Por Luis Mesina
Se ha hecho común ante la imposibilidad de cumplir con determinadas políticas públicas, prometidas en programas gubernamentales, responder en tonos imperativos con la siguiente frase: “es que las correlaciones de fuerzas son adversas y, en tal sentido, hay que avanzar en la medida de lo posible”.
Una suerte de mantra surgida de las direcciones de los partidos políticos con la que alimentan a sus militantes o acólitos para que les defiendan de la crítica ciudadana que aumenta en la misma proporción que aumenta su desprestigio. Una suerte de fanatismo acrítico que celebra todo, independiente que ello vulnere los compromisos programáticos adquiridos ante el pueblo.
Cuando a comienzos de la década de los 90 Patricio Aylwin formuló la famosa frase “justicia en la medida de lo posible” recibió la crítica severa, no solo de las organizaciones de Derechos Humanos, sino que de un sector importante de la izquierda chilena, incluidos el Partido Socialista y Comunista de la época, también de un sector de la propia Democracia Cristiana de la cual Aylwin era uno de sus más importantes militantes. Aylwin se defendió apelando al sentido “realista” de la política, a eso que adquirió relevancia en ese tiempo y que comenzaba tibiamente a instalar el travestismo político: “el pragmatismo”.
El contexto de la famosa frase de Aylwin, hay que analizarla en medio de los ejercicios de enlace del Ejército y con el dictador vivo y coleando. Se podría esgrimir después de tres décadas que la desafortunada frase efectivamente impedía avanzar más de lo que se quería. Sin embargo, sin perder el contexto en que fue dicha, Aylwin había alcanzado el poder con una mayoría importante en primera vuelta. Las ilusiones democráticas que el pueblo había incubado en su conciencia a comienzos de los 90 eran altísimas y si se hubiese optado por apoyarse en ese pueblo, que se la jugó por retornar a la democracia, quizá las cosas pudieron haber cambiado en beneficio de quienes aspiraban a cambios estructurales. Se optó por ceder, por negociar, por pactar con la derecha, lo que vino después ya lo sabemos, fue la derecha la que ganó.
Que la política debe tener un sentido de realismo es indiscutible; pero, contentarse solo con ello, es renunciar definitivamente a provocar transformaciones sociales en beneficio de las mayorías.
No es lo mismo Aylwin que Boric. Tampoco es el mismo contexto. Pinochet ya no está y tampoco se oyen ruidos de sables.
Boric llegó con un programa que planteaba poner fin al CAE; acabar con las AFP; restituir la salud pública, lo que significaba acabar, o al menos reducir a su mínima expresión a las isapres; cuestionar y oponerse al TPP-11; aumentar los impuestos a los más ricos; desmilitarizar el Wallmapu y refundar Carabineros. La frase que sintetiza, al menos en el discurso su compromiso con su programa fue: “acabaremos con el neoliberalismo”.
A dos años de mandato, el neoliberalismo no se acaba, tampoco las AFP ni las isapres. Carabineros y algunas autoridades cuestionadas gozan del apoyo del Gobierno y por de pronto, bajo el actual gobierno, no se avizora el fin del neoliberalismo.
Las relaciones de fuerzas se corresponden con la realidad. Si se abandona la participación social en los debates de las grandes políticas públicas, la ciudadanía se sentirá marginada, desencantada y traicionada. Y, mientras el estatus quo se mantenga inmutable, los sectores dominantes ganarán.
Por el contrario, si se incentiva la movilización social, si se empuja a alcanzar victorias, la conciencia y la confianza en que es posible cambiar, aumentará.
Cuando desde el Gobierno se le reconoce a quienes son los sostenedores del actual modelo una fuerza más allá de la real, lo que se hace es investirlos de una fuerza superior que los muestra como invencibles; confesar ser incapaz de poder superarlos.
Cuando un gobierno y los partidos políticos hacen creer que es confiando en ellos o depositando una fe ciega en el Congreso que las cosas cambiarán, no hacen más que justificar sus faltas de compromisos y convicciones para avanzar realmente en las transformaciones.
La resignación para contentarse con lo que es posible cambiar si la derecha lo permite, es lo que ha hundido a la política a los niveles de descrédito actual.
Si, en cambio, se tuviera claro que las “relaciones de fuerzas” no son algo mecánico, estático, entonces se empujaría para cambiarlas a favor de las mayorías.
Las correlaciones. en un sentido. son construcciones.
Entonces, la tarea necesaria para transformar las correlaciones de fuerzas es prepararse para que el escenario cambie; para movilizarse y obtener victorias que ayuden a tener confianza en la propia fuerza. Junto con ello, combatir a los acólitos y fanáticos funcionales, que justifican las inoperancias y el incumplimiento de las promesas de campaña con que las correlaciones de fuerzas son adversas.
Para cambiarlas se requiere convicción, honestidad y, por sobre todo, un poco de valor.
Un aliciente moral importante para avanzar en esa dirección es recordar a Salvador Allende; alcanzó el poder con el 40,89% de los votos y en menos de dos años había nacionalizado el cobre; tenía control sobre el crédito bancario y los trabajadores alcanzaron un 61% de participación en los ingresos. Todo ello con la CIA y la derecha conspirando antes que asumiera el mandato.
Para tener presente que la realidad y las “relaciones de fuerza” se transforman en beneficio de las mayorías, cuando hay voluntad, convicción y valentía.
Por Luis Mesina
Columna publicada originalmente el 1 de febrero de 2024 en Politika.
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