Inteligencia Artificial: Cuando la falsedad habla rápido y bonito

En tiempos de los gadgets de inteligencia artificial (IA), la tentación de recurrir a soluciones automatizadas es brutal. Nada nuevo bajo el sol, aunque a años luz de la línea de ensamblaje de automóviles que implementara Henry Ford a principios del siglo XX.

Inteligencia Artificial: Cuando la falsedad habla rápido y bonito

Autor: El Ciudadano

Por Patricio Segura

«¡Responde rápido!» le dijo el profesor al estudiante, ante la mirada entre burlona e incómoda de sus compañeros.  La pregunta no era de vida o muerte ni requería de una diligencia excepcional, más allá de la prisa del docente.  

Pero se entiende: en sus manos estaba la formación de esos jóvenes, que tras salir por la puerta de su sala de clases se tendrían que enfrentar a la vida.   A otra faceta de su existencia, en realidad, posiblemente más dura, más compleja.  Esa responsabilidad en mente (unida al cumplimiento de indicadores del currículo escolar) era la que le empujaba a forzar soluciones rápidas ante problemas complejos.

Hace miles de años en la sabana africana, con leones, guepardos, hienas y otros depredadores merodeando por ahí, pensar raudamente sí era esencial para no sucumbir de un zarpazo.  Incluso encontrarse con otros seres humanos en ocasiones también podía tener resultado, por decirlo suavemente, complejo.  Y había que estar atento, actuar a gran velocidad.

En la sociedad de la competencia y la supervivencia efectivamente se requiere rapidez.  En la bolsa de valores, en una situación de riesgo inminente o en la Prueba de Aptitud Académica (aunque desde hace poco se llame Prueba de Acceso a la Educación Superior o PAES) corremos contra el tiempo, claro está.  Pero no toda nuestra vida discurre ante un precipicio, en muchas más ocasiones demanda reflexión, maduración, terceras visiones que no ayuden a tomar las mejores opciones.

Porque celeridad no necesariamente significa claridad.

En tiempos de los gadgets de inteligencia artificial (IA), la tentación de recurrir a soluciones automatizadas es brutal.  Nada nuevo bajo el sol, aunque a años luz de la línea de ensamblaje de automóviles que implementara Henry Ford a principios del siglo XX.

«Chelenko es una comuna y localidad ubicada en la región de Aysén del General Carlos Ibáñez del Campo, en el sur de Chile. La comuna de Chelenko fue creada en el año 2009 y tiene una superficie de 18.867,6 km², convirtiéndose así en la comuna más grande de Chile en términos de superficie.

La localidad de Chelenko es la cabecera de la comuna y se encuentra ubicada a orillas del lago General Carrera, el segundo lago más grande de Sudamérica y uno de los principales atractivos turísticos de la región. La zona es conocida por sus paisajes naturales, que incluyen lagos, ríos, glaciares y montañas, así como por sus actividades turísticas, como la pesca deportiva, el trekking y el turismo aventura.

Es importante destacar que el nombre «Chelenko» proviene del idioma aonikenk, que era hablado por los pueblos originarios de la zona antes de la llegada de los colonizadores europeos. En aonikenk, ‘Chelenko’ significa ‘lugar de arena'».

Esta respuesta la obtuve al preguntar al sitio online ChatGPT3 -de uso recurrente por estos días- qué es «Chelenko«.  El texto emergente fue rápido y pulcro, hasta suena bonito.  Pero es totalmente falso.  De terno y corbata, pero falso.

En estos momentos todavía, sin caer en la tecnofobia ya que bastante aporte ha sido la tecnología, incorporar a todo evento la IA a nuestros procesos de comunicación y formación es un riesgo.   No por lo que «sabe» sino por lo que «inventa» (entre comillas, porque sabemos que los softwares no saben ni inventan nada).

Es el dilema actual.  La competencia por ser el mejor, el más rápido, el más inteligente, ha llevado a que cualquier muletilla sea legítima para alcanzar el cetro.  Es la lógica de las fake news: suenan, se ven, se sienten como verdaderas, pero son manipulados espejismos de la inasible realidad.  Es lo que ocurre con una serie de procesos que dibujan, escriben, buscan información por nosotros, haciéndonos creer que son infalibles. 

Pero no, su fiabilidad es tan efímera como la de quien los programó: nosotros.

Patricio Segura Ortiz, Periodista. [email protected]

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