La cosa no pasó a mayores. El paciente y a la vez prudente manejo de la disidencia planteada por Marcelo Ebrard con motivo de las elecciones internas de Morena, con miras a la candidatura presidencial de ese partido, pudieron dirimirse mediante una negociación mediante la cual el excanciller permanecería en ese instituto político, a cambio de que la dirigencia aceptara que hubo cierto desaseo en el proceso de selección de abanderada, pero no al grado tal que anulara su elección, como quería el quejoso. Al conocerse la resolución, la multitud coreó el mantra del momento “¡Unidad, unidad!”. La multitud menos uno: Ebrard.
En efecto, en la conferencia de prensa que el demandante ofreció a continuación no hubo tal cosa, y sí lo contrario: dejó ver un ánimo revanchista en contra del dirigente del partido, Mario Delgado, de la responsable de la Comisión de Encuestas, del vocero Jesús Ramírez Cuevas y, arrogante, requirió que se le reconozca como “segunda fuerza” dentro de Morena, demandando en consonancia cargos y prebendas a los que, como tal, asume tener derecho; 26 o 27% de las diputaciones y senadurías y otro tanto dentro del gabinete y en los Congresos locales. ¡Nada menos que una cuarta parte del Partido!
En realidad, a lo único que tendría derecho, en función de la firma del acuerdo con el que participó en la elección interna, sería a la coordinación del Senado, pero aun eso estaría en duda por sus tendencias secesionistas.
Hace cuentas bastante alegres, sin duda, pero además estatutariamente inviables. Ebrard debería saber que el punto noveno prohíbe expresamente la formación de grupos o facciones internas y por ende el establecimiento de cuotas de poder, por las razones de todos sabidas, y sin embargo así lo plantea abiertamente.
Por lo tanto, el conflicto, lejos de resolverse, ha entrado en una fase distinta o, si se quiere, se ha pospuesto hasta el momento en que Ebrard decida hacer válidas sus supuestas reclamaciones, difíciles de conceder también desde el momento en que, salvo el gabinete, casi todos los cargos de elección popular deberían ser decididos por el método de encuestas.
En suma, aun si el veneno de los riesgos podrían eventualmente disiparse, siempre estaría latente la posibilidad de que serpiente de la división interna hubiera incubado ya su ponzoña.
Con la celeridad que amerita el caso, las máximas autoridades del Movimiento de Regeneración Nacional han dado respuesta a los planteamientos y exigencias de Marcelo Ebrard.
La Coordinadora de los Comités de Defensa de la 4T, Claudia Sheinbaum, el dirigente nacional del Partido, Mario Delgado y la Comisión de Honestidad y Justicia, han salido a poner en claro, en primer lugar que al interior de ese instituto las corrientes o grupos de presión están prohibidas, que dentro de él hay una sola fuerza y ninguna fuerza subsidiaria, y que no hay manera de otorgar cargos o prebendas a los disidentes agrupados en torno a intereses particulares.
Mario Delgado fue más específico y señaló que la selección de aspirantes a cargos de dirección dentro del partido es atribución de los máximos órganos de dirección y las de posiciones de elección pública se ofrecen a cualquier militante que se inscriba en la lista de aspirantes y se someta al escrutinio de una encuesta /es decir, las personas que respaldan al canciller no tendrían ningún trato especial y finalmente la Comisión de Honestidad y Justicia hizo una reflexión para poner en claro que entre los propósitos del movimiento está “el no dar paso a grupos o corrientes internas que vulneren los principios del partido, que lo dividan y como consecuencia lo socaven”.
Este enérgico posicionamiento cierra cualquier posibilidad de “entendimiento” en los términos demandados por la politiquería del excanciller y tiene la virtud de generar antivirus a los intentos divisionistas del movimiento, al menos por el momento. El ha dadocto disuasivo actúa en lo inmediato, pero no lo garantiza en el mediato y largo plazo: en las entrevistas que Ebrard ha dado a los medios en los últimos días se ha mostrado remilgoso para reconocer la autoridad de Claudia Sheinbaum y, sobre la negación estatutaria a reconocerle como “segunda fuerza” afirma que se trata de una línea política nueva, que está tratando de asimilar.
Su velada amenaza sigue ahí.
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