No es nuevo que los resultados de la prueba que mide el logro de los Objetivos Fundamentales y Contenidos Mínimos Obligatorios en las áreas de Matemáticas y Lenguaje y Comunicación, más conocida como Simce, sean preocupantes. No es nuevo tampoco que a partir de estos resultados se implementen medidas buscando remediar esta preocupante situación. Así tenemos, por ejemplo, la idea del gobierno actual de enviar un mapa a las casas de los padres y apoderados en el que se indican los resultados de los colegios de la comuna.
Una más de tantas medidas que obvian la pregunta de fondo: ¿cuál es la razón por la que tantos estudiantes no logran aprender los mínimos esperados en las áreas de matemáticas y lenguaje? Esta medida se ofrece como si con ella se enfrentara el problema, cuando lo único que hace es mostrar algo que todos sabemos: las profundas diferencias en los resultados entre colegios que acogen a estudiantes de distinto nivel socioeconómico (Y no necesariamente entre colegios privados, particular subvencionados y municipales: en Ñuñoa un colegio municipal obtiene mayores puntajes que un particular subvencionado de una comuna periférica).
Vale la pena preguntarse entonces, ¿Acaso no es evidente que los colegios a los cuales acceden estudiantes provenientes de un sector socioeconómico con un mayor capital cultural obtienen mayores resultados? Hay una estrecha correspondencia entre el origen socioeconómico de los estudiantes y el puntaje logrado en la prueba. Entonces, ¿podríamos decir que es un mérito de los colegios el obtener un buen resultado en el Simce? ¿Obtendrían esos colegios el mismo resultado, si en un ejercicio hipotético, cambiáramos a los estudiantes con los que ese colegio trabaja, y lo llenáramos de estudiantes provenientes de una realidad social marginal, por ejemplo? El mérito estaría si lo lograra.
Pero parece que no es tan simple, de lo contrario, los colegios no pondrían filtros de entrada, cono lo hacen los colegios que se hacen llamar de “excelencia”. Sin embargo, son esos colegios los que ostentan entregar una “educación de calidad”.
Entonces, cabe preguntarse, ¿qué estamos entendiendo por “educación de calidad”? ¿Es acaso un buen resultado en el Simce un indicador de calidad en el proceso educativo? ¿Qué nos están diciendo cuando se afirma que el Simce mide la calidad de la educación? ¿Es esto correcto?
Si consideramos que la educación es el proceso a través del cual las personas aprenden a hacerse cargo de sí mismas en sus distintas dimensiones –social, afectiva y sexual, académica, civil, ciudadana, laboral- como resultado del conjunto de experiencias que le ha ofrecido la escuela a lo largo del trayecto formativo, entonces podremos inferir que lo que el Simce mide no es precisamente el resultado de la labor educativa de la escuela, sino la instructiva, es decir, la actividad de enseñanza-aprendizaje que se lleva a cabo en ella.
Y es en pos de esa función que el Simce, transformado actualmente en un fin en sí mismo, que lo instructivo le ha quitado mucho de educativo a nuestras escuelas. Y esto hoy se exacerba aún más con la medida impulsada por el actual gobierno, fundada en la competencia.
En pos de ser “cotizados” en el mercado de la educación”, y ahora salir con luz verde en el mapa, los colegios se han abocado a poner filtros de entrada a los estudiantes, prepararlos para lograr un producto en lugar de vivir un proceso, con la carga de estrés que ello significa, controlarlos sistemáticamente para saber cómo van rindiendo la prueba a modo de ensayo, quitar horas de clases a otras asignaturas, sobrecargar a los profesores de las áreas de Matemáticas y Lenguaje con tareas relacionadas con la preparación para el Simce, por citar algunas medidas que los colegios toman en nombre de la calidad en la educación.
Ante estas medidas, y teniendo presente lo dicho anteriormente sobre el significado de la educación, cabría preguntarse:
– con relación a los filtros de entrada, ellos redundan en una mayor segregación en la escuela. ¿La segregación no atenta acaso contra lo educativo? (Qué decir sobre la creación de Liceos de excelencia que ha prometido el gobierno actual: otro paso a favor de la segregración).
– en cuanto al énfasis en el resultado, ¿pensar en éste por sobre todo no atenta acaso contra lo ético –el fin justifica los medios, dice el refrán popular- , que es una dimensión educativa, y que además necesitamos urgentemente recobrar como sociedad para vivir de una manera más armónica y amable?
– con relación a imponer permanentes ensayos del Simce a los estudiantes, ¿no desvirtúa esto el proceso de aprendizaje, y lo convierte en algo frenético, funcional, en lugar de ser un proceso que permita encauzar la natural curiosidad de los niños por aprender?
– en cuanto a quitar horas a otras asignaturas para dedicarlas a la preparación del Simce, ¿no es acaso la integralidad del saber la que permitirá preparar mejor a los estudiantes para enfrentar las distintas dimensiones del mundo? (Cuidado! El mundo del trabajo no es el único mundo de la vida de una persona) ¿Acaso no necesitamos de las Artes, la Filosofía, las Ciencias Sociales y los Idiomas?
– con relación a sobrecargar a los profesores, ¿no distrae esto de otras labores que a duras penas los profesores logran hacer en su trabajo, si consideramos que las horas para planificar y evaluar que a un profesor le pagan son absolutamente insuficientes? ¿Acaso el estrés del profesor, la sobrecarga de trabajo a la que se ve expuesto, no atentan contra la calidad de su labor?
¿Y qué decir de participar de otras instancias del colegio, además de la instrucción, para que éste sea un espacio verdaderamente educativo? Instancias tales como trabajar con la comunidad, en proyectos para enfrentar problemáticas al interior de la escuela, entre otras.
Vemos entonces que de calidad de educación hay bastante poco en nuestras escuelas, pues al obsesionarse con lograr buenos resultados en la prueba en cuestión se ha desvirtuado lo educativo. Estaría más claro si nos refiriéramos al Simce como un medidor de la calidad de la instrucción que de la educación. Pero ello no conviene a las finalidades de nuestro sistema educativo actual, que más que preparar personas para participar críticamente del mundo, les prepara para adaptarse a él sin más.
Si se quisiera evaluar verdaderamente la calidad de la educación de nuestras escuelas, habría que mirar aspectos cualitativos además de cuantitativos, lo que dejaría sin duda mal parado a más de algún colegio de excelencia.
Joaquín Lavín ha dicho que hay que hablar de educación sin ideologizar o politizar el tema. ¿No es acaso la tecnocracia en la que han caído nuestras escuelas reflejo de una ideología? ¿No se está construyendo una sociedad funcional al neoliberalismo desde estas lógicas de competencia? ¿No se está sirviendo al neoliberalismo al llevar la lógica empresarial con grandes corporaciones educativas, promoviendo lógicas jerárquicas por sobre las democráticas que debieran desarrollarse en la escuela para construir una sociedad al servicio de sus miembros?
No habría de extrañar que para el tricentenario, estas grandes corporaciones fueran sociedades anónimas que transaran sus acciones en la Bolsa de Comercio, y sus valores dependieran de los resultados Simce obtenidos cada año.
Sin duda que el aprendizaje de los objetivos trazados para las áreas de Matemáticas y Lenguaje es fundamental, pero debemos preocuparnos si en pos de ese objetivo se descuida aquello que las escuelas debieran hacer en forma prioritaria: educar.
Por Priscilla Echeverría De la Iglesia
Magíster en Educación – Académico Universidad Alberto Hurtado