Por Pepe Escobar
Asia Occidental es una región que está experimentando actualmente una gran actividad geopolítica. Los recientes esfuerzos diplomáticos, iniciados por Rusia y supervisados por China, consiguieron un acercamiento entre Irán y Arabia Saudita-, largamente añorado, mientras que el regreso de Siria a la Liga Árabe ha sido acogido con gran fanfarria. La oleada diplomática señala un alejamiento de las tácticas imperiales de «divide y vencerás» que se han utilizado durante décadas para crear divisiones nacionales, tribales y sectarias en toda esta región estratégica.
La guerra por poderes en Siria, respaldada por el Imperio y sus equipos terroristas -que incluye la ocupación de territorios ricos en recursos y el robo masivo del petróleo sirio-, continúa a pesar de que Damasco ha ganado la partida. Esa ventaja, debilitada en los últimos años por un aluvión de sanciones económicas occidentales, crece ahora exponencialmente: el Estado sirio se vio aún más reforzado por la reciente visita oficial del presidente iraní Ebrahim Raisi -que prometió ampliar los lazos bilaterales- en vísperas del regreso de Siria a la Liga Árabe.
«Assad debe irse» –un meme salido directamente de la arrogancia colectiva occidental– al final, no se fue. A pesar de las amenazas imperiales, los Estados árabes que habían tratado de aislar al presidente sirio volvieron a alabarlo, encabezados por Moscú y Teherán.
En los círculos informados de Moscú se habla mucho de Siria. Existe una especie de consenso sobre el hecho de que Rusia, concentrada ahora en la guerra por poderes «a todo o nada» contra la OTAN, no podrá imponer actualmente una solución de paz para Siria, pero eso no impide que los saudíes, los iraníes y los turcos estén al frente de un acuerdo liderado por Rusia.
Si no hubiera sido por el comportamiento agresivo de los neoconservadores straussianos en el Beltway de Washington, se podría haber logrado una paz multiterritorial integral, que incluyera desde la soberanía de Siria hasta una zona desmilitarizada en las tierras fronterizas occidentales rusas, estabilidad en el Cáucaso y un cierto grado de respeto por el derecho internacional.
Sin embargo, es poco probable que tal acuerdo se materialice y, en cambio, es probable que la situación en Asia Occidental empeore. Esto se debe en parte al hecho de que el Atlántico Norte ya ha desplazado su atención hacia el Mar de China Meridional.
Una «paz» imposible
El Occidente colectivo parece carecer de un líder decisivo, con el Hegemón actualmente «dirigido» por un presidente senil teledirigido por una jauría de belicistas de rostro pulido. La situación ha involucionado hasta el punto de que la tan cacareada «contraofensiva ucraniana» puede ser en realidad el preludio de una humillación de la OTAN que hará que Afganistán parezca Disneylandia en el Hindu Kush.
Podría decirse que existen algunas similitudes entre Rusia-OTAN ahora y Turquía-Rusia antes de marzo de 2020: ambas partes apuestan por algún avance militar crucial en el campo de batalla antes de sentarse a la mesa de negociaciones. Estados Unidos está desesperado por ello: incluso el «Oráculo» del siglo XX, Henry Kissinger, dice ahora que con China involucrada, habrá negociaciones antes de finales de 2023.
A pesar de la urgencia de la situación, Moscú no parece tener prisa. Su estrategia militar clave, como se vio en Bakhmut /Artemyovsk, consiste en utilizar una combinación de la técnica del caracol y la máquina de picar carne. El objetivo final es desmilitarizar a la OTAN en su conjunto y no sólo a Ucrania, y hasta ahora parece estar funcionando brillantemente.
Rusia está en esto a largo plazo, anticipando que un día el Occidente colectivo tendrá un momento «¡Eureka!» y se dará cuenta de que es hora de abandonar la carrera.
Ahora supongamos, por alguna intervención divina, que las negociaciones comenzaran dentro de unos meses, con la participación de China. Tanto Moscú como Beijing saben que no pueden confiar en nada de lo que diga o firme el Hegemón.
Además, la crucial victoria táctica estadounidense ya ha sido concluyente: Rusia sancionada, demonizada y separada de Europa, y la UE [Unión Europea] cimentada como un vasallo de poca monta, desindustrializado e intrascendente.
Suponiendo que haya una paz negociada, podría decirse que se parecerá a una Siria 2.0, con un equivalente masivo de «Idlib»(1) justo a las puertas de Rusia, algo totalmente inaceptable para Moscú.
En la práctica, tendremos bandas terroristas banderistas -la versión eslava del ISIS– libres para deambular por la Federación Rusa en ataques con coches bomba y drones kamikaze. El Hegemón podrá encender y apagar la guerra por poderes a voluntad, como sigue haciendo en Siria, Irak y Afganistán con sus células terroristas.
El Consejo de Seguridad de Moscú sabe muy bien, basándose en la farsa de Minsk -reconocida incluso por la ex canciller alemana Angela Merkel, que esto será Minsk con esteroides: el régimen de Kiev, o mejor dicho, el régimen posterior a Zelensky, seguirá siendo armado hasta la saciedad con flamantes artimañas de la OTAN.
