Por Valdir da Silva Bezerra
Se trata de una importante movida política por parte de Nueva Delhi, que viene actuando en el escenario internacional contemporáneo como un candidato firme al papel de protagonista en el juego de las grandes potencias del siglo XXI. Además, el país asiático también asumió la presidencia de la Cumbre de Líderes del G20 este 2023.
No por casualidad, muchos han prestado atención a la política exterior de la India en los últimos tiempos con el objetivo de identificar los caminos a seguir por Nueva Delhi en su relación con otros actores independientes, como EEUU, China, Rusia, así como con el sur global.
Vale la pena recordar que la India es uno de las pocas naciones del mundo identificadas como país-continente (otro término también utilizado sería país de las ballenas) debido a su tamaño, ubicación y potencial económico, lo que naturalmente le acredita un rol de gran importancia en el juego de fuerzas internacionales.
Por esa misma razón, la India considera que el tamaño de su territorio (es el séptimo país más grande del planeta, con 3,2 millones de kilómetros cuadrados) y población (la segunda más grande del mundo, con perspectivas de superar a China), además de su ya mencionada economía (séptima del mundo en Producto Interno Bruto —PIB— nominal) y potencia militar (ya que es potencia nuclear desde 1974), le otorgan un alto estatus en el sistema internacional, lo que explica el reclamo del país por una mayor voz en los asuntos mundiales.
En este contexto, a pesar del claro predominio de Estados Unidos en el Banco Mundial (uno de los principales pilares de la gobernanza global de posguerra), la India ya es uno de los países con mayor poder de voto dentro de la institución financiera, solo superado por Japón, China, Alemania, Reino Unido y Francia.
Dentro del Fondo Monetario Internacional (FMI), a su vez, la India todavía está subrepresentada en términos de cuotas y poder de voto, en comparación con su participación en el PIB mundial. Como resultado, desde 2003 la India, junto con países importantes como Brasil y Sudáfrica, ya ha declarado que una reforma del FMI «debería reducir efectivamente el grave desequilibrio entre la gran mayoría del poder de voto, ahora en manos de las economías avanzadas y el desempeño insatisfactorio de la participación de los países en vías de desarrollo”, observación que implícitamente critica la posición de los países del G7 —Japón, EEUU, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y Canadá—frente a las demandas planteadas por el sur global.
Sin embargo, este discurso a favor de una mayor voz de los países emergentes en las instituciones internacionales de decisión es uno de los principales puntos defendidos por la alianza estratégica conocida como BRICS, en la que la India tiene una participación activa junto a Brasil, Rusia, China y Sudáfrica.
En lo que respecta, a su vez, al Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), desde 2011 la India presiona por reformas en la composición de la plataforma multilateral, junto a importantes países como Brasil, Alemania y Japón, junto a quienes forma el denominado grupo G4.
Ya en su primera reunión ministerial, al margen de la Asamblea General de la ONU, en 2011, los Estados del G4 afirmaron su deseo de asumir mayores responsabilidades en los asuntos mundiales, postulando su inclusión como miembros permanentes de un Consejo de Seguridad ampliado, con el fin de hacerlo “verdaderamente representativo de las realidades geopolíticas actuales». Actualmente, los miembros permanentes del Consejo de Seguridad son Rusia, China, Estados Unidos, Reino Unido y Francia.
Desde entonces, ha quedado claro que la India ya se veía a sí misma con la capacidad y, más que eso, el derecho de asumir la misión de mantener la paz y la seguridad internacionales, complementando así los esfuerzos de los actuales cinco miembros permanentes del Consejo.
Cuando se trata de Asia, uno de los hitos recientes de la política exterior india fue su adhesión en 2017 a la Organización de Cooperación de Shanghái. La plataforma (fundada en 2001) cuenta también con la presencia de China, Rusia y países de Asia Central, y tiene como objetivo combatir la inestabilidad regional en el continente asiático; no sin razón, la adhesión de la India marcó una verdadera reestructuración estratégica del continente euroasiático, que implicó la interacción política entre la superpotencia china y dos grandes potencias regionales (Rusia y la India).
Con ello, la capacidad de influencia en Eurasia de actores extrarregionales, como Estados Unidos y la Unión Europea, se redujo significativamente.
Además, la India también configura un país clave en el contexto del reciente «giro asiático» de Rusia en las relaciones internacionales, tal y como se recoge en el más reciente Concepto de Política Exterior firmado por Vladímir Putin, con Nueva Delhi recibiendo buena parte de los recursos energéticos rusos desde 2022 y comenzando a establecer relaciones comerciales con Moscú basadas en monedas locales.
Además del comercio, cabe señalar que las relaciones entre Rusia y la India están históricamente marcadas por la cooperación militar y técnica desde la época soviética. Como resultado, Nueva Delhi es uno de los mayores importadores de armas rusas del mundo y en 2020 adquirió un moderno sistema de defensa antiaérea S-400.
Es mediante el establecimiento de esta mayor cooperación ruso-india que se pretende continuar el proceso de consolidación de un mundo multipolar que refleje la pluralidad de civilizaciones y sistemas de valores en el mundo.
La India, en particular, no se puso del lado de Occidente en las mociones que condenaron a Rusia durante las sesiones de la Asamblea General de la ONU en 2022 y durante este año, demostrando la posición independiente del país en relación con el conflicto entre Kiev y Moscú, a pesar de las fuertes críticas que recibió de los países occidentales.
Precisamente, desde esta posición de independencia el ministro indio [Subrahmanyam] Jaishankar se expresó de manera crítica en relación con los países europeos. «Europa necesita superar la mentalidad de pensar que los problemas de Europa son los problemas del mundo, pero que los problemas del mundo no son los problemas de Europa». Además, dejó claro, por lo tanto, que la India no estaría dispuesta a seguir ningún tipo de dictado externo que no esté en línea con sus propios intereses nacionales.
Al mismo tiempo, a pesar de ser parte tanto de los BRICS como de la Organización de Cooperación de Shanghái, la India también colabora con EEUU en el marco del grupo Quad (Diálogo de Seguridad Cuadrilateral) desde 2017, que también incluye a Australia y Japón, lo que se interpreta como un intento de mitigar la posición de China en la región de Asia-Pacífico.
Sin embargo, es necesario recordar que aún no está clara la capacidad de Estados Unidos para garantizar una especie de contención a China a través de esta coalición. La India, por ejemplo, no depende directamente de los estadounidenses para su protección ni cuenta con bases militares estadounidenses instaladas en su territorio, como sí es el caso de Japón.
El tema de la participación de la India en el Quad, por lo tanto, parece ser un asunto de política calculada de equilibrio estratégico de Nueva Delhi ante las dos superpotencias del sistema (EEUU y China).
Finalmente, curiosamente, una de las características más notables de la tradición india se refiere a su comprensión del tiempo como un fenómeno cíclico y no lineal. De acuerdo con este entendimiento, la creación misma pasa por ciclos sucesivos de existencia, aprendizaje, crecimiento y disolución.
Hoy asistimos exactamente a la disolución de un ciclo en el ámbito de las relaciones internacionales, representado por el breve dominio de los países occidentales en el sistema. En su lugar, vemos el nacimiento de una nueva era, que estará marcada por la participación cada vez más activa de la India como una de las principales grandes potencias de nuestro siglo.
Por Valdir da Silva Bezerra
Columna publicada originalmente el 25 de abril de 2023 en Sputnik Mundo.