Por Efren Osorio
1.- El Estallido Social y el error de las izquierdas
Sin dudas que el desborde social de octubre de 2019 marca y seguirá marcando la política chilena por un buen tiempo más. Este desborde tuvo una inusitada energía social y las movilizaciones callejeras que le sucedieron fueron extraordinariamente masivas, barrieron con la dirigencia de los partidos políticos, pero también con la de los movimientos sociales existentes a la fecha. Ninguna orgánica política o social fue capaz de orientar o conducir este desborde que solo la pandemia pudo frenar. Las izquierdas creímos ver en el estallido un fenómeno de fuerte cuestionamiento al modelo neoliberal, en circunstancias que, a la luz de lo que ha sucedido posteriormente, al parecer fue solo la expresión de una catarsis, un tremendo y masivo enojo colectivo, pero limitado a cuestionar los abusos del modelo y no necesariamente en contra de sus fundamentos. En otras palabras, el desborde de octubre del 2019 no tuvo o no alcanzó a generar un cuestionamiento estructural del modelo neoliberal, de forma masiva y culturalmente, pues es indudable que los partidos de las izquierdas, la dirigencia social y muchos ciudadanos que acompañamos el proceso sí la teníamos.
2.- Una derrota electoral de la derecha no es suficiente para derrotarla
Durante la pandemia y como consecuencia al desborde de octubre, se sucedieron distintos procesos electorales dentro del proceso constituyente. En todas estas elecciones, las izquierdas se impusieron ampliamente, logrando la victoria más contundente para la elección de convencionales del año 2021, cuando los nuevos movimientos sociales y los partidos de izquierdas lograron el control total de la Convención, dejando a la derecha sumida en la peor derrota electoral de su historia, sin ninguna posibilidad de incidir, influir o incluso vetar. Estos sucesivos triunfos electorales nos generaron un exitismo desmedido, olvidando que la derrota de la derecha era solo electoral, pero que aún mantenía intacto su poder económico, gran parte del poder político, la totalidad del poder comunicacional y, lo que ya hemos mencionado, que culturalmente el modelo neoliberal aún estaba validado en la gran mayoría de los chilenos. Este lamentable error llevó a que algunos convencionales electos comenzaran a actuar irresponsablemente, cometiendo varios errores y otros tantos horrores, eclipsando el gran trabajo de la Convención que redactaba un extraordinario borrador de Constitución.
3.- El triunfo de Boric y el olvido de la primera señal de alerta
Cuando la noche del 21 de noviembre del año antepasado se terminaron de escrutar los votos de la elección presidencial, un escalofrío circuló entre todos los militantes y simpatizantes de izquierda: José Antonio Kast, el candidato de la ultra derecha, había alcanzado la primera mayoría nacional! La pesadilla del regreso del pinochetismo fue tan grande que eclipsó otros datos también importantes: los tres candidatos presidenciales de derecha sumaban el 53,49% y en la elección parlamentaria, la derecha había elegido prácticamente la mitad de los senadores y diputados, incluyendo una importante bancada de 15 diputados de la ultraderecha. Un mes después, para la segunda vuelta electoral, Gabriel Boric obtendría un arrollador triunfo convirtiéndose en el Presidente más votado en la historia de Chile y, entonces, el sentimiento de alivio de haber frenado a la ultraderecha, la esperanza en que una nueva generación de jóvenes treintañeros gobernaría dejando atrás las malas prácticas de la vieja política, se esparció por todo el país, olvidándonos que en la primera vuelta, la derecha se había recuperado de sus derrotas electorales, superando con creces su votación histórica y, peor aún, pasamos por alto que un 45% de votantes no se movilizó a votar, a pesar de ser la elección más polarizada desde el regreso de la democracia.
