Presentación: Comunidad virtual ‘Nueva Civilización’: Creativa, autónoma y solidaria
Serie ¿Cómo iniciar la creación de una Nueva Civilización? Capítulos I a XVIII.
XIX. Aquí comenzamos a pensar en la nueva política: una nueva estructura de la acción organizadora de la comunidad y transformadora de la vida social.
Comencemos ahora a reflexionar sobre la ‘nueva política’, una política que debiera ser superior a la actual que conocemos, para que pueda caracterizar a la nueva civilización que nos hemos propuesto crear.
Ya nos referimos a la crisis que está experimentando desde hace tiempo el pilar político de la civilización moderna, una política que se ha desarrollado en base a la organización de partidos, que tienen un modo singular de relacionarse con las que llaman las ‘bases’ sociales, y de intervenir en las dinámicas del Estado.
Para comprender correctamente la cuestión que abordaremos, es preciso tomar distancias tanto del concepto como de las prácticas de la política tal como las conocemos, y partir de un concepto general de ‘política’, que concebiremos como la estructura de la acción organizadora del orden social y que es al mismo tiempo dinamizadora de los procesos históricos.
Con este concepto de ‘política’, entenderemos como ‘nueva política’ una cierta estructura de la acción organizadora de la comunidad y transformadora de la vida social, y específicamente aquella actividad que, a partir de la realidad presente, dé inicio la creación de un nuevo orden social e institucional, propio de una nueva y superior civilización.
Podríamos también concebir la nueva política, como el conjunto de las actividades teóricas y prácticas con que pueda resolverse la actual crisis orgánica de las sociedades modernas, mediante la creación de una nueva civilización.
Partimos de la afirmación de que la forma partidista de la política ha entrado definitivamente en crisis, y esto es parte sustancial de la crisis de la organización estatal en la civilización moderna. Si es así, es obvio que la superación histórica de esta crisis no puede realizarse por medio de la política y de los partidos tal como los hemos conocido, siendo necesario elaborar y experimentar un nuevo conjunto de actividades transformadoras, capaz de iniciar el tránsito hacia una nueva civilización. En otras palabras, es necesario elaborar un nuevo ‘paradigma de política’.
Cuando hablamos de un ‘nuevo paradigma de política’, nos referimos a una concepción teórica de la acción transformadora y organizadora del orden social; una concepción teórica que sea expresión de la racionalidad propia de las prácticas y de las acciones transformadoras que empiezan a manifestarse en los procesos de creación de una civilización superior, y que a la vez sea capaz de impulsar, potenciar y llevar dichos procesos y acciones a niveles de mayor coherencia y eficacia.
A esa nueva concepción teórica la hemos denominado -adoptando una expresión de Antonio Gramsci– ‘ciencia de la historia y de la política’. Pasquale Misuraca y yo en el Libro Segundo de la obra La Travesía, afirmamos sobre dicha ciencia, que “no se trata de desarrollar una ciencia nueva sobre la política existente, ni de desplegar una política nueva en base a la ciencia política existente, sino de edificar conjuntamente una nueva estructura cognoscitiva y una nueva estructura de la acción transformadora, en una relación original entre ellas”.
Me propongo ahora y en los capítulos siguientes, presentar algunos elementos que connotarían a esta nueva estructura de la acción transformadora, que nos han ido apareciendo en la elaboración teórica a medida que analizamos las experiencias prácticas de una emergente ‘nueva política’, y que nos parecen coherentes con la propuesta del tránsito hacia una nueva civilización que queremos que sea creativa, autónoma y solidaria.
Un primer elemento de la nueva estructura de la acción transformadora, que la distinguiría netamente de la política propia de la civilización moderna, consiste en que la política deja de plantearse como objetivo la conquista del poder y el control del Estado, y ni siquiera busca alguna acumulación de poder político para ejercerlo sobre una clase social, sobre un agrupamiento de masas, o sobre el conjunto de la sociedad.
Por el contrario, la nueva política se orienta hacia la diseminación social del poder político, o sea, hacia el empoderamiento de las personas y de las comunidades y grupos que actúan desde la sociedad civil.
