No creo que las mujeres recurran al aborto alegremente. No creo que ninguna mujer que se ha practicado un aborto salga de la clínica campantemente y continúe su vida como si nada hubiese pasado. Un embarazo no deseado es un acontecimiento penoso por el que muchas mujeres deben transitar, a veces con la ley de su lado, pero muchas veces de forma clandestina y poco segura.
La penalización del aborto ha pasado por alto el papel que juega el deseo de la mujer en el destino psicológico del bebé. El proceso de humanización del futuro bebé depende del deseo de ser madre y del amor que ella esté en capacidad de dar. Una madre que no puede hacerse cargo psicológicamente del embrión que se gesta en sus entrañas vivirá todo el embarazo como una invasión corporal insoportable.
Muchas personas que consideran al embrión una persona y criminalizan el aborto no entienden que el humano empieza a ser tal a través de los múltiples encuentros con su madre. No es posible pensar en un bebé sin pensar en la madre. La Real Academia de la Lengua Española corrobora esta afirmación al definir la palabra “bebé” como “niño de pecho”. Un niño sin el pecho materno sabemos que moriría. Un niño necesita una madre que lo desee y si viniese al mundo sin ser deseado, amado y asistido como precisaría vivirá el resto de sus días con profundas heridas psicológicas.
La religión, en especial la católica, insiste en decirnos que un embrión es un humano y que abortar es equivalente a matar. Esta idea se ha infiltrado en la mente de muchas mujeres haciéndoles sentir una culpa que enturbia el ya difícil proceso de decisión de abortar. Nadie pretende obligar a los fieles católicos a que cambien sus creencias ¿por qué entonces imponer estas a todas las mujeres?
Por Carolina Álvarez
27 de septiembre de 2012
Publicado en www.psicoanalitica.com
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