Muchas imágenes quedarán de este año. Hace tiempo que el accionar colectivo en Chile no llamaba la atención del mundo. Y de nosotros mismos. Si a comienzos del año miles salieron a las calles luego de que la institucionalidad tan defendida por nuestros políticos aprobara Hidroaysén, el sistema económico nos revelaría otra cara más de su ambición con los escándalos de las repactaciones de La Polar y la colusión en el negocio de los pollos, a fines del año se seguirá escuchando el eco en las alamedas de todas las ciudades de los cientos de miles de estudiantes exigiendo el fin del modelo educativo de Pinochet.
Algo pasó en Chile y pilló a los analistas, a los políticos, a nosotros mismos de sorpresa. La mayoría pensábamos que la llegada de la derecha con Sebastián Piñera a La Moneda era el fin de la transición. De que el ciclo se cerraría luego que durante dos décadas la Concertación permitiera que más ámbitos de la esfera social pasaran a ser gestionados por privados. Así el fin del guión era obvio: De tanto dar poder al gran capital, el empresariado terminó por tomarse el Estado.
Piñera, Frei, Lagos o Bachelet son parte de la misma ‘clase política’, como a ellos mismos les gusta llamarse, y tienen el mismo horizonte de sociedad. Lo primero que hizo Piñera al resultar electo fue invitar a la oposición a “revivir lo que fue la democracia de los acuerdos”; y Bachelet, en su primera llamada telefónica luego de la elección le dijo al empresario que prosiguiera la “senda del progreso”.
Para su proyecto de sociedad esto significaba terminar de instalar todas las termoeléctricas que faltaban para alimentar de energía su modelo de desarrollo, privatizar lo poco que queda de los activos fiscales y continuar la senda de ‘beneficios sociales’ bancarizando a las familias.
Dos años después, las sonrisas satisfechas del patriciado dieron paso a la estupefacción. Las primeras protestas tímidas fueron por defender a Punta de Choros y la ola fue creciendo con los magallánicos asediados por el alza en el precio del gas, el dique de contención de las multitudes para que no se metieran en lo político estalló frente el ecocidio anunciado de Hidroaysén.
Se habla de un despertar, como si por mucho tiempo estuviésemos dormidos. Pero ¿Estaban dormidos los mapuche que desde la década pasada vienen defendiendo sus territorios de la devastación ambiental de las forestales? ¿Estaban dormidos los chicos que ante la ausencia de un futuro decidían tomarse casonas y desarrollar la autogestión hace no pocos años? ¿Dormían acaso quienes no se conformaban con que el banco al que le pagaron por décadas cuotas cada mes les expropiaba sus viviendas por demorarse cinco cuotas, tras haber quedado cesantes? ¿O los comités de defensa del Huasco o de Alto del Carmen que se resistían a seguir respirando un humo tóxico y que les contaminaran sus ríos?
Es un problema de verbos porque más que despertar los estudiantes y los más jóvenes lo que hicieron fue actuar. Desde hace tiempo distintos sectores se han enfrentado al modelo económico. En algunas ocasiones han vencido, en la mayoría han sido derrotados; pero la experiencia, la memoria y la rabia se fueron acumulando.
Para los más jóvenes se hizo evidente lo insoportable este modelo económico. ‘Nos están cagando’, como dijimos hace unos meses: En Chile, el 79% del gasto en Educación Superior viene del bolsillo de las familias; en salud, el 35% lo financian las cotizaciones de los trabajadores (Isapres y Fonasa) y el 40% sale del bolsillo de las familias. Si la tasa de interés que el Banco Central aplica a los bancos es de un 5,25%, los bancos ofrecen al público créditos que pueden llegar a tener un interés del 50% anual. No en vano el año pasado la banca tuvo utilidades de 1 billón 701.649 millones de pesos y sólo en el primer semestre de este año se echaron al bolsillo US$959 millones (unos 481.818 millones de pesos).
El disciplinamiento de la masa laboral es tan grande que ya nadie creía que podría modificar las cosas. Atiborrados de hijos que alimentar, de créditos que pagar y de sueños que ir a comprar a los supermercados, nadie tenía tiempo siquiera de cuestionar que el 80% de la población en Chile está endeudada y que el chileno promedio gasta el 52% de su ingreso líquido en pagar cuotas de créditos de consumo (no incluye a los hipotecarios) y que los más endeudados son personas que ganan menos de 400 mil pesos.
