Postrimeras voces: una más sobre Muñoz Ledo

El mal carácter, las mujeres y el alcohol fueron, durante sus mejores años, la sombra que le acompañaba a sus incesantes pasos

Postrimeras voces: una más sobre Muñoz Ledo

Autor: Jorge Reyes Negrete

Entre intelectuales que quieren ser políticos y políticos que aspiran a ser intelectuales, se transita gran parte de la vida pública. Algo así fue lo que le sucedió a Porfirio Muñoz Ledo. Si bien, nunca fue el más grande intelectual de su época, ni el mejor político, sí pienso que fue el más destacado e intelectual político de su generación.

Como toda persona, muchos fueron sus roles sociales que tuvieron incidencia pública. En el libro “Porfirio Muñoz Ledo. Historia oral (1933-1988)”, se narra con elocuencia y prosa sobresaliente, su vida como estudiante, servidor público, dirigente político, diplomático, educador y miembro de la oposición; dejando fuera, por temporalidad propia del texto, su desarrollo como político de oposición en la asunción al poder de la mano de quien fuese su amigo, Andrés Manuel López Obrador.

Siendo históricamente un militante de izquierda, cuando fue tildado de conservador por Andrés Manuel, posterior a su rompimiento, don Porfirio respondía diciendo que sí era conservador, pero de la dignidad ciudadana.

Fue un político que veía en la polarización un profundo riesgo, algo que, de alguna manera, lo distanció con el presidente Obrador. En una de sus últimas entrevistas, cuando se le interpeló respecto al presidente Obrador, manifestó que como humanista analítico su tendencia era entender a la humanidad y no hacer juicios de valor sobre ella, aludiendo con claridad al mandatario mexicano.

Como buen discípulo de Adolfo López Mateos, desarrollo habilidades nítidas y valiosas en la oratoria, escenario que, articulado con su cualitativamente superior inteligencia con respecto al promedio, le llevó a destacar no sólo como político sino como intelectual.  

Una de las primordiales detracciones que provocó su desafección al obradorismo fue lo que él catalogó como el Cesarismo de López Obrador (buscar la acumulación del poder y no el equilibrio de éste); planteamiento con notoria proximidad a las estructuras constitucionalistas francesas y estadounidenses, resquicios claros de su pedagogía europea, donde estudió.

La política como una actividad social de trascendencia pública con potencial transformador en la organización comunitaria es como, de alguna manera, entendía a ésta. O cuando menos es lo que se puede advertir de la conspicua lectura de sus textos. Yo leí diversas líneas de su derramada tinta y mi única experiencia personal con él estuvo caracterizada por la soberbia que el prestigio y la posición de poder le otorgaban. Esa ocasión aprendí de sus acciones y no de sus palabras.

En un postrero diálogo que tuvo con Adela Micha, al cuestionársele sobre su patente ego, él ilustremente salió por la puerta grande, haciendo gala de su potencia intelectiva, declarando que el ego es el equilibrio de la personalidad, invocando y parafraseando a Freud. También enunció, como si hiciera una crónica de su anunciada muerte, que pensó en abstenerse de filosofar en la última orilla de su vida, pues estaba en una época de revisión de su pensamiento, lo cual lo hizo sentirse más cristiano. Quizá el avistamiento de su consumación orgánica, le hacía aferrarse a las explicaciones metafísicas como un mecanismo de consuelo ante lo inminente: la/su muerte.

De su vida personal mucho se especuló y otro poco se corroboró. El mal carácter, las mujeres y el alcohol fueron, durante sus mejores años, la sombra que le acompañaba a sus incesantes pasos.

Quizá aquí, ociosamente valdría la pena preguntarnos -guardando las debidas proporciones- como mucho se ha hecho con Heidegger y actualmente con Boaventura de Sousa: su legado político e intelectual, ¿se ve afectado/minado por su controversial vida privada?, ¿debe ésta -su herencia- ser desestimada por sus decisiones personales?

Un gran constitucionalista mexicano dejó el plano terrenal. El lenitivo de la aspiracionalidad post mortem nos inducirá a pensar que seguirá don Porfirio siendo don Porfirio; la dureza del materialismo anti-metafísico y anti-religioso nos impulsará a olvidarle como materia orgánica, procurando utilizar sus ideas y praxis como catapulta para seguir construyendo un país menormente desigual.

No olvidemos que somos enanos en hombros de gigantes.

También puedes leer: El respiro

Por: Jorge Reyes

Foto: Internet

Recuerda suscribirte a nuestro boletín

📲 https://t.me/ciudadanomx
📰 elciudadano.com


Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano