Cuando las “vedettes” o animadores de los medios dominantes son noticia, hay un problema (1). Pero cuando la agenda política electoral es construida con polémicas generadas en torno a la participación de una de ellas en una campaña presidencial, hay que comenzar a evaluar la calidad de la vida política de una nación (2). Así como plantearse la necesidad de afinar la crítica al poder mediático que excluye tanto el debate de ideas como a los portavoces de posiciones críticas antisistema.
En los años 80, una tendencia que resultó ser nefasta para la política democrática se impuso a nivel mundial junto con la acumulación de poder económico en manos de los grupos mediáticos. Hubo una ola de privatización neoliberal de medios televisuales públicos. Las cuantiosas ganancias generadas por los ingresos publicitarios fue el anzuelo que atrajo a grandes inversores. A los medios públicos o estatales también se los obligó a vivir de la venta de espacio y tiempo para bombardear cerebros.
A partir de ese momento los medios dominantes no fueron solamente los instrumentos ideológicos de la globalización capitalista, sino que se transformaron en actores de primer plano.
Antes, en septiembre de 1960, el debate televisivo entre Nixon y Kennedy sonó la alarma acerca de la supremacía de la imagen sobre la palabra y del poder de la TV en los electores. La tarea que asumieron los consultores en fabricación de imagen y de relatos políticos fue aprender a manejar el nuevo medio. Pero en esa empresa fue la política la que se adaptó al que se revelaría ser el más poderoso de entre ellos: la televisión.
¡Qué no daría hoy un parlamentario por 30 segundos de imagen y una frasecita corta prefabricada en la tele después de un cursillo intensivo en ‘media training’!
Tener influencia política en las democracias capitalistas implica tener acceso a los medios. Por lo mismo, los dirigentes políticos aceptan fácilmente someterse a todas las exigencias de la puesta en escena mediática. Y los equipos comunicacionales tienen poder de veto sobre los discursos y las decisiones de sus candidatos, que se hacen en función de las características del formato de las emisiones de los medios y de la audiencia.
Para no tener que pactar con los medios ni negociar con sus propietarios, gerentes, directores de información, entrevistadores y periodistas de las salas de redacción, que definen la línea del medio, enmarcan la ventana ideológica donde imponen el ángulo desde el cual mirar la realidad y filtran la información, los empresarios con ambiciones políticas, sabiendo el poder que adquieren al poner a sus incondicionales en puestos claves de radios, impresos o canales de TV, se convierten en propietarios de medios de comunicación.
Berlusconi es el ejemplo paradigmático del negociante de medias y Piñera corresponde al mismo modelo del italiano. Otros políticos ambiciosos han priorizado tejer estrechas alianzas con el mundo de los medias y el espectáculo; Nicolas Sarkozy ha demostrado una consumada habilidad en este tipo de maniobras.
Por lo mismo, el político con experiencia en medios se cree llamado a jugar un rol mesiánico (mensajero Dios), al igual que Mercurio o Hermes, el mensajero de los dioses del Olimpo.
Ahora bien, los medios, cual magos, crean ilusiones y deforman la realidad. Una de ellas es que forman parte del espacio público abierto a todas las corrientes de opinión. Esto es falso, afirma Jürgen Habermas que sostiene que los medios ocuparon y colonizaron el espacio público. Y allí practican con excelencia la confusión de géneros. Confunden información con espectáculo. No contentos con escenificar la realidad, son protagonistas de los juegos dramáticos que ellos mismos crean (3).
Pero además logran generar otra ilusión. La que cualquier ciudadano puede acceder a ellos. Otra gran mentira replican a su vez Isabelle Neumann y Stuart Hall. Los medios y sus servidores seleccionan a a sus entrevistados evitando a quienes se oponen al consenso dominante (4). Prefieren a aquellos que se someten a sus reglas y respetan los contextos discursivos excluyendo a los “confrontacionales” (¿no estuvo esta palabrita de moda para catalogar a quienes se oponían precisamente a la transición pactada y consensuada por los “transitólogos” y “renovados” expertos en comunicación estratégica?). Es la “espiral del silencio” que acalla los temas conflictivos.
Es preferible, según la TV y la prensa del poder, hablar de temas banales donde los candidatos tienen que referirse a la vida mediática y farandulera. Allí las bravuconadas tienen su lugar. Para impresionar, es decir, para crear imágenes —no conceptos— que dejan impronta.
Ya en 1981, el historiador norteamericano Christopher Lasch explicaba: “Una observación superficial podría llevarnos a creer que los medios de comunicación dan a los artistas y a los intelectuales la posibilidad de llegar a un vasto público más que todo lo soñado hasta ahora. Ahora bien, los medios se limitan a universalizar los efectos del mercado, reduciendo las ideas al estatus de mercancías.”
Hay autores como Serge Halimi que plantean que hablar para y en los medios dominantes conlleva el riesgo de avalar y ratificar, de manera tácita o explícita, que los medios tienen el derecho de administrar y distribuir la palabra en la sociedad. Además de aceptar que sean los periodistas quienes seleccionan los movimientos, partidos políticos, organizaciones sociopolíticas y sus portavoces.
Y, como explica Halimi, la prensa y la televisión acuerdan prioritariamente su atención a los que se pliegan a las expectativas y clichés de la profesión periodística.
La crítica profunda de los medios es un elemento fundador de la crítica al capitalismo, de las derivas de la democracia y de la sociedad de consumo.
Por Leopoldo Lavín Mujica
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1. La Tercera del sábado pasado nos daba un ejemplo, entre otros. En su portada, presentaba como una noticia el romance de dos vedettes de la TV farandulera.
2. En términos de deontología el problema se arregla con un permiso sin sueldo para la Sra. Doggenweiler para dedicarse a tiempo completo a la campaña de su marido. Piñera tendría que poner a Chilevisión bajo la tutela de un organismo independiente que asegurara una cobertura equilibrada a todas las candidaturas.
3. A uno de los participantes ‘vedette’ en el programa Tolerancia Cero, del canal de Piñera, después de protagonizar una vulgar pelea de chofer iracundo en el estacionamiento de un “Mall” de Las Condes, se le concedió una página entera en su diario (La Tercera) para explicar su versión de los hechos. El mismo individuo lanzó, en el mismo (su) diario, una letanía de diatribas en contra de los dignos luchadores de ANDHA Chile a Luchar, para, dos semanas después, en un artículo (en La 3ª), intentar banalizar y hacer un retrato sicoanalítico del diputado aliancista de ultraderecha investigado por fraude y desviación de dineros fiscales con fines personales, presentándolo como amado, querido y estimado por conspicuos concertacionistas (compasión y apoyo de de casta obliga).
4. El programa Tolerancia Cero se había planteado invitar a tres esposas, de —según los animadores— los principales candidatos. Los tres primeros. A los entrevistadores no debe habérseles pasado por la cabeza confrontar las posiciones de Marta Larraechea (Frei), de la periodista Karen Doggenweiler (Enríquez-Ominami) y de Cecilia Morel (Piñera), con el de la escritora Diamela Eltit (Arrate) y el de la doctora Ana García (Navarro), sobre el tema de la píldora del día después y el derecho de las mujeres a interrumpir el embarazo.