Hoy, 30 de septiembre, es el Día Internacional de la Blasfemia. Organizado por www.BlasphemyDay.com, es una jornada mundial para recordar la necesidad de someter las creencias religiosas a la misma crítica que cualquier otro tipo de pensamiento o ideología, sin restricciones legales y sin temor a persecución.
La fecha fue elegida por ser el aniversario de la publicación de las caricaturas que mostraban el rostro del profeta Mahoma en el diario danés Jyllands-Posten. Al igual que lo ocurrido con Los versos satánicos, de Salman Rushdie, fanáticos musulmanes en todo el mundo se levantaron violentamente contra lo que consideraban un ataque a su religión, causando disturbios y muertes, y la respuesta de la mayoría de los líderes religiosos y seculares fue justificarlos, o criticar sólo los actos más extremos (Las dos religiones más grandes del mundo, a fin de cuentas, coinciden en su defensa cerrada de la censura).
En la mayoría (sino todos) de los países musulmanes, así como en varios países de mayoría cristiana, existen hoy en día leyes contra la blasfemia, a veces nunca invocadas, otras utilizadas con asiduidad y brutalidad. Irlanda se unió a este triste club recientemente, y en Argentina hay en estudio una “ley de libertad religiosa” que penaliza específicamente las agresiones verbales contra ministros religiosos, dándoles así un status privilegiado a las expresiones de fe, que no tiene ningún otro tipo de discurso público.
En general, e incluso sin leyes de este tipo, en toda América Latina existe un tabú social tan grande contra la blasfemia, que la gente común considera impensable criticar la religión mayoritaria: se tolera cierto grado de anticlericalismo o algún ataque a la Iglesia Católica como estructura y organización, pero la discusión desapasionada, la burla hacia los dogmas y el uso de imágenes y palabras “sagradas” para fines profanos es descalificada como “irrespetuosa”. La religión, en efecto, se ha constituido en su propio ídolo.