Por Sergei N. Koshkin
El 22 de junio de 1941 la Alemania nazi violó vilmente el pacto bilateral de no agresión y atacó, apoyada por el poderío militar e industrial de prácticamente toda la Europa, a la Unión Soviética abriendo el frente principal y el más grande de la Segunda Guerra Mundial cuyos combates sin par quedaron en la historia de mi país como la Gran Guerra Patria (1941-1945).
Hoy, como todos los años anteriores, los pueblos de Rusia conmemoran el Día de la Memoria y el Luto recordando a nuestros connacionales caídos en el combate al nazismo hitleriano. Los hay en cada familia rusa. Las pérdidas de la Unión Soviética en la Gran Guerra Patria totalizaron 26,6 millones de personas de los cuales cayeron en combates más de 8,7 millones; 7,42 millones fueron exterminados por los nazis y colaboracionistas en los territorios ocupados; más de 4,1 millones fallecieron a causa de las condiciones inhumanas impuestas por los ocupantes; 2,16 millones murieron en el cautiverio; 5,27 millones de los ciudadanos soviéticos fueron llevados a los trabajos forzados a Alemania o a los países colindantes dominados por los nazis. Fueron destruidos 1.710 ciudades, así como más de 70 mil aldeas y poblados.
Para los nazis, la invasión a la URSS –a diferencia de su campaña militar en Europa– fue una verdadera guerra de exterminio contra aquellos a quienes Hitler y sus secuaces consideraban “una raza inferior”.
La ideología hitleriana se centró en la deshumanización de los pueblos “no arios” – los rusos, los judíos y otros pueblos de la Unión Soviética – con tal de justificar su genocidio. La tesis manipulativa de los nazis manifestaba que “las numerosas hordas bárbaras asiáticas amenazaban a Europa”. En octubre de 1944, las tropas soviéticas entraron en la aldea Nemmersdorf en Prusia Oriental. Un contraataque las obligó a retirarse. Tan pronto los nazis retomaron el control de este poblado, la propaganda alemana inmediatamente denunció “violaciones masivas y asesinatos de civiles” a manos de soldados soviéticos. Se dieron a conocer “detalles horrorizantes”, hasta publicaron fotografías “sangrientas”. El propósito de esta acción era satanizar al soldado soviético y persuadir a la población del Tercer Reich para que continuara la resistencia. Estimados lectores, ¿les recuerda algo? Obviamente la misma táctica –declararla a Rusia culpable sin realizar una investigación imparcial, ni presentar evidencias fidedignas– fue utilizada para la escenificación de la notoriamente conocida “masacre en Bucha” en abril de 2022.
Hace unos años el Occidente lanzó una descarada y vergonzosa campaña de desprestigio y hasta negación del papel decisivo de la URSS en la derrota del nazismo, llegando al extremo de presentar a mi país como un agresor igual a la Alemania nazi. Por desgracia, tal actitud no ha de sorprendernos. Ya 200 años atrás el canciller del Imperio Ruso, Karl Nesselrode, escribía: «Le hicimos un tremendo favor a Europa. Con el paso del tiempo ellos [los europeos] lo comprenderán y aceptarán, como siempre habían aceptado con avidez nuestra ayuda durante sus grandes crisis sociales; pero jamás nos lo agradecerán, porque la gratitud a Rusia y sus dirigentes se ha convertido en una carga que agobia a todos. Es mejor [para ellos] odiarnos sin razón que devolvernos el favor» (Carta del conde Karl Nesselrode al barón Peter von Meyendorff del 25 de septiembre de 1840).
La ideología del nazismo no desvaneció con la derrota militar del régimen de Hitler. Hoy los fundamentos de la propaganda de la Alemania nazi se usan como “manual” por los nacionalistas ucranianos y sus patrocinadores occidentales quienes intentan cumplir la misión fallida de sus predecesores. Joseph Goebbels, ministro de propaganda del Tercer Reich, proclamaba: “Los rusos son insensibles, como animales”. Nótense que en agosto de 2022 el mandatario ucraniano Vladímir Zelenski en la videoconferencia con la Universidad Católica de Santiago de Chile recurrió a la misma comparación nombrando a mi pueblo “un animal, una fiera”. En este contexto llama la atención que la agresiva alianza antirrusa que utiliza a Ucrania como “punta de lanza” incluye también a los países que fueron aliados y satélites de la Alemania nazi. De ahí la razón para la desnazificación de Ucrania como uno de los principales objetivos de la Operación Militar Especial.
Desde hace décadas la OTAN, alimentando la rusofobia en Europa Oriental y valiéndose de ella, justifica – como el Tercer Reich – su expansión hacia el Este, se aproximó peligrosamente a las fronteras de mi país y llenó los arsenales de los Estados vecinos de Rusia con todo tipo de armamentos, incluidos los de largo alcance. Acá vale mencionar a Alfred Rosenberg, ministro del Tercer Reich para los territorios ocupados del Este. Ese criminal de guerra encargado de propagar el odio a lo ruso en las regiones bajo su provisional mandato –la Ucrania soviética y las repúblicas bálticas– implementaba su monstruosa política, la cual puede ser descrita de la siguiente manera: con el uso de la propaganda y concesiones menores, es necesario crear la apariencia de aceptar a estos pueblos en la “familia europea”, aunque en realidad su destino es ser utilizados por el bien de Alemania. Poco ha cambiado desde aquel entonces para los que hoy en día siguen siendo “carne de cañón” para el Occidente preocupado por sus intereses hegemónicos. Más les vale tenerlo presente a aquellos en Ucrania quienes apuestan por el nacionalismo radical, así como a aquellos en el mundo quienes esperan favores de sus poderosos “benefactores” a cambio de leal complicidad en el maquiavélico plan occidental de destrucción y aniquilación de Rusia.
Hace 78 años la Unión Soviética a costo de inimaginables sacrificios logró frenar al nazismo y contribuyó de la manera decisiva a la cimentación de las bases para su no propagación en el futuro. Lamentablemente, en la actualidad Rusia de nuevo tiene que contrarrestar el ataque desde el Occidente que tiene como meta someter nuestro libre desarrollo a sus codiciosos propósitos geopolíticos. Llamamos a estudiar mejor las lecciones de la historia – como antes Rusia sabrá defender su justa causa y sus intereses nacionales.
Por Sergei N. Koshkin
Embajador de Rusia en Chile