[El escrito que sigue a continuación, es el prólogo del libro “Revuelta en la región chilena: un balance histórico crítico”, publicado por Relave Ediciones, a quienes agradezco infinitamente su diseño editorial y publicación.]
El martes 26 de abril del presente año 2022 la ONU reconoció -con un retraso criminal- que la humanidad se encuentra atrapada en una espiral de autodestrucción [1]. Por supuesto, el pensamiento burgués que predomina entre los funcionarios, científicos y agentes de Estado al interior de la ONU les impide alcanzar una comprensión profunda de las raíces históricas y sociales del actual proceso de catástrofe socioecológica en que se hunde el capitalismo avanzado tardío. De esta manera, se limitan a señalar la abrumadora evidencia científica que indica el nivel alarmante de agravamiento de la crisis actual para, acto seguido, hacer un llamado impotente a “incorporar en la forma en que vivimos, construimos e invertimos” el “riesgo de desastres”. En otras palabras, ante la catástrofe que significa el final de la huida ciega del capitalismo a través de la historia, las formas de conciencia capitalista tienden endurecerse aún más [2].
Dos días después, a miles de kilómetros del cuartel general de la ONU, se movilizaron cientos de efectivos y blindados de las fuerzas represivas del Estado chileno para detener el avance de una manifestación masiva de estudiantes secundarios en el centro de Santiago, que además de los ya clásicos disturbios asociados a dichas manifestaciones dejaron una serie de detenidos y heridos por parte de la policía militar chilena. Ambos procesos -el agravamiento de la crisis socioecológica y los ecos de la revuelta en Chile– se encuentran estrechamente relacionados, y son el resultado de la convergencia histórica entre el proceso de modernización específico de la región chilena con el proceso de descomposición de la modernidad capitalista como tal.
Para comprender esta convergencia histórica de largo alcance, que hoy se manifiesta en una configuración particular de la crisis que es específica de la región chilena, se puede recurrir a un fragmento del Libro III de El Capital:
“La evolución del comercio y del capital comercial desarrolla por doquier la orientación de la producción hacia el valor de cambio, aumenta su volumen, la multiplica y la cosmopolitiza, hace que el desarrollo del dinero lo convierta en dinero mundial. Por eso, el comercio tiene en todas partes una acción más o menos disolvente sobre las organizaciones preexistentes de la producción, que en todas sus diferentes formas se hallan principalmente orientadas hacia el valor de uso. Pero la medida en la cual provoca la disolución del antiguo modo de producción depende, en primera instancia, de la firmeza y estructura interna de éste.” [3]
En efecto, habiendo sido colonia del imperio hispanoamericano durante la primera fase de expansión del capitalismo, la región chilena emprendió a mediados del S. XIX un proceso de modernización capitalista rezagada, impulsada por una élite heredera de la aristocracia colonial que sentó los fundamentos materiales del desarrollo de las categorías propias de la producción fundada en el valor. Dado que este proceso de modernización rezagada comienza más de un siglo después del despegue industrial en Europa occidental, el capitalismo chileno -heredando su posición colonial en el sistema-mundo capitalista- se inserta en el mercado mundial como una economía primaria-exportadora, posición que consolida mediante la ocupación violenta, llevada a cabo bajo la bandera de la extensión de la civilización y el progreso, de los territorios mapuche al sur de la región chilena y con la victoria en una guerra moderna contra los Estados nacionales de Perú y Bolivia por las reservas mineras de salitre.
