Regreso a Dawson después de 50 años del Golpe de Estado

"Ya casi no quedan huellas de las bases de las barracas, las que se han ido borrando después que en alguna fecha que no conozco, alguien diera la orden de desmantelarlo todo, como si se pudiera borrar así la memoria histórica", relató Sergio Reyes Soto, Secretario de la Unión de Ex Prisioneros de Chile (UNExPP).

Regreso a Dawson después de 50 años del Golpe de Estado

Autor: El Ciudadano

Por Sergio Reyes Soto, Secretario de la Unión de Ex Prisioneros de Chile (UNExPP)

El Ministerio de Defensa de Chile, al mando de su Ministra, Maya Fernández Allende, nieta del Presidente Mártir, Salvador Allende Gossens, encabezó un tercer viaje de ex prisioneros políticos y familiares directos al sitio que en 1973 fue el primer Campamento de Prisioneros construido ex profeso. Algunos, ex prisioneros, dentro de los que me cuento, nunca habíamos regresado a dicho sitio desde que se cerró en 1974.

En Magallanes, donde no hay representante del Ministerio de Defensa, la organización la encabezó la Seremi de Justicia y Derechos Humanos, Michelle Peutat, junto a otras seremías, como la de Cultura, el Consejo de Monumentos Nacionales, Salud, y el propio Delegado Presidencial. Igualmente, participamos todas las organizaciones de derechos humanos de Punta Arenas. La logística no fue menor para transportar y albergar a más de 100 personas por un día completo, en una isla que es fundamentalmente una remota e inhóspita base naval. Esto requirió de una flotilla de 3 buques de la Armada, los que acomodaron a los pasajeros en los camarotes más amplios de que disponían. De igual manera, la Seremía de Salud organizó un equipo de emergencias, mientras que el PRAIS contribuyó la presencia de su psicóloga y su psiquiatra. Una importante cantidad de pasajeros éramos adultos mayores aquejados de numerosas enfermedades crónicas que podían transformarse en algún serio incidente de salud, tanto por la adversidades del viaje, las crudas condiciones del tiempo, y las fuertes emociones que la vivencia implicarían.

Fuimos recogidos en la Plaza de Armas de Punta Arenas y llevados en buses hasta el muelle de ASMAR donde abordamos los buques designados para zarpar hacia el sur en un viaje de cerca de 3 horas. El estado de la marea nos acogió bien lo que no es muy común. Los camarotes que nos proporcionaron estaban equipados de sillas y mesas. A un grupo según se nos informó de mayor edad se nos asignó, por ejemplo en el buque Marinero Fuentealba, a la cabina de suboficiales. Muy distino al viaje que me tocó hacer arrinconado en la sala de máquinas de un remolcador cuyo nombre no recuerdo, en 1974. Allí habíamos gente de Magallanes y de otras ciudades del país. Solamente en presentarnos entre nosotros, tomó cerca de una hora. Entre nosotros estuvo el Ministro de Minería y Vivienda de Allende, Pedro Felipe Ramírez. Muchos de los más antiguos miembros de nuestra cabina se emocionaron al tener la oportunidad de compartir con un cercano al Presidente Mártir. Cuando faltaban por presentarse 2 compañeros, un oficial se apersona y le dice al ex Ministro que “su almirante lo requería porque quería conversar con él.” Los compañeros le pidieron al compañero Ramírez que por favor espere el fin de las presentaciones, y así lo hizo, diciéndole al oficial que lo espere un tiempo hasta terminar la actividad de la cabina.

Así entre muchas conversaciones y recuerdos llegamos a Puerto Harris, donde se encuentra la base naval del mismo nombre. Por cierto, el muelle mismo no es el mismo de tenebrosos arribos en días posteriores al 11 de septiembre de 1973. Nos esperaban al menos 8 buses medianos para llevarnos por un camino de tierra de una sola via con curvas, subidas y bajadas, que tiende a anegarse fácilmente con las constantes lluvias magallánicas. Luego de 45 minutos de viaje hacia el norte de la isla llegamos al sitio que en nuestros tiempos de prisión contaba con 5 sendas barracas, comedores, salas de guardia, casetas de control, y un gran portico que leía Campamento Río Chico. Las barracas fueron designadas con típicos nombres militares, las 4 de la izquierda eran Alfa, Bravo, Charlie y al fin, Remo. Simplemente, A, B, C, y R para los rematados, entre los que me contaba. Luego, a cada prisionero nos asignaron un número con la letra de estas barracas, el mío era Remo 14.

Ahora este terreno que fue de sufrimiento para cientos de personas, es un sitio eriazo, una planicie rodeado por cerros que en el pasado estuvieron adornados por enormes metrallas y cañones, con un sistema de escaleras para que los guardias puedan llegar a sus puestos de control y vigilancia. Ya casi no quedan huellas de las bases de las barracas, las que se han ido borrando después que en alguna fecha que no conozco, alguien diera la orden de desmantelarlo todo, como si se pudiera borrar así la memoria histórica. Me costó establecer donde estuvo ubicado el pórtico de entrada, que en aquellos tiempos parecía marcar geométricamente el rectángulo del campamento. Al frente del campamento, al otro lado de la calle, mas cerca de la playa estaban las bodegas de aprovisionamiento del campamento. Tampoco perceptibles ahora. Algunas porfiadas piedras en el suelo, nos dieron algunas pistas. El ex preso, compañero Héctor Aviles, nos explicó sobre esas piedras las que él y otros presos colocaron en el sector del portón de personas al lado derecho del pórtico principal para contrarrestar el porfiado barro de la isla siempre presente. Esas piedras han resistido el paso de los tiempos, tal vez, tan porfiadamente como los que aún sobrevivimos a la barbarie dictatorial.

En sectores tentativos de lo que fuera un campamento de prisioneros, se desarrollaron actividades de memoria. Se leyeron las listas de los presos de las barracas, nombres que hemos tenido que reconstruir de memoria, o en algunos casos, guardando las cuentas que tenían que rendir los “antiguos” sobre la cuenta diaria de las barracas. Con la energía que da la rabia acumulada por años leí los nombres de mis compañeros de la Barraca Remo, teniendo que agregar muchas veces un “Que en paz descanse.” También tuvo la oportunidad de hablar el hijo del entonces Canciller de Allende, Orlando Letelier. Juan Pablo Letelier, quien fuera por muchos años senador contó su percepción de las cosas cuando era sólo un niño. También hizo uso de la palabra, Manuel Hernández, quién al momento del golpe era dirigente de las Juventudes Comunistas de Chile.

Luego, se plantó un árbol nativo, en torno al cual se depositaron claveles, por “los que ya no están.” Allí mismo se cantó. Los autores de la Cantata Nuestra Madre Grande, Manuel Rodríguez, Leandro Lanfranco, y Marco Barticevic, estuvieron presentes, y Leandro cantó una de las piezas que la componen. Sandra Baeza, interpretó una zamba que solíamos cantar. Todos cantamos la canción croata Tamo Daleko, que cantábamos cuando nos despedíamos de un compañero que salía del campamento, que no sabíamos si volveríamos a ver.

En un lugar donde los marinos instalaron carpas con tambores encendidos con madera, con chocolate caliente, para enfrentar el frío, hablaron las autoridades, el Ministro de Cultura y las Artes, otros, que no recuerdo y tendré que revisar mis grabaciones de video, todo bajo la conducción de nuestra compañera Soledad Ruiz, hija del ex preso político y locutor profesional, Daniel Ruiz (QEPD). De ahí partiríamos camino de Puerto Harris.

En Puerto Harris, ya con retraso culminamos las actividades, con la visita a la capilla de Puerto Harris, la que en los tiempos primeros, cuando se usaba el campo COMPINGIM, los presos de Santiago prácticamente refaccionaron para ser usada dignamente. Otros caminamos directamente hacia el gimnasio donde la Marina nos ofreció un almuerzo consistente de empanadas, de muy buen gusto, café caliente o candola, según elección. En ese lugar, se dio la oportunidad a dirigentes de organizaciones de derechos humanos a que expresemos nuestro mensaje a todos/as los/as asistentes. Así, tuve la oportunidad de llevar un mensaje de la Unión de Ex Prisioneros Políticos de Chile, que se puede leer aquí.

Regresamos a Punta Arenas, con camarotes recargados, porque hubo que consolidar pasajeros de un barco que tuvo problemas mecánicos. De vuelta, afortunadamente teníamos la guitarra de la compañera Sandra Baeza, la que pedí para seguir el canto por la vida. Es probable que nunca se hayan cantando las canciones revolucionarias que a toda voz interpreté, acompañado cada vez por un coro igualmente fuerte de viejos y nuevos hombres y mujeres que siguen pensando que un Chile mejor es posible.

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