Aspirar las cenizas de tu padre, beber una buena copa de vino mientras arrojas las cenizas de tu marido al mar o un velorio anarco-católico pueden parecer unas ideas un tanto excéntricas con respecto al deceso de un ser querido. Sin embargo, en la actual sociedad, parecen difuminarse las costumbres clásicas de enfrentar la muerte.
Cada vez se ve menos frecuente enterrar a los seres queridos en un camposanto y realizarle visitas periódicas, a excepción de ciertas fechas, como el 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, donde la gente acude en masa a los parques de reposo eterno.
Hace un par de años, el guitarrista de los Rolling Stones, Keith Richards, al preguntarle sobre las drogas que había consumido en su vida, respondió que todas las habidas y por haber. “¿Lo más extraño que haya tratado de aspirar? Mi padre. Aspiré a mi padre”, quien había sido incinerado el año 2002. La declaración dejó boquiabierto a medio mundo, incluso a quienes tienen una visión menos conservadora de la muerte y los ritos funerarios.
La historia fue protagonizada por una celebridad extranjera, pero en Chile no faltan. Como por ejemplo, el velorio del anarquista Jorge Saball quien, luego de retornar de su exilio en Francia, falleció en 1991 debido a unos tumores cerebrales que lo aquejaban desde hace años.
Su féretro estaba cubierto por una bandera negra, mientras su padre y amigos cantaban canciones anarquistas y de Joaquín Sabina. Por otro lado su madre, profundamente católica, que con sus familiares rezaban por el alma de Jorge. Finalmente, sus restos fueron incinerados en el Cementerio General, despedidos con unas palabras del historiador Sergio Grez.
La historia de Ana Leyton también es curiosa. Luego de vivir muchos años fuera del país junto a su marido, Horacio Baeza, retornaron a Chile y se radicaron en Horcón. Como sus familiares estaban en Santiago o en otras ciudades del norte, tomaron la decisión de que, cuando murieran, sus restos fueran cremados, ya que nadie los podría visitar en Horcón el día que fallecieran.
Así que hace un par de años, cuando el esposo de Ana murió, fue cremado y luego esparcieron sus cenizas en un acantilado al frente del lugar donde pasaron sus últimos años juntos. Más que un funeral esta fue una celebración, coronada con una buena copa de vino de despedida.
También resalta la historia de la señora Edith y el músico Raúl Ángel, quienes se conocieron en 1970 y tuvieron una bella historia de amor que duró 23 años. Un detalle complicaba la relación: Raúl era casado y Edith, su amante. Eso motivó que en el año 2000, cuando Raúl falleció, su esposa, Ana Luisa, decidiera que los restos de su marido fueran incinerados para que no existiera ninguna posibilidad de que Edith pudiera visitarlo.
EL SILENCIO SEPULCRAL
Caminando, un día cualquiera, por lo anchos pasillos del Cementerio General, con un enorme silencio a mi alrededor, descubrí el abandono de muchas tumbas, flores marchitas y el deterioro de nichos marcados con huinchas que dicen “Peligro de Derrumbe”. ¿Se ha echado al olvido la tradición de visitar a los parientes en el campo santo? ¿O la época que atravesamos ha dado paso a otras formas de relacionarse con los seres queridos que han fallecido?
La antropóloga de la Universidad de Chile, Bárbara Rebolledo, asevera que los ritmos en los que se desenvuelve la sociedad actual, caracterizada por una vida moderna agitada, es un factor que explica la disminución de visitas al cementerio. Sin embargo, no opina que este sea un cambio rotundo y que la apariencia vacía de los cementerios se debe también a la diversificación de estos, razón por la cual ahora los fallecidos y sus visitas se distribuyen en muchos más lugares.
Una visión diferente es la de Alfredo Castro, quien trabaja en vigilancia en el Cementerio General hace 25 años. Él afirma que son pocos los días agitados por exceso de gente, entre ellos el 1 de noviembre, el Día de la Madre, del padre y del niño. “Cuando llegan esos días ni se acuerdan dónde están las tumbas de sus parientes”.
Don Alfredo ve mucha diferencia entre lo que pasa cuando entró a trabajar y hoy. El cuidador explica, con un tono parecido a la nostalgia, que hace 10 ó 15 años el cementerio siempre estaba lleno de flores y de gente. Ahora, en cambio, advierte que hasta las cuidadoras reclaman y no les queda otra que pasar todo el día sentadas, tejiendo o escuchando música. “Se perdió la devoción de la visita a los muertos, ahora sólo vienen los días especiales por cumplir”.
Otro factor que puede explicar el cese de visitas a los camposantos es el aumento del número de incineraciones, que Bárbara Rebolledo considera que se incrementó después de que la Iglesia Católica dejó de condenarlos.
Por ahora, aún todos los 1 de noviembre, los cementerios todavía se llenan de personas, las cuidadoras y los guardias se sienten reconfortados de tener compañía de gente viva y los vendedores de mote con huesillos y bebida disfrutan vendiendo a diestra y siniestra. Luego de esta fecha, un nuevo período de larga espera, de silencio y de abandono.
Por Katherine Torres T.
Fotografía: Pip Johnson
El Ciudadano N°90, primera quincena 2010