En este punto del análisis, se vuelve importante diferenciar entre valor y riqueza material. El valor es una categoría históricamente específica de la sociedad capitalista, no de la naturaleza como tal. Por ende, la naturaleza no puede ser la fuente del valor -que tiene su sustancia en el trabajo abstracto, es decir en la combustión de energía humana en el proceso de producción de mercancías- aun cuando sí es la fuente toda riqueza material. De esta manera, en el momento en que Chile se inserta en la economía capitalista mundial como una nación independiente, los países de la Europa occidental y Norteamérica han elevado el desarrollo de su productividad social hasta un punto en que la brecha tecnológica habría sido, y fue, imposible de subsanar. Por consiguiente, y debido tanto a la explotación de los recursos mineros naturales como a la fertilidad general del suelo, la oligarquía chilena pudo entrar a competir en el mercado mundial del S. XIX como una economía exportadora de materias primas y agrícola. De esta manera, quedó determinado el futuro económico de esta región del planeta en el marco del desarrollo capitalista mundial: producir valor abstracto a costa de consumir la naturaleza. Solamente desde este punto de vista histórico, fundando en la crítica de la economía política, es posible comprender que la sequía de 12 años que afecta actualmente a la región chilena no es exclusivamente producto de las políticas neoliberales de las últimas décadas-cómo lo entiende casi la totalidad de la (ultra)izquierda chilena-, sino la culminación de un proceso histórico de creciente destrucción acelerada de la naturaleza en el que converge la historia particular de la modernización rezagada chilena con la crisis estructural del capitalismo mundial.
Esta forma particular de inserción de la economía chilena en el mercado capitalista mundial posee una relación dialéctica con su forma particular de constitución de Estado nación. En efecto, el desenvolvimiento de la modernización capitalista en Chile va de la mano con la formación del Estado nacional. Más que ser fenómenos diferentes, son dos dimensiones o esferas de una misma evolución histórica conjunta y compleja, en la que convergen la revolución del mecanismo social de la producción, partiendo por la agricultura, y la transformación de los territorios y las sociedades que en ellos habitan. Es en este marco en que debe comprenderse la forma específica que ha tomado la dominación capitalista tanto en Chile como en América Latina. En el caso de Chile, su forma específica de inserción en el mercado mundial obligó a la transformación paulatina de las antiguas formas de dominación y explotación de plustrabajo de las clases subalternas y, por consiguiente, fue inseparable de la construcción del Estado nacional como la fuerza social a partir del cual se empujaban dichas transformaciones, esto es, la puesta en práctica de formas de disciplinamiento y domesticación social que adaptaban a una población predominantemente campesina e indígena a las nuevas formas de trabajo y relaciones sociales propias del incipiente proceso de modernización. De esa manera, el Estado queda configurado como un momento esencial en la reproducción del capital.
Sin embargo, la explotación minera en el norte, los procesos de acumulación originaria en el centro y en el sur del país que escindieron a los campesinos de sus tierras -es decir, proletarización de la población indígena y campesina-, la construcción de ciudades y la aglomeración de una clase de seres humanos desposeídos y obligados a vender su fuerza de trabajo, sentaron las bases para la posterior crisis de la sociedad oligárquica chilena -forma primitiva del proceso de modernización nacional-. El surgimiento de un proletariado combativo, reprimido de manera despiadada por el ejército nacional en sendas matanzas obreras, constituyó un elemento revolucionario en el seno de este proceso de modernización y obligó a una reestructuración de la sociedad capitalista chilena en un desarrollo histórico que corría en paralelo con la crisis mundial del capitalismo que culminó con el crack de 1929.
La reestructuración del proceso de modernización capitalista en Chile tomó en la década de 1930 la forma de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), y las contradicciones que de dicho patrón de acumulación de riqueza abstracta se derivan, son la base material e histórica sobre la cual se desarrolló el proceso de crisis orgánica y de luchas sociales que culminó con el colapso del Estado capitalista de compromiso y la derrota histórica del proletariado de la región chilena el 11 de septiembre de 1973 [4]. Sobre la base de este proceso de reestructuración capitalista de la formación social y económica chilena se levantó un pacto de dominación social, económica y política de carácter interclasista que era fundamental para la reproducción social ampliada del capitalismo en Chile [5]. Dicho pacto de dominación social interclasista, que aseguró la estabilidad de la relación capitalista misma, constituía el núcleo del Estado capitalista de compromiso que se articuló hacia finales de la década de 1930, y en esta determinación estaba condicionado por un “juego de alianzas y pactos entre los distintos partidos políticos tenían un rol central en la continuidad y estabilidad del régimen político, la conservación del pacto de dominación social, económica y política interclasista” [6]. De esta manera, y debido al condicionamiento del Estado a la reproducción y acumulación del capital en Chile, el pacto de dominación social interclasista estaba estructurado en su articulación social y política por los intereses objetivos de las élites propietarias nacionales -principalmente las agrarias- en su vínculo con el mercado mundial, que requerían limitar el proceso de modernización capitalista de Chile a una industrialización que debía ser realizada sin alterar la configuración de la propiedad y del modo de dominación que constituían el fundamento del poder político de las élites nacionales, esto es, sin realizar una revolución agraria [7].
En efecto, en tanto que la gran propiedad agrícola constituía el fundamento material del poder político y económico de la élite tradicional, la perpetuación de dicho poder social era esencial para prolongar su primacía dentro de la configuración particular del desarrollo del capitalismo en Chile. De esta manera, el “impulsar la modernización capitalista en sus dominios [habría implicado] destruir su principal fuente de poder social y político” [8]. Así, la mayoría de los actores políticos y sociales interesados en impulsar la ISI -incluidos los partidos que se arrogaban la representación de la clase obrera- estuvieron de acuerdo en aceptar que la modernización se realizaría de la forma como lo exigía la clase propietaria agraria. En consecuencia, se excluyó de la modernización, y por tanto de representación política dentro del proceso de democratización de la esfera política, a la población campesina nacional [9].
Sin embargo, con el acceso del capitalismo mundial a su primera etapa histórica de dominación real en el periodo de la posguerra, la oleada de modernización a escala mundial que avanzaba al ritmo de la extensión del capitalismo avanzado tuvo efectos perturbadores en el orden social fabricado después de la reestructuración capitalista de las primeras décadas del S. XX. En el plano nacional, esta fuerza modernizadora que abate todas las murallas chinas se hizo sentir con la crisis estructural del Estado capitalista de compromiso, cuyo fundamento material era el patrón de acumulación ISI, que entraba cada vez más en contradicción con la escala de productividad que imperaba en el mercado mundial y que empujaba de manera creciente a este particular proceso de modernización rezagada hacia su fracaso. En este contexto histórico de intensa agitación política y social, la reforma constitucional de la década de 1960 -impulsado por el partido de la burguesía industrial, la Democracia Cristiana-, quebró los cimientos que sostenían políticamente el pacto de dominación social establecido desde los años 30:
“La reforma constitucional del gobierno demócrata cristiano fue interpretada por las clases propietarias nacionales como un atentado histórico, político y simbólico a las bases estructurales de su poder social, económico y político. Frente a lo cual adoptaron la posición política de desahuciar al régimen político existente, debido, anteriormente, al hecho de que el pacto de dominación que sostenía al denominado Estado de Compromiso estaba claramente quebrado por la acción reformista de la democracia cristiana. Y anunciaron a la sociedad nacional que era necesario refundar el Estado y dictar una nueva constitución política del Estado que protegiera en forma efectiva la propiedad privada, especialmente, de los medios de producción” [10].
Quedaba así configurado el escenario histórico en el cual se disputaría la reestructuración del capitalismo chileno -momento local de la reestructuración capitalista mundial de los años 70-, proceso en el cual, sobre la base de la crisis orgánica del proceso de modernización rezagada en Chile, diferentes actores sociales y políticos -el proletariado y el campesinado, las clases medias, las fuerzas armadas y las diversas fracciones de la burguesía- disputarían diferentes proyectos de modernización capitalista como forma de resolución de la crisis del capitalismo chileno. No obstante, de todas las facciones en disputa al interior de este proceso, el Partido Nacional -que constituía la verdadera vanguardia política y práctica de los “oficiales” nacionales del capital- propone en su programa político una verdadera revolución conservadora que, preservando el capitalismo, pretendía revolucionar -mediante el terrorismo de Estado- toda la articulación interna de la economía y el Estado:
“[…] otro de los principales objetivos políticos trazados en el Programa del Partido Nacional denominado “La Nueva República”, lo constituía la reconstrucción global de la sociedad capitalista nacional. Esto significaba el establecimiento de un nuevo régimen de acumulación, de una nueva forma estatal y de nuevas instituciones políticas, es decir, de un renovado régimen político no no obstante democrático […]. La construcción capitalista y la transformación sufrida por la sociedad chilena durante la dictadura militar del general Augusto Pinochet (1973-1989) confirman plenamente los objetivos planteados por las clases propietarias nacionales desde la segunda mitad de la década del sesenta. La instalación de la dictadura militar debe ser entendida como la solución capitalista a la crisis orgánica de la formación social chilena”[11].
