Teniendo en curso la contienda interna de Morena para elegir a la coordinadora o coordinador de los trabajos de la Cuarta Transformación en el país, -traducido a lenguaje político- a la candidata o el candidato de Morena a la presidencia de la república e inevitable sucesor del presidente López Obrador a partir del año 2024, surgen dos principales posturas ante el eventual resultado.
La primera reside en que será un proceso democrático, donde la candidatura la determinará el pueblo de México a través de su opinión en el mecanismo de la encuesta. El propio presidente de México ha afirmado un sinfín de ocasiones que él no tendrá injerencia alguna en la selección de la candidatura. Que los tiempos son nuevos y renovados, que se acabó el grotesco dedazo y que ahora corresponde a la gente decidir quién quiere que continúe la transformación.
La segunda postura parte de que el proceso de encuesta es una auténtica simulación. Se dice que el presidente de México elegirá a quien lo suceda y que la encuesta en sí misma es sólo un elemento para legitimar su decisión. Sobre todo, fuera de Morena, se comenta con entonación burlesca que la encuesta válida dentro de Morena es la que se le hará a una única persona. A quien reside y despacha dentro de Palacio Nacional.
¿Cabría la posibilidad de que la decisión sea una mezcla de ambas posturas?
Pienso que sí.
Inicialmente, debemos situar con frialdad que el inevitable triunfo electoral de Morena en las elecciones venideras, únicamente será atribuible al liderazgo del presidente López Obrador. A su liderazgo carismático –descrito por el sociólogo Max Weber-, y a su impecable forma de administrar los tiempos y las coyunturas en el tablero del ajedrez político.
Andrés Manuel López Obrador es el gran activo de Morena, es el cocinero y degustador del proceso gastronómico de la sucesión. Y así debe ser; AMLO es el dueño de la cocina, de los ingredientes, de la lumbre y de la sal.
Como no ocurría desde 1988, las condiciones políticas están delineadas para que el presidente de la república imponga a su sucesor/a. El retorno del presidencialismo es tangible. La fuerza moral y política de López Obrador es tal, que, sin inconveniente, podría decidir quién sigue encabezando la transformación mexicana.
Consecuente a sus ideales, el presidente abandona esa posibilidad autoritaria.
Dejará que el pueblo decida.
No sin antes, en los meses previos, haber dado muestras claras de privilegiar a uno de los perfiles por sobre el resto.
Privilegiar no en un sentido mercantilista, sino, en un sentido político. Privilegiando confianza, lealtad y convicción de que quien lo suceda continúe la ruta de anteponer a los pobres por encima de cualquier otro sector. De hacer un gobierno honesto y libre de corrupción.
Lo dice en las sutilezas.
En esas sutilezas el pueblo le escucha y le responderá, cuando respondan la encuesta.
El presidente López Obrador es dueño de un inmenso poder que tendrá que heredar en el año 2024.
Legalmente se pondera en las herencias y sucesiones testamentarias a los hijos, por sobre cualquier otro integrante consanguíneo.
En el testamento político de López Obrador la lógica se mantiene.
¿Heredará el poder a alguno de sus hermanos? O ¿heredará el poder a quien estima como hijo/a en su genealogía política?
No habrá imposición: el pueblo en voluntad legitimará la continuidad del proyecto del presidente López Obrador.
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