El Ciudadano invitó a comentar el caso de la banda de adolescentes que puso en jaque el Estado asistencial y las redes de protección a la infancia a Lautaro Guanca, concejal de Peñalolén, comuna en donde viven los menores, y a la historiadora María Angélica Illanes, quien ha investigado sobra el Estado subsidiario y las políticas de infancia en Chile.
Lautaro Guanca, vecino de Lo Hermida y concejal de Peñalolén:
“El caso del Cisarro da cuenta del fracaso de la política represiva aplicada por la Concertación respecto de los delitos que cometen niños y adolescentes. Se quiso contener con el derecho penal un problema que es social y político. Si el derecho penal es punitivo, destinado a castigar una infracción, no fue hecho para enseñar.
Nos prometieron que con los niños presos a los 14 años, se iba a terminar con la delincuencia. Ahora son los de 10 años los que asaltan sus casas comerciales para vestirse con ropas de marcas de moda, estimuladas por los medios, pero que el sueldo de sus padres jamás podrá comprar.
Los mayores niveles de delincuencia infantil surgen en los caseríos que construyeron los gobiernos de la Concertación en los ‘90, en los que se hicieron viviendas pero no barrios. Así fue construida la Villa Cousiño, que hoy terminó siendo un gueto de pobreza que terminó siendo un efecto Frankenstein que ahora los sorprende.
Hoy los niños pobres son un sujeto altamente peligroso para el orden público y también para la estabilidad del gobierno.
Hace menos de un mes el alcalde de Peñalolén, Claudio Orrego, aprobó un presupuesto de 4 millones de pesos a Paz Ciudadana para una encuesta de medición del miedo en la población de la comuna. Claro que no hay ningún trabajador social contratado para contener la delincuencia temprana en toda la comuna. O sea, se prefiere mantener la sociedad del miedo, antes que operar sobre el problema en sí”.
María Angélica Illanes, historiadora, autora del libro ‘Ausente, señorita: el niño chileno, la escuela para pobres y el auxilio 1890/1990’:
“A principios del siglo XX, casos como el de esta banda de niños eran bastante comunes y, al igual que hoy, demostraron que la sociedad que dice tener todas las instituciones funcionando fracasó. A cien años, pese a decirnos que somos una sociedad moderna, la situación sigue igual, pese a la trayectoria en políticas sociales, estos niños no son funcionales a este sistema.
El panorama en Santiago hace un siglo era de bandas de niños con jefes viviendo en la calle, e incluso algunos se mataban en ocasiones. Había una sociedad paralela con sus propias normas reglas y espacios. Pero como generaban crímenes, también desarrollaban solidaridades.
Y las respuestas en aquella época son las mismas que vemos hoy: Estábamos llenos de ‘Roperos del pueblo’, gotas de leche, o el Patronato Nacional de la Infancia, instituciones que gestionaban la caridad donde no había una sociedad que respondiera de manera seria.
Aquello generó que en la década del ’40, los chilenos nos empezáramos a preguntar, luego del agotamiento de todas las políticas practicadas, ¿qué es lo que genera esta desviación social?
La respuesta fue la ausencia de una sociedad comunitaria, con educación amplia. Surgió así el anhelo de reconstituir una comunidad colectiva, que estuviera al tanto de lo que le pasa a todos sus miembros.
El asistencialismo actual trabaja con casos puntuales y genera soluciones para problemas puntuales. Esto es ineficaz ante una sociedad que genera este tipo de comportamientos.
La visibilización de la vida de Cisarro es un síntoma del fracaso del estado asistencial, ese que responde con dinero cuando un padre está ausente o que soluciona las cosas con bonos. Las políticas asistenciales son solo un paliativo que no va al fondo del problema que es el abandono de los grupos humanos.
Plantear otras soluciones es seguir tapando goteras”.
El Ciudadano