A esta fracción, que a posteriori se manifestó victoriosa, se le opuso una fracción del Partido del Orden que, con el apoyo de los partidos de la clase obrera y las clases medias progresistas, pretendía resolver la crisis orgánica del capitalismo chileno a través de una reforma agraria que, mediante la constitución de una clase estable de pequeños agricultores, aliviara la confusión social en los sectores rurales y modernizara el campo, al mismo tiempo que se empujaba hacia adelante el proceso de industrialización con la estatización de industrias consideradas claves para la economía. En esta segunda fracción en disputa podemos situar el pretendido “programa revolucionario” de la UP y de Allende que, visto a través del prisma de la crítica de la economía política marxiana, no es otra cosa que un programa de modernización capitalista que toma la retórica y el ethos del movimiento obrero como el eje de su praxis política: es decir, el enaltecimiento del trabajo.
A diferencia de lo que cree una parte importante de la ultraizquierda chilena, Allende no “engañó” a la clase obrera mediante hábiles argucias y un discurso revolucionario para que abrazara bajo coacción y manipulación un programa reformista que estaba en contradicción con su supuesta esencia revolucionaria. Por el contrario, habría que explicar en realidad porqué el proletariado -salvo honrosas e importantes excepciones- defendió hasta el final un gobierno, el “gobierno de los trabajadores”, que le llevó hacia un laberinto histórico sin salida que terminó con la instauración de una de las contrarrevoluciones capitalistas más sangrientas de América Latina.
Theorie communiste, pensando en un proceso histórico anterior, aporta a esclarecer el problema:
“Se nos dice que los trabajadores fueron derrotados por la democracia (con la ayuda de los partidos y sindicatos), pero nunca se habla de los objetivos —del contenido— de estas luchas obreras (en Italia, España, Alemania). Por tanto, nos vemos inmersos en la problemática de la «traición» de los partidos y sindicatos. Que los trabajadores obedecieron a los movimientos reformistas es precisamente lo que debería haber explicado y en función de la naturaleza de las propias luchas, en lugar de permitir que las sombras nebulosas de la manipulación y el engaño pasen por una explicación”.
En efecto, la manipulación de la clase obrera y la astucia de la socialdemocracia no pueden ser las causas fundamentales de la derrota histórica -y posterior masacre- del proletariado chileno a partir de 1973. Por el contrario, es en el mismo contenido de su lucha al interior de un proceso de modernización rezagada donde se encuentran los fundamentos de la contrarrevolución capitalista que abatió el denominado Poder Popular. Fue debido a su posición objetiva dentro del proceso, de la cual se desprende el contenido mismo de su lucha, que quedó limitada -como señala Helios Prieto– a ser el vagón de cola de intereses ajenos, y no podía hacer otra cosa mientras se mantuviese en el marco de una disputa de intereses fetichistas. Mientras que Allende, sus colaboradores y sus supuestos enemigos -ante el avance de las huelgas, la toma de fábricas y de tierras-, comprendían que la acción independiente de las clases subalternas eran la mayor amenaza para su programa de modernización capitalista en concordancia con la elite empresarial e industrial, las organizaciones obreras en su amplia mayoría jamás llegaron a plantear la necesidad de actuar por fuera de la UP, sino en general a discutir qué es lo que debería hacer la UP -en tanto que “gobierno de los trabajadores”- para contrarrestar la ofensiva en todos los frentes de la reacción [12]. La conciencia llega siempre demasiado tarde, al menos para los revolucionarios locales, que comienzan la necesaria tarea de criticar radicalmente al gobierno de Allende -véase el caso de Correo Proletario [13]-, aunque siempre desde el paradigma propio de la época, en el momento preciso en que comenzaban a soplar los vientos huracanados de la contrarrevolución capitalista en marcha. Y es lógico que así sucediera, pues en el apocalipsis del terror contrarrevolucionario se reveló que el Estado que tanto se defendía como el gobierno de los trabajadores, y por el cual las masas se movilizaron en una defensa acérrima, había preparado paso a paso la derrota de la revolución desde el momento en que Allende asumió el cargo de presidente de la república:
