La simultaneidad de la presentación del segundo informe de la Comisión de la Verdad sobre Ayotzinapa y la inscripción en el proceso interno de Morena para elegir al próximo jefe de gobierno de la CDMX por Omar García Harfuch ha propiciado un debate con claras resonancias electorales en los medios políticos.
La primera objeción que se pone a su candidatura es la leyenda negra de su estirpe familiar. Harfuch es nieto del general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa en el periodo de Gustavo Díaz Ordaz, involucrado en la matanza de Tlatelolco; e hijo de Javier García Paniagua, comandante de la División Federal de Seguridad de 1976 – 78, esto es, durante la guerra sucia. Desde luego, es una sombra que recae sobre él, como aspirante a un gobierno de izquierda. Sin embargo, habría que preguntarse si esto es indudablemente así, si se cree que los genes familiares transmiten también personalidades y comportamientos éticos.
Aunque el asunto no es nuevo y ya ha sido ventilado en el primer informe de la susodicha Comisión, los ataque sobre Harfuch arreciaron. Ahora se discute si el exsecretario de Seguridad Pública de la ciudad de México estuvo involucrado en la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa; si está coludido o no con cárteles de la ciudad o foráneos; si realmente es un militante de izquierda; si es un protegido de altas personalidades de Morena; y aún si lo suyo es una impostura, si está representando el papel de policía heroico con fines aviesos. Sobre él pesa la sombra de una duda.
Al conocerse las declaraciones del prófugo Tomás Zerón de Lucio, uno de los principales responsables de aquella tragedia, en el sentido de que la conocida “Verdad histórica”, fabricada para darle carpetazo al caso de los normalistas desaparecidos, se había construido en un conjunto de reuniones de alto nivel, se ha insistido que uno de los asistentes a dichas reuniones habría sido el exjefe de Seguridad Ciudadana y ahora aspirante a gobernar la ciudad.
El aludido no ha negado su participación en dichas juntas, y ha explicado cuál fue su papel en ellas: de acuerdo con el informe de Alejandro Encinas, hubo una primera reunión en la residencia oficial de Los Pinos, presidida por Enrique Peña Nieto e integrada por sus colaboradores más cercanos, en la que se elaboró la susodicha “verdad histórica”: que los 43 jóvenes normalistas habían sido capturados por las autoridades municipales quienes los entregaron a grupos criminales encargados de ultimarlos, incinerando sus cuerpos y desapareciendo sus cenizas. Se acreditó que Harfuch no estuvo en ella, sino en una de tres reuniones subsecuentes, celebradas en Iguala, Guerreo, en instalaciones de la 27 Zona Miliar. Cada reunión tenía objetivos diferentes: una era ejecutiva, integrada por el gobernador del Estado, el general encargado de la zona y autoridades de los tres órdenes de gobierno, para coordinar esfuerzos de las distintas dependencias oficiales; otra era de inteligencia, encargada de recabar y analizar información que pudiera dar con el paradero de los desaparecidos y sus captores, y la tercera era operativa, con la función de organizar y operar, en campo, las acciones de búsqueda de los estudiantes.
Este hecho, confirmado por el informe de la Comisión de la Verdad, le da una dimensión al asunto. En su calidad de comisionado en Guerrero de la Agencia de Investigación Criminal que presidía Tomás Zerón de Lucio en el momento de los violentos hechos, Harfuch no tenía el rango necesario para estar en la primera reunión, presidida por Enrique Peña Nieto, donde se fraguó la llamada Verdad histórica, como se le ha querido ubicar. Lo documentado es que asistió a una de las otras tres reuniones, la operativa, para los fines señalados, y estos no tenían ninguna intención criminal, todo lo contrario.
El otro señalamiento en esta vertiente, la de su posible participación en la noche de Iguala, el propio Harfuch ha declarado que en aquella oportunidad se encontraba comisionado en Michoacán y ha presentado pruebas documentales al respecto. Entonces la acusación, por parte de quienes las emiten, se refuerza insidiosamente, expresando que dicha documentación podría haber sido fabricada por él mismo.
Lo demás sigue siendo la expresión de temores, prejuicios, mala voluntad y prevaricación.
Finalmente, la campaña para alcanzar la Jefatura de la ciudad de México aún no ha empezado. Tiempo habrá para disipar dudas, confirmar o rechazar versiones, contrastar perfiles, elegir opciones y votar, consciente y democráticamente.
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