores y olores se hacen presentes, terminando en una buena experiencia culinaria.
Antes de retirarme, intercepté en la salida a Massimo Funari para preguntarle cuál era el secreto de su “éxito”. Si bien la pregunta lo tomó por sorpresa, no vaciló en responder: “Tienes que ser fiel a tu intuición y creer en tu idea y en tu proyecto. Cuando haces las cosas bien, debes perseverar y no detenerte”, sentenció seguro.
Luego de escuchar y tomar el peso de las palabras del chef italiano, entendí que no por nada el Rivoli lleva 33 años instalado en Chile. No es casualidad su permanencia, la fidelidad de su público, la confianza de su personal que en algunos casos lo acompañan por tres décadas, el cuidado de los detalles, la especial atención en la carta, pero, sobre todo, el amor que pone en cada preparación. Eso se transmite y el cocinero romano lo sabe…mientras recoge platos y copas de una mesa y los lleva él mismo rumbo a la cocina.
Para reservas: +56 22 2317969 o +56 9 53428579 / [email protected]
Evaluación: Excelente
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