“En su discurso del 25 de julio ante la CUT, Allende hizo una declaración sorprendente por su crudeza: “ESTE PAÍS VIVE UNA ETAPA CAPITALISTA”. Por una vez, sus palabras coincidieron rigurosamente con los hechos. La necesidad de recomponer su acuerdo con la DC lo obligaba a dejar de lado toda la verborragia “revolucionaria” y a llamar a las cosas por su nombre. En efecto, la UP no ha tocado las relaciones de producción capitalista, sólo ha desarrollado el capitalismo de Estado dentro de los límites propuestos —como veremos más adelante— por el partido más representativo de la burguesía industrial chilena, la DC; aunque para engañar a las masas le haya puesto al sector estatal de la economía capitalista el atractivo nombre de “Área Social” [14].
El resto de la historia es más conocido, aunque no menos mistificado por el sentido común democrático, puesto que el terror reforzado y armado por Allende se desató sobre las masas. A partir de septiembre de 1973 empezó una revolución, pero no la revolución socialista en nombre del trabajo que imaginaba el poder popular, sino una (contra)revolución capitalista que -mediante el exterminio en masa, primero, y luego, a través de la represión selectiva- iba a restaurar el orden capitalista en Chile para después refundarlo sobre nuevas bases [15].
En otras palabras, y a modo de síntesis, el gobierno de la UP consistió en la aplicación de un programa de reformas modernizadoras que continuaba y radicalizaba el programa de la burguesía industrial agrupada en torno a la DC -partido golpista por excelencia-. Este proceso, como ya ha sido señalado, requiere ser comprendido en el marco histórico más amplio del proceso de modernización de la región chilena y sus contradicciones que hicieron implosionar el gobierno de la UP pero que, al mismo tiempo, sentó las bases para el desarrollo pleno del capitalismo en Chile [16]. De esta manera, entre Allende y Pinochet no solamente no hay una ruptura, sino que hay una profunda continuidad. Y dicha continuidad está marcada por el proceso de modernización capitalista, proceso que siempre ocurre a expensas de las clases subalternas y de la naturaleza, y que el gobierno de la UP impuso a través de una integración del proletariado al Estado burgués bajo una retórica socialista de alabanza al trabajo que iba acompañada de una severa represión a los elementos escindidos y autónomos del proletariado y el campesinado en la región chilena.
Estamos aquí en presencia de un terrorífico eco del tiempo, que demuestra hasta qué punto que quienes no aprenden de la historia están condenados a repetirla. Si, efectivamente, fue la policía formada y entrenada bajo el gobierno de Allende la que reprimió salvajemente a partir de septiembre de 1973, hoy es la policía de Piñera -devenida policía política-militar- la que reprime con la absoluta complicidad y beneplácito del gobierno de Boric. De hecho, los primeros meses del gobierno de restauración post-revuelta han estado marcados por un agravamiento de la represión policial que va de la mano con un aumento de la violencia en todas las esferas de la sociedad. Sin ir más lejos, el 1 de mayo un grupo de pistoleros perpetró un ataque terrorista en contra de una masa de manifestantes en nombre de la defensa de la sacrosanta propiedad privada, y ello -a diferencia de lo que racionalmente cabría esperar- no causó escándalo alguno a nivel general de la sociedad, ni tampoco fue analizado correctamente por ninguno de los grupúsculos radicales que más bien se debatieron entre la necesidad de armarse contra narcotraficantes y vendedores ambulantes -dando paso además a una retórica racista y aporofóbica- y el tratar de comprender la falta de “conciencia de clase” por parte del “lumpen” (concepto que ha resurgido con fuerza a partir de este incidente). Ello evidencia, por consiguiente, tanto la actual debilidad teórico-práctica de la (ultra)izquierda como las nuevas condiciones históricas del escenario post-revuelta, en la que las fuerzas emancipadoras deberán maniobrar en un terreno atravesado por una crisis social agravada que tiende a derivar en violencia exacerbada.
