Las canciones están indisolublemente unidas a nuestras experiencias de vida. Tanto Bob Dylan como Víctor Jara, más allá de su calidad compositiva, representaron con sus versos a toda una generación –y la trascendieron. Sus canciones incubaban los deseos y frustraciones de millones de personas, cada una de ellas interpeladas, estremecidas y dispuestas a luchar contra un enemigo a veces claro, otras veces difuso.
Mi primer encuentro con Pato Patín fue en una actividad en un centro social autónomo. Me impactó su capacidad de generar una especie de catarsis sólo acompañado de una guitarra y una voz sucia, pero extrañamente dulce. Luego, aprendí a escuchar sus registros de mañana o de tarde, gracias a mi compañera favorita, quien acertaba en enseñarme algo que poseía con orgullo. Tenía mucha razón. Pato Patín tenía un kilo de cianuro bajo la lengua, un caballero en eso de gritar y gritar que el mundo se va a acabar, sin problemas en escupir o estrechar los brazos y su corazón-palafito según corresponda.
Si muchos punks encontraron en la mixtura o la superación del estilo la vía de enriquecer una forma que parecía cooptada por la industria cultural, y otros vieron en los estilos tropicales la manera de volver festiva la protesta (o evadirla), un puñado vio en el minimalismo y fuerza del formato cantautor, la manera de simplificar la entrega de un mensaje siempre crítico y propositivo. Las plazas, calles, o las actividades donde reina la precariedad los verían aflorar. Si no hay enchufes o amplificadores, igual cantamos. O gritamos.
En ese sentido, las canciones de Pato Patín y su guitarra, ardiendo en espacios libertarios/autogestionados y lejos de la neo-trova que aplauden los medios hegemónicos, se mueven entre el punk juguetón (“Cumpleaños”), el anti-folk (“La anestesia mundial”, “Los muertos”), entre el punk rock melódico (“La incertidumbre”) o furioso (“Sobre el alambre”), pero siempre acústico, o las letanías (“Cajón amigo”, “Campanas”). Pero lo suyo está más allá, en esa pulsión de vida que hace frente a la muerte, en la vitalidad juvenil que nunca muere, si no caemos doblegados ante la seudo-vida y los roles que nos impone el sistema-mundo que padecemos y que queremos destruir. Y esto último es cosa de vida o muerte.
Oriundo del maltratado puerto de San Antonio, con sus veintipocos años, Pato Patín asume su condición de músico como expresión natural, sin perseguir reconocimiento masivo –aunque sus canciones suenen en cientos de pendrives proletarios y sus videos tengan muchas visitas en internet- y, quizás, como ética y potencia. “La crítica es un asunto moral”, decía Walter Benjamin, y por más que las ideologías posmodernas nieguen la vigencia de la lucha de clases y sus consecuencias en la vida social, “mientras exista miseria habrá rebelión”. Y canciones que la denuncien, que sirvan de fuego a la mecha, que animen a pensar otras formas de vida o inciten la discusión. Sin maestros ni genios, tres notas bastan para hacer una banda y tres o cuatro garabatos para construir un poema. Otra enseñanza del punk. Amén.
Si el lirismo de Calostro chapotea en un patetismo sarcástico auto-conciente y Doctor Pez en las exquisitas metáforas nacidas de la confusión, Pato Patín ataca con certezas sobre el adormecimiento (“La anestesia se hizo mundial / jeringas para los puercos de este corral”), sobre el miedo a la trascendencia (“Corromperán a los hijos de mis hijos / que espero no concebir / porque tengo mucho miedo”) aunque sin claudicar (“Ayudarán a esculpir sobre mi rostro las muecas de la vejez / pero no desapareceré / No desaparecerán las ansias de ver sus monstruos arder”) ni olvidar la camaradería erótico-combativa del amor loco (“Revisando los hechos desde mi ser / me di cuenta que lo que sentimos no es casualidad / nos paramos de frente al mundo / erguidos sin temor / con la misma mirada de siempre / apretando los dientes / Y es más que un dolor de espalda / Y es más que una encrucijada / Y no es más / que abrazar la incertidumbre con amor ”). Porque Pato Patín destila vitalidad y sus canciones azuzan la rabia y fortalecen la fraternidad de quienes buscan a tientas la luz de las barricadas en medio de tanta oscuridad.
Con dos registros autoeditados -“Sobre el alambre” de 2010 y el split de 2012 junto a Diego Discordia– los momentos de verdad de Pato Patín iluminan con amabilidad el camino de todos y todas quienes despertaron de la pesadilla y, mientras caminan, sueñan con un nuevo mundo. Canción protesta para tiempos desesperados. Y para las que aún conservan la esperanza. Búsquenlo, escúchenlo, agradézcanle; y si lo encuentran por la calle, háblenle y envíenle un abrazo a la distancia. El sabrá corresponderlo y quizás hasta cante una canción.
Por Cristóbal Cornejo
El Ciudadano
Publicado en Onda corta: sonidos locales. El Ciudadano Octubre 2013