Desde el estreno de «Protagonistas de la Fama» en 2003, los reality shows en Chile han presentado distintos formatos, aunque siempre bajo la misma fórmula.
Estos programas se caracterizan por llevar a un grupo de participantes a convivir bajo el mismo techo y enfrentar desafíos diversos, mientras son observados por las cámaras. Si bien las dinámicas varían, la fórmula central se mantiene, lo que plantea la pregunta de por qué siguen siendo tan atractivos.
Una de las razones clave es la conexión emocional que se establece entre los espectadores y los participantes. Los chilenos y chilenas encuentran en los reality shows un reflejo de sus propias experiencias y emociones, lo que crea un vínculo genuino. La identificación con los desafíos, sueños y conflictos de los concursantes crea una inmersión que va más allá de la pantalla.
Además, ofrecen una ventana a la psicología humana y las dinámicas sociales. La observación de cómo los participantes enfrentan situaciones de estrés, cooperación y competencia, permite a la audiencia analizar comportamientos y tomar perspectivas diversas. Esto se convierte en un tema de conversación constante, tanto en línea como en la vida cotidiana.
Así lo explica la profesora Lorena Antezana, académica de la Facultad de Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile y directora del Núcleo de Investigación en Televisión y Sociedad (NitsChile) de la Casa de Bello, quien respondió algunas preguntas sobre el resurgimiento de este género televisivo.
-¿Cuál cree que es la principal razón detrás de la continua popularidad de los reality shows?
La televisión es súper cíclica en el sentido de que, de acuerdo al clima social, el clima ambiente, lo que está ocurriendo en la sociedad, hay períodos en que va a primar, por ejemplo, un interés por la información, hay otros períodos más bien en que se busca hacer catarsis y separarse de la realidad, que es precisamente uno de los que estamos viviendo. Hay una desafección política o un bajo interés o una decepción general y se buscan como espacios de catarsis otro tipo de lugares. Entonces, ahí se va a privilegiar la ficción o estos programas que son híbridos, en que tienes personas reales, pero jugando un determinado papel, o en condiciones de encierro que no son reales.
Lo que estamos viviendo corresponde a ese periodo y esa necesidad. Eso hace que vuelvan estos programas que dejan de generar interés en un periodo, pero que luego pueden volver porque la televisión varía muy poco, es bastante estable en sus contenidos, y eso hace que la repetición sea la norma más que la innovación. Estos ciclos en general duran, por lo menos, dos o tres años, después va a empezar a decaer y luego va a venir otra racha. Es como la moda.
-¿Cómo han logrado los reality shows mantenerse relevantes y atractivos en un mundo dominado por la tecnología y el contenido en línea?
Porque precisamente lo que han logrado las plataformas y todo este consumo a la medida es una alta segmentación de audiencias. Y cuando tienes una alta segmentación de audiencias no hay discursos que se compartan, o sea, no tienes ni discursos políticos, ni religiosos, ni de otra naturaleza que sean compartidos por el grueso de las personas.
Entonces, la televisión todavía sigue siendo prácticamente el único medio que propone ciertos relatos pensando en públicos amplios, y esto hace que sea casi el único espacio también en que vas a tener un interés intergeneracional. Porque la segmentación hace que solo conversemos entre iguales. Y estos iguales no son solo los que piensan como yo, sino los que son más o menos de mis mismas características, de mi mismo segmento etario.
Y la televisión, al ser un discurso un poco más masivo, permite al menos la discusión entre distintos. Así que ese es un espacio que igual sigue siendo interesante no solo de analizar, sino que es una necesidad social que no hay otro medio que esté cumpliendo.
-¿Por qué pareciera que todo el mundo está hablando del reality de moda?
A que hay distintas formas de consumo. Eso hace que la ventana de exposición de ese programa televisivo sea mucho más amplia. O sea, ya no necesitas verlo en directo, en línea, lo puedes ver en YouTube, te pueden mandar un fragmento, alguien puede hacer un meme, puedes participar en una discusión, en una conversación, puede salir alguna nota en un medio. Por lo tanto, hay todo un ecosistema de personas y de medios que van reproduciendo estas discusiones que hacen que se conviertan al final en temas que constituyen la opinión pública.
-¿Qué papel juegan las emociones humanas, como la empatía y la identificación, en la persistente atracción que los reality shows generan entre los televidentes de hoy?
Los reality provocan que las personas se relacionen con los temas que tratan no de manera racional, si no de manera emocional. Tienes música, tienes diálogo, tienes personas, tienes cuerpos operando y eso hace que uno pueda identificarse con ciertas situaciones y, por lo tanto, vivirlas en carne propia. Eso, por supuesto, genera sobre todo emociones primarias muy fuertes, que son las que al final están a la base de esas discusiones tan apasionadas que se siguen en línea sobre lo que está ocurriendo y el tratar de hacer algo, que en algunos casos va a ser una denuncia ante el Consejo Nacional de Televisión, por ejemplo.
Además de los comportamientos negativos, puede haber cosas positivas que son igualmente las que rescatan los mismos telespectadores. O sea, son espacios donde tienes muchos grises, no tienes tantos blancos y negros, y eso hace que sean espacios de mucha discusión valórica e ideológica. Y esta discusión no se da en otros lugares. Está satisfaciendo algún tipo de necesidad que no se está encontrando en otro lugar.
-¿Cuáles son estas necesidades que satisfacen los reality shows?
O sea, satisfacen las necesidades sociales básicas. Primero, se combate la lógica del aislamiento y la sensación de soledad que todos los nuevos medios traen. Porque es una necesidad de mirar al resto, de sentir que hay otros en ese espacio, y hay otros que hacen cosas distintas y cosas parecidas a las mías. Esa es una primera necesidad de socialización.
La segunda es una necesidad también de calibrar cómo lo estoy viendo yo y cómo lo está viendo el resto. Y, por lo tanto, ahí es cuando se juegan estos valores. Decir ‘yo lo haría distinto’ o ‘por qué lo está haciendo así’, o ‘qué habría que hacer al respecto’. Y tenemos pocos espacios en que se hace esa calibración social.
La primera emoción básica es la de sentirse parte de algo, de un grupo, de conocer a unos iguales y a unos diferentes que me permitan también afirmar quién soy, una construcción identitaria. Por otra parte, tenemos una sociedad muy controladora, donde hay pocos espacios para liberar energías negativas. No tenemos carnavales ni grandes fiestas populares en las que se pueda de alguna manera eliminar la energía que se va acumulando por el estrés de la vida cotidiana
¿Qué espacios van quedando? Estos espacios de discusión, donde sale todo sin ningún filtro, que operan como catarsis. Hay ahí una función social que se está tratando de cumplir. Y lo otro es la necesidad de ser escuchados. Porque claro, si tú pones un comentario sientes que alguien te está leyendo y sientes que alguien te va a contestar. Y sientes, por tanto, que lo que tú dices o piensas está produciendo algo, y eso también es algo que se requiere, sentir que lo que yo pienso también tiene importancia y que otros están pensando lo mismo.
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