4.- La tormenta perfecta y el triunfo del Rechazo
La elección del Presidente Boric abrió un clima de mucha esperanza, pero nos encontramos con un país en un estado de abandono total después del gobierno de Piñera. Y así, con una inflación que no se había visto en décadas, con importantes errores del gobierno acompañados de varias torpezas inexcusables de algunos ministros y ministras, con una crisis migratoria y una escalada delincuencial del narcotráfico, todo muy real pero mañosamente amplificado por los medios de comunicación, el plebiscito para aprobar el excelente borrador de nueva constitución fue transformado por la derecha en un verdadero plebiscito en contra del Gobierno. A todo lo anterior, hay que agregar el ya señalado actuar irresponsable de algunos convencionales que dio credibilidad a la virulenta campaña de desprestigio que los medios de comunicación realizaron en contra de la Convención. Entonces, con varios convencionales disfrazados o votando mientras se duchaban, haciendo sahumerios o engañando a todo un país con un falso cáncer, las mentiras de la derecha y sus perversas Fake News cundieron rápidamente.
Pero faltaba algo más, todos los procesos electorales anteriores habían sido con voto voluntario, con una participación que fue en aumento, llegando a su cima con el 55% de participación de la segunda vuelta presidencial, lo que consideramos como un gran éxito, pero que escondía un dato muy relevante: el 45% de los electores no había concurrido a votar a pesar del peligro de que la ultraderecha llegara al poder. En cambio, para esta nueva elección y debido al voto obligatorio, este gigantesco bolsón de ciudadanos despolitizados y seguramente muy enojados con una institucionalidad que no le da respuesta a su existencia cotidiana, concurrió a votar y todo indica que lo hizo con mucha bronca castigando al Gobierno. El resultado de esta verdadera tormenta perfecta fue contundentemente claro: un 62% rechazó la propuesta de una nueva constitución, lo que constituyó una grave derrota para el Gobierno, para las izquierdas con expresión parlamentaria, pero también -hay que decirlo– para los nuevos movimientos sociales y territoriales que habían surgido al calor del desborde social de octubre, es decir, una derrota con carácter de estratégica, y no circunstancial del proceso de transformaciones, tanto en su expresión institucional como también en sus dimensiones sociales y territoriales.
5.- La nueva elección de convencionales y la equivocada respuesta de moderación
Luego de este contundente rechazo al primer borrador de nueva constitución, comenzó un segundo proceso constituyente, muy amañado, insípido y restringido, es decir, en las antípodas del fracasado proceso anterior. En paralelo, el Gobierno convocó al gabinete a importantes figuras públicas provenientes de los partidos de la ex Concertación, en un intento de “suavizar” su imagen ante una ciudadanía que supuestamente buscaba moderación. Y aquí hay un nuevo error: la victoria del “Rechazo” al primer borrador de Constitución no puede leerse en clave de moderación. Como ya se señaló, el estallido fue la expresión de un gran enojo colectivo en contra de los abusos, que la pandemia solo había frenado en su expresión callejera, pero sin lograr superarlo. Lo anterior se agrava cuando la esperanza de cambio encarnada por Boric se estrella frente a todas las crisis heredadas del gobierno de Piñera, la impericia de su nueva administración y, peor aún, termina compartiendo domicilio político con figuras emblemáticas de los llamados “30 años de abusos”. Todo lo anterior, agregó un nuevo ingrediente de enojo y el mantra “son todos iguales” expresado con rabia, se esparció rápidamente y, legítimo o no, lo cierto es que se constituyó en un factor decisivo para este nuevo proceso de elección de convencionales. Entonces, este nuevo bolsón de votantes despolitizados, concurre a votar por obligación y lo hace con gran bronca castigando a toda una clase política que no le resuelve el angustiante diario vivir, encontrando en la ultraderecha disfrazada de antisistema, con su discurso de mano dura, orden y antinmigración, el refugio para su rabia acumulada. Pero la desilusión y frustración con el gobierno de Boric, también generó una significativa sangría por la izquierda, entre aquellos votantes más politizados que vieron con gran estupor cómo un gobierno transformador aprobaba el TPP11, el proyecto minero de Los Bronces o se olvidaba de la promesa de campaña de resolver el CAE. Estos votantes obviamente no votaron por la ultraderecha, sino que expresaron su enojo a través del voto nulo o blanco, los que alcanzaron un inédito 21% de los votos emitidos.
