Hace algunos días, me enganché en un álgido debate sobre la educación, el adoctrinamiento y la casi invisible línea que los distingue. Esa charla me inspiro a escribir estas líneas.
Mucho se habla sobre democratizar las universidades como un elemento fundamental en la mejora de éstas, es decir, muchos y muchas refieren a que la intervención de las y los alumnos en la toma de decisiones universitarias, generaría un espacio de mayor beneficio para estos. Democratizar la universidad, entonces, ha sido visto como un proceso de descentralización en la toma de decisiones universitarias; decisiones de naturaleza institucional educativa, como lo son, la elección de la plantilla docente, la infraestructura o transformación arquitectónica del espacio destinado para la enseñanza e, incluso, sobre las materias y sus respectivos contenidos programáticos.
Al pensar en esto me surgió una interrogante, ¿es, en realidad, una verdadera democracia universitaria, la incidencia del alumnado en la toma de decisiones de esta naturaleza?, después de reflexionarlo, llegué a la conclusión de que no. Explico los por qué:
Me parece que la democratización de la universidad va más allá de lo superfluo y vacío que es elegir el tipo de infraestructura que nos gusta, la plantilla docente que queremos o las materias y el contenido de sus programas de estudio; claro, estas elecciones forman parte del proceso de democratización universitaria, sin embargo, las estimo como medidas insuficientes para mejorar los índices sustantivos en la educación, no sólo de nuestro país, sino de Latinoamérica.
La democracia, desde sus elementos mínimos de entendimiento, alude a un ejercicio en el que las personas, de una determinada comunidad socio-política, toman decisiones para sí mismas, ya que dichas decisiones inciden en su vida pública. En consecuencia, debemos cuestionarnos, si estas decisiones no son genuinas y se encuentran previamente condicionadas -o peor aún- determinadas por factores externos, esto es, por alguien más, ¿son en realidad un ejercicio democrático?, quiero decir, si previamente a que tomemos las decisiones, ya se ha violado nuestra libertad ideológica sin habernos dado cuenta, creo, pues, en que nuestras decisiones no son verdaderamente nuestras, sino que sólo estamos reproduciendo ideas y decisiones ajenas. Entonces, reproducir mecánicamente ideas ajenas, ¿es en verdad una acción democrática o sólo es una acción con apariencia democrática, pero que en el fondo no es, sino, un autoritarismo muy bien ejecutado?
En este sentido es que busqué contestarme a la primera interrogante que me hice. Y la respuesta fue, que para democratizar a la universidad se necesitaba más que involucrar al alumnado en la mera toma de decisiones superficiales que se plantearon al principio. ¿Cuál sería, pues, una forma más cercana de democratizar a la universidad? Un primer planteamiento es entender que el alumno debe tomar decisiones propias y no reproducir las de alguien más. Esto se logra a través de una pedagogía que estimule el pensamiento crítico, reflexivo y creativo del alumno, donde se le enseñe verdaderamente a pensar y no sólo a memorizar dogmáticamente fechas de nacimiento de héroes nacionales, artículos de las leyes o conceptos que olvidará saliendo de su examen.
Democratizar la universidad implica, entonces, educar para crear, reflexionar y criticar, no adoctrinar para que las y los alumnos reproduzcan lo que nosotros -como docentes- queremos que reproduzcan mecánicamente. Este último proceso, a lo que llamo adoctrinamiento, es desconocer la naturaleza racional y humana de las y los alumnos, cosificándolos y reduciendo su esencia a una mera cosa, a un mero recipiente, que debe ser llenado porque ellos son incapaces de llenarse a sí mismos. Es, desde mi perspectiva, atentar contra su dignidad como seres pensantes, creativos y capaces.
Lograda esta emancipación intelectual, ahora sí, se estará en condiciones de que libremente, las y los alumnos puedan decidir, crítica, reflexiva, racional y creativamente el diseño de sus aulas e institución, su claustro docente y el contenido de sus planes de estudio; antes de esto, lo único que se generaría es una especie de acción manipulada por quienes toman las decisiones de forma centralizada para legitimar sus acciones institucionales dentro de la universidad.
Esta vía no es una panacea que nos permita recuperar la verdadera democracia universitaria, pero sí representa una acción eficaz tendiente a ello. Ahora mismo estamos viviendo un proceso de extinción de la universidad democrática como tierra fértil del pensamiento genuino, para migrar a la empresa mercantilista que sólo produce mano de obra técnica y engranes mecánicos que hacen posible la reproducción de un sistema que cada día amplía brechas sociales y excluye más a las y los excluidos e invisibiliza más a las y los invisibilizados.
Ya bien lo ha apuntado Byung-Chul Han: el dataísmo -la mera recolección de datos y su aprendizaje acrítico y dogmático- es una forma de pornografía que anula el pensamiento. El pensamiento no puede ejercerse con los meros datos, se necesitan estímulos más allá de la frialdad de los números o la cantidad de información; basta con echar un vistazo al hiper-conocimiento al que todos somos susceptibles de alcanzar mediante las nuevas tecnologías, pero que cuyo contenido no tiene sustancia, mutándose en información superficial que se burla flagrantemente de la naturaleza racional del humano.
Con esto no defiendo posturas escépticas en torno a la escuela, sólo busco sacudir el pensamiento de quienes estamos insertos en el mundo de la educación, a fin de trastocar aquella estandarización ética con la que se justifica, por alguna extraña e irreflexiva razón, que la escuela prevalece como un bien superior a cualquier otra acción, sin pensar, en realidad, el fondo de lo que ésta es y debe ser.
Por: Jorge Reyes
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Foto: Archivo El Ciudadano
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