Pero la otra opción -en la que no hay nada que negociar- es igualmente ominosa: una Guerra para Siempre.
La indivisibilidad de la seguridad
El verdadero trato para negociar no es la Ucrania «peón en su juego»: es la indivisibilidad de la seguridad. Exactamente lo que Moscú intentaba convencer sensatamente a Washington mediante esas cartas enviadas en diciembre de 2021.
En la práctica, lo que Moscú está haciendo actualmente es realpolitik: machacar a la OTAN en el campo de batalla hasta debilitarla lo suficiente como para que acepte un Objetivo Militar Estratégico (OME). El OME incluiría necesariamente una zona desmilitarizada entre la OTAN y Rusia, una Ucrania neutral y ningún arma nuclear estacionada en Polonia, el Báltico o Finlandia.
Sin embargo, dado que el Hegemón es una superpotencia en declive e «incapaz de llegar a un acuerdo«, es incierto si algo de esto se mantendría, especialmente teniendo en cuenta la obsesión del Hegemón con la expansión infinita de la OTAN. «Incapaz de llegar a un acuerdo» (недоговороспособны), por cierto, es un término que acuñaron los diplomáticos rusos para describir la incapacidad de sus homólogos estadounidenses para atenerse a cualquier acuerdo que firman, desde Minsk hasta el acuerdo nuclear con Irán.
Esta mezcla incandescente se complica aún más con la introducción del vector turco.
El ministro turco de Asuntos Exteriores, Cavusoglu, ya ha dejado claro que, si el presidente Recep Tayyip Erdogan conserva el poder en las elecciones presidenciales del 14 de mayo, Ankara no impondrá sanciones a Rusia ni violará la Convención de Montreux, que prohíbe el paso de buques de guerra hacia y desde el Mar Negro en tiempo de guerra.
Los riesgos del giro geopolítico de Ankara
El principal asesor de Erdogan en materia de seguridad y política exterior, Ibrahim Kalyn, ha señalado acertadamente que no existe una guerra entre Rusia y Ucrania, sino que se trata de una guerra entre Rusia y Occidente en la que Ucrania actúa como representante.
Esta es la razón por la que el occidente colectivo está fuertemente vertido en una campaña del tipo «Erdogan debe irse», que está profusamente financiada para propulsar a una coalición extrañamente emparejada al sillón presidencial. En caso de que gane la oposición turca -y comience su pago al Hegemón- las sanciones y las violaciones de Montreux pueden estar de nuevo sobre la mesa.
Sin embargo, Washington puede llevarse una sorpresa. El líder de la oposición turca, Kemal Kilicdaroglu, ha dado a entender que mantendrá una postura más o menos equilibrada en la política exterior de Ankara, mientras que algunos observadores creen que, incluso si Erdogan es derrocado, habrá límites al giro de Turquía hacia Occidente.
Erdogan, beneficiándose del aparato estatal y de su inmensa red de clientelismo, va a por todas para asegurarse la reelección. Sólo entonces podría pasar de cubrir sus apuestas continuamente a dar un paso para convertirse en un verdadero actor en la integración euroasiática.
Ankara bajo Erdogan, tal como está, no es prorrusa; esencialmente, trata de sacar provecho de ambas partes. Los turcos venden drones Bayraktar a Kiev, han cerrado acuerdos militares y, al mismo tiempo, bajo el manto de los «Estados turcos», invierten en tendencias separatistas en Crimea y en Kherson.
Al mismo tiempo, Erdogan necesita imperiosamente la cooperación militar y energética rusa. En Moscú no se hacen ilusiones sobre «el Sultán» ni sobre hacia dónde se dirige Turquía. Si el giro geopolítico de Ankara es hostil, serán los turcos los que acaben perdiendo asientos preferentes en el tren de alta velocidad euroasiático, desde el BRICS+ hasta la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) y todos los espacios intermedios.
Por Pepe Escobar
Pepe Escobar es columnista de The Cradle, redactor jefe de Asia Times y analista geopolítico independiente centrado en Eurasia. Desde mediados de la década de 1980 ha vivido y trabajado como corresponsal extranjero en Londres, París, Milán, Los Ángeles, Singapur y Bangkok. Es autor de Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007), Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge, Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009), 2030 (Nimble Books, 2020). Su ultimo libro es Raging Twenties (Nimble, 2021)
Nota
(1) Idlib es una ciudad situada en el noroeste de Siria, capital de la gobernación de Idlib. Es uno de los bastiones de la oposición terrorista en Siria. Dominada principalmente por el Organismo de Liberación del Levante, una alianza islamista en la que se incluye la exfilial siria de Al Qaeda, antiguamente denonimada Frente al Nusra.
Columna publicada originalmente en inglés el 9 de mayo de 2023 en The Cradle, y reproducida en castellano el 12 de mayo de 2023 en Observatorio de Trabajadores en Lucha.