Que cada persona y cada comunidad, organización o red social, recupere el control de sus decisiones y de sus condiciones de vida, implicando con ello, también, que no aspiran a ejercer poder sobre otras personas y otros grupos, sino que buscan que cada uno sea guía de sí mismo, y tenga tanto poder como el que necesita para dirigirse consciente y libremente a sí mismo.
El concepto del empoderamiento de las personas y de las organizaciones de la sociedad civil, implicando un proceso de diseminación social del poder, se vincula directamente a la demanda de participación que surge prácticamente en todas las iniciativas y búsquedas orientadas a realizar cambios sociales. Las personas creativas, autónomas y solidarias quieren participar como protagonistas en las organizaciones de que forman parte, y en las diversas instancias de la vida económica, social, política y cultural, y en todo lugar donde se toman decisiones importantes que afectan sus vidas. Se quiere superar el sentir tan común de formar parte de grandes sistemas, estructuras y organizaciones, en las que se cumple un rol o una función determinada, pero donde no se tiene influencia sobre sus objetivos, su funcionamiento y su marcha global.
Pero no cualquier demanda y forma de participación social es expresión de la nueva estructura de la acción transformadora. Así, por ejemplo, dada la enorme concentración del poder que en las sociedades modernas han llegado a centralizar el Estado y sus partidos, y cuando aún no se toma cabal conciencia de las implicaciones que tiene el asumir la responsabilidad de las propias decisiones, a menudo las búsquedas de participación dan lugar a acciones de masas inorgánicas, tendientes a presionar a quienes detentan el poder político, para que sean éstos los que decidan y realicen lo que quieren lograr los grupos de presión. Pero ese modo de canalizar la participación social es parte de la política moderna en crisis, y conserva la estricta separación entre quienes tienen el poder y quienes sólo pueden protestar y presionar. Es una forma de acción social que se ha dado a lo largo de toda la historia de la civilización moderna, y que ha logrado muy pocos resultados de transformación efectiva.
Pero no es sólo por la ineficacia de dicha forma de participación política que no corresponde a la nueva estructura de la acción transformadora. Frente al poder, crear un contra-poder que lo contraste, es el modo de hacer política propio de la civilización moderna, que pone en el poder, concentrado fuertemente en el Estado, la clave de la construcción y mantención del ordenamiento social.
Creando poder social y político opuesto al poder dominante, no se construye una civilización de personas, comunidades, organizaciones y redes autónomas, solidarias y creativas. Porque el ejercicio del poder, al modo de la política moderna, implica relacionar a las personas y organizaciones de manera que algunos pocos estén en condiciones de hacer que otros muchos cumplan con las decisiones que emanan de la voluntad de quienes detentan el poder. Éste se configura como una relación de dominio y de subordinación, según la cual unos mandan y otros obedecen, unos dirigen y otros los siguen disciplinadamente. Se mantiene de ese modo la situación jerárquica, vertical, que distingue y separa a los integrantes de la sociedad, en dirigentes y dirigidos.
La creciente conciencia de esto como un problema estructural de la política moderna nos lleva a modificar la perspectiva en que se busca la participación: más que como un camino de lucha por acceder al poder central, se trata de un esfuerzo por la descentralización y la diseminación social del poder.
En esta dirección se observan procesos que tienden a la regionalización y al reforzamiento de los llamados «poderes locales», donde los ciudadanos encuentran posibilidades de participación directa. Una participación que se basa en la autonomía, que fomenta la creatividad, y que crea vínculos de solidaridad.
Estamos tan inmersos en la civilización moderna, tan habituados a sus conceptos y a sus modos de relacionamiento, que nos cuesta pensar en una civilización distinta, en que el orden social no se constituya en base al poder que unos ejercen sobre otros. Pero el hecho es que ése modo de ordenamiento social está en crisis, y cada vez son más las personas y los grupos que no aceptan ser comandadas por otros, pues aspiran a autodirigirse y a controlar sus propias condiciones de vida.
La reflexión sobre la nueva estructura de la acción organizadora y creadora de una civilización la estamos recién comenzando. La ampliaremos en el próximo capítulo.
El Ciudadano