Como se analizará más adelante, en Chile -así como en el resto del mundo- el orden existente se encuentra amenazado por el retorno de lo reprimido: ante la actual crisis socioecológica de la sociedad del trabajo, los elementos reprimidos, pero nunca liquidados por la represión, tienden a reaparecer con violencia. Hoy, casi medio siglo después de iniciada la labor de reestructuración del orden capitalista amenazado por la lucha autónoma del proletariado y el campesinado chileno, una comprensión racional y desmitificadora de este proceso, de sus límites, potencialidades e importancia para el análisis de la configuración histórica presente, se vuelve más necesario que nunca. Hasta ahora, este necesario análisis ha sido elaborado solamente de manera fragmentaria desde diferentes tendencias y corrientes que convergen en la crítica social de nuestra época, pero el balance histórico profundo que exige nuestro presente ha sido constantemente escamoteado. En el plano historiográfico, esto se debe a que, en primer lugar, entre historiadores e historiadoras de izquierda no se encuentra una comprensión cabal del proyecto marxiano de crítica de la economía política, sino que a nivel general se comparte un marco teórico propio del marxismo tradicional codificado en la clave de la izquierda socialdemócrata transicional que, además, determina una recepción acrítica de los autores conocidos como los “historiadores marxistas británicos”. De esta manera, su interpretación de la Unidad Popular y su caída a manos de la violencia terrorista del ejército nacional es de carácter fuertemente apologético y, por tanto, mistificador de las causas reales detrás de la derrota de la Unidad Popular, así como del modo en que se desarrolló el conflicto entre clases en medio de la crisis orgánica del capitalismo en Chile. De allí tampoco que sean capaces de percibir la continuidad entre Allende y Pinochet -la sola idea les parecería una aberración desde la perspectiva de su ideología-, ni menos aún la continuidad entre la dictadura de Pinochet y el actual gobierno de Boric que, se supone, está llamado a destruir su herencia a través de una nueva constitución cuando, en realidad, a través de este proceso la restaura y profundiza.
Y esto es así porque, en segundo lugar, hasta ahora en el plano de la historiografía nacional tampoco se ha señalado que el capitalismo comporta una forma específica de poder económico y social, un modo particular de dominación social, que es abstracto, impersonal y estructural [17]. Por consiguiente, lo que hasta ahora no ha sido comprendido por este sector de la intelectualidad chilena es que el capital -el valor en proceso que se autovaloriza- es la potencia que todo lo domina en la sociedad capitalista [18]. Se quiera o no —aquí no se trata de voluntad, sino de hechos objetivos que determinan la (re)producción del conjunto de la vida social en el capitalismo— la abolición del valor como relación social dominante, como fundamento histórico y social del poder capitalista y su específica forma de institucionalidad, es el contenido mismo de cualquier transformación práctica que tienda a superar el capitalismo. Es solo a través de esta crítica categórica del capital que puede llegar a ser percibida la continuidad real entre Allende, Pinochet, la transición de 30 años y Boric: su línea de continuidad está dada por el proceso de reproducción ampliada del capitalismo, esto es, por el proceso de modernización capitalista que es el proyecto histórico de la élite político-empresarial chilena desde el S.XIX.
