Presentación: Comunidad virtual ‘Nueva Civilización’: Creativa, autónoma y solidaria
Serie ¿Cómo iniciar la creación de una Nueva Civilización? Capítulos I a XXI.
XXII. Sobre cómo en la nueva política se accede a la universalidad a partir de las diferentes ideas y los distintos intereses particulares.
Examinemos ahora una cuestión importante que dejamos planteada al final del capítulo anterior, y de cuya respuesta dependen aspectos fundamentales de la nueva civilización.
Reflexionando sobre la ‘forma’ que pudiera unificar a la sociedad en la nueva civilización, y afirmando la centralidad que en ella han de ocupar las actividades culturales y cognoscitivas que se realizan desde la sociedad civil, decíamos que la nueva política no es ‘partidista’ sino integradora de la diversidad; no -como ocurre en la política actual- expresión de las singularidades de grupos humanos en conflicto en base a sus distintas convicciones ideológicas y a sus intereses corporativos, o de clases o grupos sociales.
Ahora bien, esta concepción de la nueva política plantea dos interrogantes cruciales: ¿Qué hace la nueva política con las distintas ideas y los diferentes puntos de vista de las personas y de los grupos sociales? Y ¿qué hace con los diferentes intereses particulares, de grupos y de clases o sectores sociales?
A estos interrogantes podemos dar una primera respuesta, afirmando que la nueva política se esfuerza sistemáticamente por recoger de cada punto de vista ideológico, doctrinario o teórico, aquello de verdadero y constructivo que contenga, integrando los distintos enfoques en una visión comprensiva de todos ellos. Del mismo modo, la nueva política se propone reconocer lo que sea justo, legítimo y pertinente de los intereses expuestos por cada grupo o categoría social particular, buscando articularlos a todos en una perspectiva de bien común o universal.
Pero si éstas son las respuestas fáciles a los interrogantes planteados, lo difícil aparece cuando nos preguntamos cómo ello se realiza concretamente, quiénes pueden hacerlo, y a través de qué procesos específicos.
Al respecto, lo primero que podemos afirmar es que no es mediante la composición de fuerzas en el Estado -como se supone que ocurre en las democracias de la civilización moderna- que se ha de buscar la articulación de los intereses y de las ideologías. La experiencia histórica demuestra que en el Estado moderno la integración social y cultural se logra muy precariamente, pues habitualmente se manifiesta en el Estado el predominio de un grupo particular, de un partido o alianza de partidos, y de una ideología determinada.
En la nueva política, el proceso de integración cultural es propuesto a cada sujeto, pues la nueva política se realiza partiendo siempre de las personas, que como hemos visto , son los sujetos primeros de la nueva civilización. El sujeto de las ideas políticas y de los intereses políticos es siempre, en primera instancia la persona, y luego las comunidades, organizaciones y redes que ellas crean.
Pero el proyecto de la nueva civilización implica acceder a un punto vista universal. Universal, en el sentido que exprese una conciencia humana universal, y el interés y el bien de la sociedad entera. Pero no en el sentido de alguna concepción genérica y abstracta que se exprese a través de ‘principios’ y de valores formulados abstractamente, a los que todos pueden adherir de palabra pero no asumir realmente en lo que implican, sino en la forma y con los contenidos de una concepción y de un proyecto político que pueda ser asumido teórica y prácticamente por todas las personas y por todos los grupos que constituyen la nueva civilización.
La tarea específica de la nueva política consistirá, entonces, en pasar progresivamente desde la posición individual y particular de cada persona y de cada grupo, a una posición universal. Ello supone un proceso de progresiva ampliación de la perspectiva, que por etapas, va superando límites personales y grupales, creando circuitos que cada vez serán más amplios, hasta abarcar a la sociedad entera, hasta acceder a la universalidad.
El camino que lleva desde lo particular a lo universal es realizado por cada persona, por cada grupo y por cada sujeto político. Implica un proceso de expansión de la conciencia de cada sujeto, individuo o grupo. Y como el punto de partida es siempre e inevitablemente distinto, pues corresponde a la experiencia y a las ideas, objetivos e intereses de cada persona y de cada grupo particular, habrá tantos caminos hacia lo universal como individuos y grupos realicen la búsqueda, el tránsito hacia lo universal.
Ahora bien, sería totalmente ilusorio pensar que el paso se pueda dar directamente desde lo individual a lo universal, como un solo gran salto. Son necesarias las articulaciones intermedias, en un proceso de construcción que asciende desde las personas hacia la sociedad general, pasando por las instancias locales y regionales, por las organizaciones particulares y las agrupaciones sectoriales.
Esto supone que las personas y los grupos se van relacionando, dialogan y se articulan solidariamente, de modo que el proceso adquiere dimensiones intersubjetivas de dimensiones cada vez mayores; pero aún más importante, cada vez más ricas de contenidos, pues las experiencias y los aprendizajes de unos se comparten y enriquecen con las experiencias y aprendizajes de los otros. De este modo se va configurando una política integradora, unificadora de la sociedad, orientada realmente al bien general de la humanidad.
Es importante precisar que acceder al punto de vista universal tanto en el campo de las ideas como de los intereses, supone por definición, asumir como propios los recorridos intelectuales y los intereses legítimos de las personas y grupos con quienes nos comunicamos y nos encontramos en la práctica. Pero tal asunción de lo que los otros proponen, no puede realizarse de modo ecléctico, como simple sumatoria, pues ello implicaría sólo dispersión e incoherencia.
‘Hacer propios’ los puntos de vista de los otros implica integrarlos al propio recorrido conceptual y a la propia experiencia práctica. Ello no puede lograrse sino a través de un proceso de crítica, en el sentido de someter al propio análisis lo que inicialmente es ajeno, rescatando de aquello sólo lo que pueda integrarse coherentemente con la propia elaboración. Pero, si partimos de la necesidad de la universalidad, la crítica no puede quedarse en la negación de lo ajeno, sino que debe conducir a su integración crítica. Esto implicará siempre e inevitablemente, una superación del propio punto de vista anterior, un acceder a un punto de vista nuevo y superior, superior tanto respecto al propio anterior como al ajeno.
Así, se accede a la autonomía en la política, que será más autónoma en la medida exacta en que sea más universal. Pues si uno no se amplía y universaliza, será absorbido por otro, y será ese otro el que guiará el proceso político. Los políticos más grandes serán los que más hayan avanzado por este camino de universalización, y serán grandes y reconocidos como tales, por el hecho de haber demostrado ser capaces de asimilar e integrar una mayor proporción de puntos de vista, de experiencias, de intereses, en una concepción y en un gran proyecto político coherente.
El Ciudadano