¿Cómo soportamos esto? No lo soportamos, lo habíamos tirado bajo la alfombra. Entre 1990 y 2004 el consumo de antidepresivos creció un 470,2%; la principal patología consultada en los servicios de salud en esta década es la depresión. En la tele y en los diarios nos decían que el problema no es social, sino que de adaptación individual. Asistimos a un modelo que psicologiza, convierte en individual el malestar social. Así, cuando algún niño se inquieta en salas atiborradas y clases aburridas, se le da ritalín, o si la exigencia laboral es mucha no es explotación sino que incapacidad adaptativa y vas a la farmacia y te compras un energizante.
Nos acostumbramos a cerrar los ojos y oídos para sobrevivir. Terminamos siendo unos zombies desesperados por comprarte un ticket a un avión cuyo destino ineludible es estrellarse. En el viaje por la senda del capitalismo del desastre no hay puerta de escape.
Estamos indignados, o como se le llame. Ya no es sólo un malestar en la pega o en los estudios, es algo más existencial porque nos han hecho creer que el paisaje de este comic es el único posible y que debíamos esforzarnos y adaptarnos para cumplir el sueño proyectado por nuestras ‘clases dirigentes’: La promesa de la sociedad desarrollada que en palabras de Pinochet era que todas las familias tendrían su auto y su televisor o en palabras de Lagos que en menos de una década seríamos ‘un país desarrollado’, pero que en la realidad se deshacen en el bolsillo de los banqueros.
En Chile todo se sacrifica para ser un ‘país competitivo’: El medio ambiente, la salud, la vida misma de nosotros y de las especies que nos rodean. Está hipotecado nuestro futuro. ¿En qué río no hay una hidroeléctrica de una trasnacional? ¿Qué veta de minerales no es explotada directamente o en asociación con conglomerados mineros? ¿Cuántas horas pasas en un día que no comas algo que compraste en un supermercado?
El modelo neoliberal terminó por vulnerar el ecosistema social. Destruye nuestra propia vida y la de todos los seres que nos rodean. De seguir como estamos los bosques esclerófilos de la zona central, los ríos de Chiloé o los glaciares de norte a sur serán sólo una foto del pasado para nuestros nietos. Y lo peor es que es una destrucción burda.
Fuera de Chile a nuestra sociedad la ponían de ejemplo de crecimiento económico y de gobernabilidad, la frase que exhibían orgullosos nuestros políticos en los foros internacionales. Somos las ratas del experimento social del neoliberalismo. El modelo económico de la precarización máxima por abajo y las ganancias infinitas por arriba; y que nuestro silencio nos hacía cómplices.
Esto también nos invita a constatar el rol histórico mundial que tenemos como pueblo. El ‘modelo chileno exitoso’ es el ejemplo vendido por los grandes mercaderes a los pocos estados de bienestar que están quedando. Y como el neoliberalismo se aprovecha de las épocas de crisis y nunca antes el sistema financiero global había colapsado tan profundamente como en esta época, las recetas de los banqueros y del club Bilderberg, se exigen en muchos países europeos.
Pero los estudiantes dieron el primer paso y mostraron que el paraíso neoliberal es un gigante con los pies de barro. La información hace rato estaba disponible, pero atontados por los medios masivos aún nos creíamos el cuento del desarrollo.
Por eso quisimos destacar en este especial de Educación la experiencia acumulada, revisar las ganancias para el movimiento social en ascenso de manera paralela como decae la credibilidad de la ‘clase política’. Por ello quisimos mostrarles que pese al discurso repetido y criminalizador de la tele, las asambleas en los colegios y las experiencias de la autogestión, pese a todas las lacrimógenas lanzadas, no dejarán de multiplicarse.
La invitación a actuar está hecha. Nuestros hermanos menores o nuestros hijos salieron ya a rebelarse y en sus espacios tomados ensayan cómo construir otro mundo posible. Como nos comenta uno de los tantos dirigentes estudiantiles, de todos depende que 2011 sea recordado como el año del estallido social o el principio de nuevos cimientos de una sociedad mejor.
Por Equipo Editor
El Ciudadano Nº116, segunda quincena diciembre 2011