El resultado final, nuevamente fue contundente, pero con algunas sorpresas: El centro político que quiso representar la moderación o mesura, fracasó rotundamente, logrando un escuálido 9%, sin elegir a ninguno de los candidatos de la ex Concertación, símbolos de los 30 años; mientras que la lista de izquierda alcanzó un insuficiente 28%, eligiendo solo 17 consejeros. La derecha tradicional, por su parte, logra un magro 21%, eligiendo solo 11 consejeros, una verdadera derrota frente al 35% obtenido por la ultra derecha y su elección de 23 consejeros!!! Este resultado es un verdadero desastre para las izquierdas, pues la derecha tendrá el control total de la nueva convención y las izquierdas ni siquiera alcanzaron el quorum para vetar las iniciativas que imponga la derecha. En síntesis: la nueva constitución será redactada por la derecha, con la hegemonía de la ultraderecha.
6.- Una Izquierda sin pueblo está condenada a la derrota
En definitiva, la nueva elección de consejeros constitucionales demostró que el tema no es la moderación o la conquista del centro, pues el enojo y la bronca no busca moderación o buenismos, sino que exige respuestas para el “AQUI y AHORA”. Hay una necesidad de “apañe”, de protección frente a la indefensión de los abusos. Por eso el fracaso y casi desaparición del centro político, pues la gente espera certezas y claridad, no tibiezas ni ambigüedades frente a los abusadores.
El triunfo de la ultraderecha representa el fracaso del proceso constituyente generado en Octubre de 2019 y hay que asumirlo como el fracaso de los partidos de izquierda con expresión institucional o parlamentaria, pero también de las expresiones proveniente del mundo social o territorial que emergieron con el estallido y que para la primera Convención tuvieron la posibilidad cierta de constituirse en una nueva fuerza política-social protagonista del proceso de cambios, pero que lamentablemente tampoco pudieron hacerlo. Entonces el fracaso es de todos y hay que asumirlo en su profunda magnitud, aunque sin la expresión culposa tan propia del sustrato cristiano; tampoco en el estéril, infantil e interminable ejercicio de pasarse facturas unos con otros; ni menos con la candidez de que es un simple tropezón que rápidamente será superado.
El fracaso es muy grande y profundo, tan grande como el susto de que en tres años más estemos gobernados por una ultraderecha llena de odio, xenófoba, misógena y golpista. Pero nuestro mayor fracaso lo develó el voto obligatorio, que movilizó un 45% de nuevos electores, una cantidad gigantesca de ciudadanos provenientes mayoritariamente de los sectores medios y populares, tal como todos los estudios del llamado “sesgo de clase” lo han demostrado para el voto voluntario. Es decir, un enorme segmento de votantes que conforman una parte importante de ese pueblo que todas las izquierdas, tanto las institucionales como las sociales y territoriales, invocamos y aspiramos representar. Pero plantear que perdimos las dos últimas elecciones producto del voto obligatorio, es un absurdo solo comparable al chiste del “sillón de don Otto”. El voto obligatorio simplemente nos develó que las izquierdas abandonamos los arraigos y los territorios, en un proceso que se inicia en los años 90 del siglo pasado. Si en los años ochenta, en cada villa o población, sindicato, fábrica, facultad o universidad, encontrábamos varias células, bases o núcleos de partidos de izquierda, junto al cura obrero, haciendo pedagogía política en la base social; 40 años después, en los sectores populares encontramos solo a los pastores evangélicos vinculados a la derecha y a los capos del narco ofreciendo ayuda para los enfermos y funerales, y una izquierda ausente, preocupada de la cuña periodística y no del humilde trabajo en la base social.
Un gobierno de izquierda, sin una base popular que lo apoye está condenado a moverse al ritmo de las agendas mediáticas de la derecha, al chantaje de la correlación de fuerzas en el parlamento y a la extorsión de los grupos económicos. Si en los ochenta cantábamos “la derrota es siempre breve”, como compensación a la larga noche de la dictadura, hoy debemos entender que aún estamos a tiempo de evitar una nueva derrota, que de producirse lamentablemente no será breve y que para evitarla debemos asumir el fracaso de todos y todas, entender que nadie sobra, ni los partidos institucionales ni tampoco la dirigencia social o territorial y que nuestra imperativa misión es reconquistar la base social, pues una izquierda sin pueblo está condenada a fracasar.
Por Efren Osorio
Vocero de Acción Humanista, Presidente Fundación Moebius
Columna publicada originalmente el 18 de mayo de 2023 en Pressenza.
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