Por consiguiente, y habiendo resumido de un modo muy esquemático la historia del proceso de modernización capitalista rezagada en Chile, puede comprenderse que la crisis de la configuración neoliberal del capitalismo chileno es también un momento local de la crisis generalizada del capitalismo mundial. Y así volvemos, pero ahora con una perspectiva más enriquecida, a lo que se planteó al principio de este prólogo: el agravamiento de la crisis socioecológica y los ecos de la revuelta en Chile se encuentran ligados a través de un proceso histórico de largo plazo en el que convergen el resultado del proceso de modernización capitalista rezagada de la región chilena con el proceso de descomposición de la modernidad capitalista como tal. En este sentido, de lo que se trata ahora -y el texto que sigue a continuación es un esfuerzo en tal sentido- es de comprender profundamente el momento histórico que nos contiene y criticar radicalmente las nuevas condiciones que resultan del escenario post-revueltas a escala local y global. Es solamente sobre la base de esta comprensión que se puede plantear una alternativa emancipadora de carácter radical que, aprehendiendo la totalidad concreta del movimiento real del capital en sus condiciones históricas actuales, pueda contribuir a una praxis que nos permita romper de manera duradera y efectiva con el fetichismo que reina este mundo.
En el momento en que se escribió este prólogo, aparecieron en redes sociales noticias acerca de evasiones masivas protagonizadas por estudiantes en el marco de las protestas y tomas en Liceos que poco a poco se van extendiendo más allá del centro de Santiago. Al parecer, y quizás aún de una manera en que se desconoce la profundidad de su real importancia, un sector de las fuerzas emancipadoras realmente existentes en la actualidad ha heredado una praxis que será uno de los fundamentos del hacer radical de nuestra época. Más temprano que tarde, la práctica de los saltos de los torniquetes revelará que, entre otros elementos, subversión radical significa extensión colectiva de la gratuidad como praxis de unificación de la actividad humana.
Por Pablo Jiménez C.
NOTAS
[1] https://www.undrr.org/news/humanitys-broken-risk-perception-reversing-global-progress-spiral-self-destruction-finds-new
[2] Robert Kurz, 2002. Schwarzbuch Kapitalismus: Ein Abgesang auf die Marktwirtschaft (Franfurt am Main: Ullstein Taschenbuchverlag).
[3] Marx, Carlos. El Capital. Tomo III/Vol. 6. Libro Tercero. El proceso global de la producción capitalista (México DF: Siglo XXI, 2009), pág. 424.
[4] Prieto, Helios (2014). Los gorilas estaban entre nosotros (Santiago de Chile: Editorial Viejo Topo).
[5] Gómez Leyton, Juan Carlos (2006). «Democracia versus Propiedad. Los orígenes político-jurídicos de la dictadura militar chilena.» Sociales, Consejo Latinoamericano de Ciencias. Sujetos sociales y nuevas formas de protesta en la historia reciente de América Latina. Buenos Aires: CLACSO, 2006. 171 – 212.
[6] Ibíd, pág. 174.
[7] Ibíd, pág. 175.
[8] Ibídem.
[9] Ibídem.
[10] Ibíd, pág. 177.
[11] Ibíd, pág. 178.
[12] Mike González (2020), Revolución y contrarrevolución en Chile.
[13] Véase Carlos Lagos (2021), El correo proletario en retrospectiva. El texto puede encontrarse en la página web de Freno de Emergencia:
[14] Soto, Antonio. «La lucha de clases en Chile bajo el gobierno de la Unidad Popular». Correo Proletario (1973): 4 – 6.
[15] Gárate, M., 2012. La revolución capitalista de Chile (1973 – 2003). Santiago de Chile: Universidad Alberto Hurtado.
[16] Helios Prieto, Los gorilas estaban entre nosotros.
[17] Mau, Soren (2019). Compulsión muda: una teoría del poder económico del capital. Copenhague: Universidad del Sur de Dinamarca.
[18] Marx, K (2016). Elementos fundamentales para la crítica de la economía política. Grundrisse (1857 – 1858) (1). Iztapalapa: Siglo XXI Editores.
Publicado originalmente el 7 de mayo de 2022 en Nec Plus Ultra.